-Sí, me gusta.
Mi mejor amiga soltó un grito de sorpresa.
-¡Lo sabía!
Cuando confiesas la persona de la cual estas enamorada, es como constatar un hecho. Ya no puedes negar que te gusta pues ya le has confesado la verdad a alguien. Es un momento de alivio pero también de angustia pues acabas de confesar algo que era tu secreto oculto.
-¿Y ahora qué vas a hacer?-me preguntó.
-¡No lo sé! Estoy histérica. Me ha invitado a cenar esta noche. Pero hay que tener en cuenta su edad y su mujer. Y, ¡joder! Que soy su alumna.
-Vaya. Es realmente fastidiado.
Me desplomé sobre mi cama mirando al techo. El hecho de haberme enamorado de mi profesor de escritura creativa. Era un hombre atractivo, de treinta y tres años. Tenía el pelo negro y liso y los ojos grandes y grises. Llevabamos hablando desde el principio del curso y sobre todo quedabamos para tomar cafés antes y después de las clases. Hasta que, hacía unos días, él me había invitado a cenar con su mujer. Eso me había bajado de mi nube de poder tener algo con él pero acepté.
-Mira, Elka. Vamos a hacer algo. Te preparas, te ayudo y vas a darlo todo en esa cena.
Miré a mi amiga. Sus ojos azules me observaban, traviesos, y me hicieron sonreír. Me levanté de la cama y abrí el armario.
-¿Empezamos?