CAPÍTULO VI: Apolo de la Belleza

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CAPÍTULO VI: Apolo de la Belleza

Mientras abandonamos los tranquilos alrededores del chalet, naufrago en el vaivén de un sueño sedativo, consolador, desconectándome de la realidad hasta que la serenidad de un silencio extraordinariamente preciado para mí se ve afectada por el tono de una llamada saliente en altavoz.

―¿La encontraste? ¿Estaba en el chalet? – un hombre contesta sobresaltado, y mis ardorosos ojos saltan abruptamente al reconocer su voz. Mark… Oh… cómo…

―Sí – Nathan responde a secas.

―¡Oh, gracias al cielo! – suelta aliviado, a pesar de que no renuncia a su desasosiego. – ¿Cómo está? ¿Luce bien? ¿Adónde van? ¿Po-por qué no la pones al teléfono?

―Eh… – Nathan vacila, y no sé si me está mirando pues permanezco con mis ojos entreabiertos por inercia.

―¡Por el amor a Dios, di algo! – Mark sube la voz, impaciente.

―Está dormida – Nathan rompe el silencio, ocultando mi estado sistémico de catatonía, y algo muy, muy recóndito de mi ser se siente subrepticiamente agradecido con él.

―Oh… ¿Y cómo la ves? – extiende su desvelada investigación.

―Creo que… estará bien… mañana.

―¡Maldición! – Mark chasquea.

―Tan sólo necesita descansar. Eso es todo – Nathan agrega serio.

En el fondo de la llamada, su fracasado resoplido puede escucharse.

―Está bien. Entonces… dime dónde podemos encontrarnos para pasarla buscando. ¿Estás en el chalet o en el Principe di Savoia?

De inmediato, me altero, toda dispersa, tratando de enderezarme como una masa gelatinosa y amorfa en el asiento. ¿Qué? ¿Por qué yo? ¿Estoy sentenciada? Oh no. Quiero casa… Tarpon Springs… tan lejos. Basta ya, por favor.  Nathan lo advierte, y enseguida, sacude su cabeza. 

―Sh, sh – chista casi inaudible a modo de no-hay-de-qué-preocuparse, tomando mi mano, nuestros dedos entrelazados entran en calor al mismo tiempo que Mark interviene trocado como si hubiera perdido la comunicación.

―¿Nate? ¿Nate, estás ahí? ¿Me oyes?

―Sí, Mark, te oí claramente. Pero como estás al tanto desde esta misma tarde, Liz se está hospedando en mi suite. Por lo tanto, no tienes absolutamente a nadie quien buscar allá a esta hora.

―¡¿Qué?! – Mark rápidamente replica en un tono ultrajado.

―Como escuchaste. No hay cambio de planes. Así que si quieres verla, con gusto te recibiré en el transcurso de la mañana. No antes, ¿entendido? – Nathan precisa impasible y, contumaz.

―¡De ninguna manera, Nate! Eso no era parte del trato – en un chispazo, Mark se encrespa totalmente indignado junto a la voz de un hombre más al otro lado de la línea como si estuviera acompañado por un despotricador italiano en contra de Nathan.

―¡¿Cuál trato?! Yo no hice ningún trato contigo, Sawyer. Tú asumiste eso por ti mismo. No me incluyas ahí – Nathan impugna duro, tenso, áspero.

―¡Absolutamente no! La única razón por la que te informé donde estaba Liz, solamente fue porque te encontrabas más cerca que yo, y llegarías antes de que esta locura pudiera trascender a algo mucho peor. No obstante, no me arriesgaré a que la vuelvas a dejar ir en…  

―Eso no volverá a suceder – Nathan espeta, revistiéndose de una agreste y sinuosa coraza como si ese reproche le enfadara más a él mismo que a los demás. Su mano triturando la mía y la otra al volante con sus nudillos blanqueados por la presión que ejerce. – Y no te estoy pidiendo tu aprobación. Tan sólo te estoy notificando para que puedas regresar a tu casa.

Millas de Vuelo al SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora