CAPÍTULO IX: Carpe Diem

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CAPÍTULO IX: Carpe Diem

En el vestidor de la habitación, me pongo unos calcetines y mis bambas blancas a la fuerza. Uh… esto me mata, pero sólo será por un ratito. Voy por el corte de cabello, y me devuelvo a la suite enseguida a esperar que Tony salga del trabajo acompañada por Anna. Eso puedo tenerlo por seguro. Lamento arruinarle su maravilloso día – o tarde – de spa, pero deberían necesitarse más que vanas dádivas para corromper su amistad. Recojo mi viejo bolso de piel de una cómoda y reviso el interior, consiguiendo solamente mi billetera, de resto vacío. Joder, mi móvil y las llaves de mi coche o, el boleto de parqueo perseveran en poder de Nathan. Le guste o no, los quiero ¡ahora!

Cuando regreso al comedor, veo que ahora Anna está sentada en el sofá blanco perlado del área de estar, esperándome – tal como imaginé – mientras Nathan continúa en el mismo lugar donde lo dejé, sentado a la mesa hablando por el móvil. ¿Con quién? Luce muy centrado, profesional, dando instrucciones a diestra y siniestra.

―…¿Ya tiene la dirección? – remonta su mirada, notando mi presencia. Sus ojos me examinan rápidamente, estacionándose en mi bolso colgando por el aza de mi mano. Me hace una señal de espera con su mano en alto. – ¿En cuánto tiempo llega?... De acuerdo. A propósito, Jing, envíame los bocetos de vestuario a mi correo electrónico… Sí, los revisaré esta noche... Bien… No me gustó. Quiero más blanco… ¡Dije más blanco!… No. Es todo. Gracias por tu magia.

Cuelga y sube su mirada con una sonrisa insuperable, entonces se levanta de la silla con la ágil desenvoltura de un felino sin procurar ni el más mínimo ruido.   

―Necesito el boleto de parqueo y mi móvil. Voy de salida – requiero, impasible con mi mano tendida hacia arriba frente a él.

―Sólo el móvil. Y lo sé – responde como si le hubiese formulado dos preguntas.

Arqueo mis cejas.

―¿Y el boleto?

―No necesitarás el Ferrari por hoy. Un chofer vendrá a recogerlas aquí en 10 para llevarlas a un centro estético integral, donde podrás hacerte tu corte de cabello y pasar tiempo con tu amiga durante una relajante tarde de masajes.

―¡Q-qué! – balbuceo al mismo tiempo que Anna da un brinco, poniéndose en pie exageradamente erguida con una enorme sonrisa que le divide el rostro en dos. De repente, llegó la Befana[1] en pleno 26 de septiembre para ella y estoy más que segura que le corresponde una mina de carbón.

Santo Dios, ¿en qué momento urdió este plan con todos los minuciosos arreglos a mis espaldas? Apenas me ausenté unos escasos minutos en la habitación. Nathan prosigue con sus ojos bien abiertos en una falsa mirada de Liz, la desconsiderada:

―Después de esa larga travesía que hizo en tren solo para verte a ti, se lo debes – asiente reiteradamente y sé que en el fondo poco le importa Anna, sólo quiere hacerme sentir culpable para manejarme ¿con el fin de…? – Tienen cuenta abierta para todos los tratamientos que les venga en gana y la reservación está a tu nombre – agrega, diligente.

Aprieto mis labios forzosamente, atragantándome con mi creciente irritación. Está muy equivocado, si cree que puede disponer de mí y de mis pertenencias a su antojo. No obstante, no tiene caso extender esta imposible discusión – ya se las apañará para salir airoso. Iré a donde quiera ir y punto.

―Gracias, Nathan – mi voz altísona con sarcasmo.

―Muy bienvenidas sean – asiente satisfecho.

Está cantando victoria antes de tiempo; nunca dije que aceptaba.

―Pero, ¿por qué necesito un chofer, si yo tengo coche propio? – y me puede llevar a donde alcance mi ajustado presupuesto, no donde me lo impongan arbitrariamente.  

Millas de Vuelo al SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora