Pude contemplarla varios minutos, más de lo que había esperado. De pronto aquella charla cotidiana que parecía agradable y discreta se transformó en una situación rara.

Presentía que algo andaba mal.

La comunicación no verbal era distinta en las cuatro personas que ocupaban la mesa del café, súbitamente los hombres que acompañaban a las dos damas tomaron sus abrigos y se marcharon. Al cabo de unos minutos la joven y atractiva asistente se despidió con un beso en la mejilla de la otra mujer, se levantó de su silla y tomó camino hacia los autos... Abordó un taxi.

Era el momento que estaba esperando. No creía en el destino pero todo pintaba de maravilla, ahí estaba la mujer por la que todos los jueves de las últimas cinco semanas me había convertido en el mejor amigo de aquel parque, solo por verla un instante. Estaba sola, pero... parecía enfadada, no fui capaz ni siquiera de levantarme de la banca.

Moví la cabeza de un lado a otro, quería sacudirme ese deseo que me envolvía, pero nada, solo estábamos ella y yo separados por la timidez que me provocaba y claro, algunos vehículos que cruzaban la calle.

Cuando al fin me decidí a enfrentarla noté que además de parecer molesta e incomoda también lloraba.

La miré con ternura y precisión. Una lágrima tras otra caían y rozaban sobre sus perfectas y pálidas mejillas, el maquillaje se veía cada vez más vulnerable, me asusté.

Temía algo mucho peor.

La fina y cautivadora mujer se levantó muy apurada como si alguien la estuviese persiguiendo, avanzó algunos pasos y al llegar al final de la acera dobló la esquina.

No me gustaba que se fuera pero me encantaba verla irse...

El café se quedó solo e indefenso, la taza color hueso aún humeaba y se resistía a caer en los brazos de aquel frío de invierno. Bajé la mirada, suspiré en señal de derrota y de nuevo voltee hacia la solitaria mesa de café...

Algo me hizo vibrar de locura.

La mujer había olvidado una prenda, a lo lejos parecía una mascada de seda.

Era mi segunda oportunidad.

Apuré el paso sin llamar la atención del resto de los adictos al café, rodee la mesa lentamente de derecha a izquierda y tomé aquel fino pedazo de tela.

El pañuelo olía a jazmín, lo enrollé en mi puño izquierdo y doblé la esquina.

El vapor del escape y las luces traseras de su auto color plata fue todo lo que pude ver.

Había perdido toda esperanza de conocerla. Esta vez no fue culpa de mis temores ni mis traumas, quería culparme pero en el fondo sabía que el escenario que acababa de presenciar estaba fuera de mi control. De pronto no supe que pensar, ni siquiera sabía que hacía yo ahí.

Todo fue tan rápido...

—Dios existe... pero còmo estorba. —Dije en voz alta.

Tal vez el destino me estaba jugando una mala pasada y ni con todas las fuerzas físicas y químicas que conforman el planeta iba a conocerla. —Pero que estúpido soy.

Ni siquiera se cómo se llama.

De regreso al parque el resto de los comensales de aquella cafetería notaron algo raro en mí, sentí un par de murmullos seguidos de unas incomodas y extrañas miradas.

Me encontraba inmóvil en la acera contraria de aquel lugar, mi rostro seguramente reflejaba tanto dolor como el que sentía en el corazón.

¿El corazón...? Voy aterrizando en mis melancólicos treinta años y por primera vez siento que el corazón es el más perjudicado en estas cuestiones.

Mi cuerpo dejo de sentirse extraño, la respiración volvió a la normalidad y mis pensamientos se aclararon de nuevo. Guardé la pañoleta en la bolsa interior del abrigo, no quería que se mojara.

Me encontraba otra vez en mi mundo de mierda, con los pantalones mojados por la lluvia y por la emoción de haber visto a esa mujer.

Defraudado por no haber conseguido nada y tras patear de coraje y frustración un par de rocas sueltas del asfalto, decidí visitar a Alfonso, mi mejor amigo. De cualquier modo, Alfonso vivía a unas cuantas cuadras del parque...

Era momento de aclarar mis pensamientos o decidir mi siguiente movimiento, también era lógico que necesitaba su auto y un trago urgente.

El Viaje (Novela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora