CAPÍTULO V: Tártaro Vs. Quimera

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CAPÍTULO V: Tártaro Vs. Quimera

Después de tantas horas merodeando a través de corsos y viales[1], dejo mis miedos atrás junto a la lluvia, el día, y por encima de todo, la incertidumbre. No hay peor agonía que estar colgando y colgando en el extremo de un fino hilo que nunca termina por romperse. Mi decisión final es tan sólo caer. Y en la estación de Cadorna, abandono el vagón del tren subterráneo – hubiese preferido tomar un taxi, ¿pero quién me dejaría entrar en su coche con estas fachas harapientas y chorreantes? Mi vaquero al menos pesa dos libras más de toda el agua que absorbió, las lianas de mi cabeza gotean en mis hombros, y mis pies lastiman tanto que puedo sentir la carne viva con el roce de mis bailarinas húmedas. ¿Cuánto he caminado hoy? Creo que el maratón de Boston se quedó corto. Sin embargo, ya descubrí mi última meta; Porta Magenta al oeste de Milán.

Así me mantengo caminando dentro de la oscuridad mitigada por postes de luz amarillenta. Zonas concurridas con edificios bajos de tres o cuatro pisos. Pinceladas de colores desvaídos. La mayoría de los apartamentos con sus pequeños balcones italianos reavivados por macetas colgantes de muchas plantas floridas. Los milaneses se toman la jardinería muy enserio, presumo que también le huyen al luto gótico y vetusto que viste esta ciudad. Y me voy alejando parsimoniosamente hacia un conjunto residencial mucho más tranquilo de prominentes y señoriales viviendas.

A medida que me acerco a mi dirección, un insoportable y mortificante peso se ciñe a mi espalda, dificultando mi respiración. Pero no puedo detenerme, no ahora, cuando he hecho todo cuanto podía para llegar a este irreversible punto de mi vida: abandoné mi penitente retiro, crucé océanos, me descosí de la flaqueza y ahora estoy justo aquí, dispuesta a terminar de cerrar a mis heridas o abrirlas más de una vez por todas. Lo que sea que suceda, no importa ya; algo tiene que cambiar en mí, al menos algo.

Apretando el paso, cruzo la estrecha callejuela. Cualquier dolor corporal es opacado por mi borrascosa excitación. En cada pisada hacia adelante, siento que de tanto jadear escupiré mi corazón al cemento gris dónde trato de no derrumbarme, forzando mi trepidante equilibrio, mentalizándome a la vez, debo ser fuerte, tengo que serlo. Esto no es opcional. Nadie puede vivir para siempre en el limbo. Y cuando consigo alcanzar un gran portón negro de hierro labrado, necesito sujetarme a él, soportando la asombrosa implosión de mis neuronas calcinándose de una vez. Totalmente estremecida de pie a cabeza, soy incapaz de pensar, sentir, respirar, nada. Tan sólo el redoble retumbante de mis palpitaciones aceleradas y acorraladas por mis costillas me dejan saber que finalmente lo hice, ya llegué al final o al principio; es lo mismo, un ciclo continuo en realidad.

Y como si fuera una presidiaria, miro entre los barrotes hacia el interior, hallando las mazmorras de mi sufrimiento ahí, dentro de ese suntuoso y contemporáneo chalet de dos pisos que desentona con los alrededores y mantiene mi espíritu eternamente confinado entre esas murallas recubiertas de pequeñas losetas de mármol blanco rustico en dirección vertical. Un enorme ventanal a oscuras del suelo al techo a un costado de la fachada frontal que revela cuanta soledad habita en ella. Afuera, cuatro plazas de estacionamiento vacías. Sin embargo, los jardines con enormes pinos espigados, árboles podados en forma circular y alargados rosales coloridos, yacen perfectamente intactos y muy bien cuidados como el día en que me marché intempestivamente.

Mis ojos se derriten ante mi viso. ¿Cómo podía imaginar que me costarían dos largos años de mi vida para regresar al que una vez llamé hogar? Se suponía que soy joven, tengo 26 años equivalentes a 26 toneladas de concreto en mis espaldas, ya mis rodillas ya no aguantan más semejante carga. Y no me importa si ahora las 50 fauces negras de mis recuerdos gruñen feroces a mi cara, enseñándome sus filosos colmillos como una letal advertencia – una vez adentro de ese hercúleo hoyo que yo misma cavé, no hay más salida para emerger nuevamente. Como sea, esto se termina hoy, aquí mismo dónde comenzó, en mi propio Tártaro, un abismo arraigado al núcleo de Gea (la tierra), debajo del mismísimo Inframundo. Nunca antes ha existido alguien que escarmentara los más espantosos e inimaginables castigos que imputan ahí y sobreviviera para contarlo.  

Millas de Vuelo al SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora