El aire huele a cenizas y a fuego. Seguramente mis vecinos están haciendo una barbacoa. O a lo mejor, el bosque se está quemando. Sea lo que sea, yo sigo tranquila. Paso las páginas del libro que tengo entre manos y me coloco mechones de pelo tras la oreja, amasando las puntas azules recién tintadas en la peluquería. La brisa entraba por la ventana abierta.
Un tufo a colonia de hombre invadió mi olfato de pronto, desplazando el agradable olor de chamusquina. A pesar de que supe quién era desde que le escuché entrar, despegué los ojos de las letras por primera vez desde que abrí el ejemplar. Mi mirada se topó con la de él.
-¿Qué quieres? Estoy ocupada.
-Te noto... malhumorada.
-Yo siempre estoy malhumorada.
A veces mi compañero de piso podía ser muy pesado y puede no tener mucho tacto.
-Venía a preguntarte si querías venir conmigo a mi concierto de violonchelo.
Solté una risa cálida y cortante a la vez.
-¿Me ves con cara de querer ir a ese concierto?
-La verdad es que no.
Se rasca la nuca, medio avergonzado, medio incómodo. Me debería de dar pena esa reacción pero llevo viviendo bastantes años con él para que me conozca bien y sepa que soy así de dura.
-Lo suponía. Bueno,-se encoge de hombros, derrotado,-te dejo. Al final, voy a llegar tarde.
-Nunca llegas tarde.
También es cierto.
Le doy un beso en la mejilla y se va. Cuando escucho la puerta cerrarse, suspiro y vuelvo a la lectura. Me recreo en mi soledad voluntaria.
