Tomé camino a toda velocidad sobre las calles de la húmeda y joven noche hasta que comenzaron a aparecer los grandes y viejos letreros verdes con las indicaciones para tomar la autopista 67 al sur de la ciudad.

Encendí el tercer cigarrillo de la nueva cajetilla que había comprado en la gasolinera.

Traté de insertar el disco de éxitos del Señor Cash pero me costaba demasiado trabajo debido al terrible pulso que nacía de mi estado etílico.

El asfalto mojado provocaba que el trayecto fuera cada vez más rápido, las gomas del auto se despegaban de la superficie cuando la aguja del tacómetro pasaba el indicador de las tres mil revoluciones por minuto.

Había escasos vehículos para ser el principio del viernes, unos huían y otros tantos esperarían en algún hotel de paso los rayos del sol para enfrentarse a la autopista.

En las calles solo quedábamos los locos, solitarios y borrachos. Yo era los tres.

El ambiente se sentía de esa manera. Miré por el espejo retrovisor un par de veces, una camioneta color negra con luces para conducir en neblina estaba molestando al hacer reflejo con el espejo. Cambié al carril de alta para dejarle vía libre pero la SUV piso el acelerador a fondo y me rebasó por el lado prohibido del carril de la derecha, solo sentí la sacudida que provocó en mi auto...

Moví el cuello un par de veces para ambos lados, estaba realmente cansado e intoxicado de alcohol. Parpadeaba cada vez más rápido y en repetidas ocasiones. Parecía un tic nervioso tan agudo como el que ocasiona el Síndrome de Tourette pero no me podía quedar dormido. Era un instinto para sobrevivir a esa madrugada.

El asfalto seguía completamente mojado, mis parpadeos aumentaban y los indicadores de velocidad en el tablero, también.

El camino seguía ahí, pero yo no tenía ni puta idea de donde ir...

La última carga de gasolina duraría al menos un par de horas más, aunque la luz indicadora del aceite comenzaba a parpadear en el tablero.

Solo pensaba en pisar el pedal y nunca mover mi bota de ese pequeño espacio.

El vodka que recorría mi torrente sanguíneo perdía fuerza con el correr del reloj, esto ocasionaba que mi mente comenzara a saturarse pensando una y otra vez si había desperdiciado toda mi vida atado a los libros, la educación y el sueño de tener una hermosa familia, una casa en el campo y un perro que me hiciera compañía en la vejez... nada existía, mi vida seguía tan vacía como el estómago de un vagabundo, tan rutinaria, fría, sola.

La última situación que completó mi crisis tenía que ver con aquella misteriosa mujer del Parque Rivadavia...

Mis dotes de caballero medieval conquistador de doncellas habían desaparecido.

Mi ruptura sentimental y la aparición de aquella inmaculada mujer adicta al café, me habían convertido en un lobo estepario, tal como el que describe Herman Hess en su libro. No era capaz de mirarla a los ojos, sentía pánico al intentar encontrar su mirada.

Mediocremente me bastaba con perseguirla cada jueves, mirarla y sentirla, tan cerca...

Tan lejos de mí.

Estaba exhausto, tenía que detenerme en la primera salida o el Cadillac podría desvielarse por la falta de aceite en el motor, la luz roja detrás del volante así lo presagiaba.

El reloj digital indicaba las tres con cuarenta y siete minutos de la madrugada del viernes, llevaba más de tres horas conduciendo y por lo menos cinco o seis bebiendo.

Prendí otro cigarrillo, he perdido la cuenta... esta vez lo mantuve entre mis dedos, mientras conducía, si me llegara a desmayar por el cansancio, aquel cigarrillo se consumiría hasta llegar a quemar mi piel y así despertarme de nuevo.

La primera vez funcionó.

Pasé de largo una intersección, iba demasiado rápido. Confié en el viejo dicho de los marineros "por cada puerto, un amor..." tal vez acá por cada salida habría una estación de abastecimiento.

Pero este lado de la autopista no tenía ningún acotamiento, tampoco había ninguna señal de donde me encontraba, todo eran arboles y más líneas punteadas sobre el camino.

Parecía que había tomado un tour a la nada, algo que no tiene principio ni final.

La pintura amarilla en el oscuro cemento que indica la separación de carriles se movía en zigzag con cada parpadeo. A lo lejos un letrero anunciaba con un deslumbrante color naranja que una sección de la autopista estaría cerrada...

— ¿16 kilómetros? ó... ¿1.6 kilómetros? —No pude frenarme, no había duda; me sentía mal, pero fatal.

De pronto un elegante auto color plata emitió una luz brillante que quemaba mis retinas, no podía ver nada, sólo un par de destellos, flashazos de luz que hacían que mis ojos se inyectaran de sangre cada vez más rápido.

Un silencio invadió el auto, pero la música seguía tocando... La voz de Cash se escuchaba cada vez más lejos, después de un intenso ruido; la música se detuvo... la luz se apagó.

Podía escuchar el latir de mi corazón.

Mi respiración nunca había estado tan tranquila.

El Viaje (Novela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora