-¡Déjame vivir!-grito dañándome la garganta.
-¡No te comportes tú como una estúpida adolescente!-me responde con la misma furia con la que yo había atacado.
Intento volver a arremeter contra él, roja de ira. Pero sin que yo pudiese decir nada más, levanta la mano y me la estampa en la mejilla con fuerza, esa fuerza descomunal que solo tiene mi padre.
Ni siquiera acuden a mis ojos las lágrimas. Estoy demasiado acostumbrada a sus bofetones. Mi madre se lanza sobre él y le abraza, intentando calmarle. Pero mi padre no la hace caso. Me mira con un odio y una rabia contenidos durante mucho tiempo.
-Mírate.-escupe las palabras.-Siempre tan... rara. Tu pelo, tus aficiones, tus nuevas costumbres, ¡incluso tu piel!-señala el tatuaje de mi muñeca y yo intento esconderla detrás de la espalda instintivamente.-¿Dónde está la Elka que yo eduqué, ¡que yo creé!?
-Esa niña tonta murió hace mucho tiempo.
Respira hondo. Se está conteniendo para no volverme a pegar.
-Vete de mi casa.-dice por fin.-Mañana regresarás a la tuya. Y no quiero verte más.
-Con mucho gusto.-respondo.
Mi madre abre la boca como para hacer algún comentario, asustada.
-Tranquila, mamá.-añado.-Contigo sí que volveré a quedar.
-¿Y tu hermano?-pregunta angustiada.
-También.-sonrio.
Camino hacia mi dormitorio y lanzo una última mirada al salón donde siguen mis padres. Los dos tiemblan; uno, de rabia y la otra, de tristeza.
Abro la puerta de la habitación y me meto dentro. Agradezco que mi hermano haya salido aunque no sé por qué. Me siento en la cama y enciendo mi móvil. Me coloco los auriculares y las canciones comienzan a fluir por mis oídos. No me puedo reprimir ni un minuto más y las saladas lágrimas comienzan a rodar rápidamente por mi mejillas.
