CAPÍTULO IV: Luppiter Pluvius

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CAPÍTULO IV: Luppiter Pluvius

Cuando salimos de los precintos del aeropuerto, una lluvia fuerte y arremetedora chapotea contra la superficie del Ferrari. De inmediato, Nathan enciende los limpiaparabrisas y baja la velocidad, concentrándose en la vía. Encuentra todo con tanta facilidad. Para mí todavía es un misterio la funcionalidad de decenas de botones como si esto fuera una nave espacial.

―¡Mi Dios, qué mal tiempo! – comenta asombrado.

Lo sé. Eso no es común en pleno verano en Italia. Esta temporada suele ser muy árida y calurosa, aunque el otoño con sus aguaceros puede estar dando indicios de una llegada anticipada.  

Mientras nos desplazamos por la Viale Aeronautica y desembocamos en la autopista, el sonido de la lluvia me tranquiliza y arrulla, pese a que el incesante golpeteo del pulgar de Nathan sobre el volante, es muy irritante. ¿Acaso nunca se queda quieto? ¿Ni siquiera un instante? No obstante, mi agotamiento poco a poco me va desvaneciendo en un profundo letargo.

Un estridente sonido martilla mis oídos, y totalmente desorientada, abro mis ojos, ahogo una bocanada de aire y salto hacia adelante refrenada abruptamente por algo transversal en mi pecho. Pero cuando alguien a mi lado agarra mi antebrazo fuertemente, inmovilizándome aún más, casi sufro un paro cardíaco.   

―Oye, oye. Tómalo con calma. Solo es tu teléfono móvil – un hombre dice precipitadamente en el vaivén de su alarmada mirada de la carretera a mí, una y otra vez. ¿Quién es este? 

Bruscamente, le arrebato mi brazo, tratando de distinguir el espacio cerrado donde me encuentro. Piel negra, demasiados botones eléctricos en el tablero, las puertas, gruesas gotas chocan y chorrean en todas las ventanas. El cinturón de seguridad es lo que me contiene. Sin embargo, no logro reconocer al conductor quien sigue hablando con un tono más conciliador.

―Liz, todo está bien. Tan solo es una llamada telefónica. Relájate.  

¿Cómo sabe mi nombre? Lo miro unos segundos más, mientras mi móvil repica y repica enloquecedoramente. ¡Oh mi Dios, sólo es el tío del vuelo! Escupo el aire con la mano en mi pecho. 

―Lo… lo siento – jadeo, tumbándome contra el respaldo del asiento, cerrando mis ojos, y aprieto mis sienes latentes. 

―No hay problema. ¿Puedo ponerla en altavoz para no perder la dirección? – pregunta comedido.

Aspiro intensamente, y avisto la pantalla de mi móvil, identificando el nombre: “Mark Sawyer”. Asiento y Nathan presiona un botón desde el volante.

―Hola, Mark – farfullo, tratando de esconder mi respiración entrecortada.

―¡Querida! ¿Cómo llegaste? – pregunta cariñosamente con su distintivo acento británico.

Nathan le frunce el ceño a mi móvil insertado en el tablero con un gesto mosqueado, y después me mira con recelo.

―Pues… bien – miento y la irónica expresión de mi acompañante con las cejas excesivamente arqueadas, deja mucho que decir. Enfoco la vista al frente, me desconcentra.   

―Te escuchas cansada.

―Lo estoy – mascullo.

―¿Oh, querida, te desvelaste con el viaje? 

―Así es.

―Bueno, ya tendrás tiempo para descansar. A propósito, ¿conseguiste tu coche fácilmente?

―Realmente te lo agradezco, Mark.

―No es nada. Sabes que conmigo cuentas para lo que sea - dice afectuoso y sincero. No sé qué haría sin él -. Entonces cuéntame, ¿aceptarás alojarte en mi casa?

Millas de Vuelo al SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora