Aprieto los ojos, aquel retrato me inundó de calma pero también de dudas. Pensaba que tal vez no era mi chaqueta y que alguien era muy afortunado de tener una mujer tan bella a su lado.

La fotografía vuelve al bolsillo antes de que la lluvia arruine el papel.

Estoy confundido... no tengo reloj y parece que son las siete de la mañana o las cinco de la tarde.

No sé si pronto caerá la noche...

No hay ni un alma a mí alrededor. Pero siento que me observan...

A lo lejos me doy cuenta que el edificio además de estar pésimas condiciones no es más que un bloque con varios departamentos conectados entre si, muy parecido a los proyectos de vivienda en Europa del Este de los años ochenta.

Percibo una luz inestable como la del pasillo interior. Ésta proviene también de una de tantas ventanas, lo mismo: se detiene por momentos y después continúa parpadeante.

No estoy seguro, pero... no puedo quedarme aquí para siempre. Así que me pongo de pie y trato de memorizar la ubicación de la luz.

Parece que esta en los pisos posteriores. Aquellos que se encontraban bloqueados.

Atravieso la puerta de cristal y escucho la insoportable levedad del silencio... En el lobby busco desesperadamente algo que me ayude a recordar. Papeles y bolígrafos... no hay mucho por ahí. El muro de enfrente conserva una pizarra de corcho.

Tiene algunas hojas de colores con anotaciones en tintas de color azul y roja:

-CAFETERÍA: Nota: "Sarah, esta vez no olvides cambiar el filtro."

-PISO 1: noviembre; 129.

-PISO 2: noviembre; 287.

-PISO 3: Lavandería.

Lo que me queda claro es que existe una cafetería, y que no puedo acceder al segundo piso... pero recuerdo que la habitación con el incesante timbre telefónico era la 129.

— ¿Yo vivo en el 129? No puedo imaginar que ese fuera mi apartamento, mucho menos que fuera el único inquilino en toda la primera planta.

Busqué desesperadamente más respuestas entre tantos papeles que había en ese lugar, de pronto leí: CAFETERIA: Planta Baja. Giré en ciento ochenta grados y ahí estaba, una pequeña puerta con un circulo de cristal a la mitad.

Pensé que si buscaba en la cafetería podría encontrar a Sarah y así aclarar mi presencia en este lugar.

Pero no fue necesario... el ruido de un juego de llaves hizo que mis sentidos se pusieran en un estado de alerta total. Me puse en una postura firme y agresiva esperando al misterioso dueño de dichas llaves.

Una mujer delgada con un estilo muy raro para caminar apareció desde la parte trasera del lobby y me hizo notar que la puerta de cristal tenía chapa de seguridad.

La mujer vestía un jumper color celeste y un suéter azul marino. Parecia mesera. Cargaba un par de bolsas de plástico transparentes, se detuvo a mitad de camino, inclinó la cabeza y me miró fijamente.

Disparé un "hola" con absoluta seguridad de encontrar una respuesta. La esquelética mujer movió la cabeza en ambas direcciones en señal de negación y suspiró...

Dejó el ruidoso llavero en un mueble que se encontraba invadido por telarañas y polvo, se volteó hacia mí... Noté que en el suéter se encontraba bordado un nombre con letras blancas: SARAH.

—Mariano, ¿que demonios haces ahí parado? ¡Ayúdame!

Comprendí que aquellas bolsas eran muy pesadas para la humanidad de la pobre mujer. Corrí unos cuantos metros y sentí caer el peso de los bultos sobre mis muñecas.

— ¿Sarah? —Murmuré y la seguridad desapareció.

—No. Seguramente soy la puta de Marylin Monroe y tu eres un jodido Kennedy... no estoy para bromas, te traje tu café.

—Replicó en un tono bastante molesto.

Evité la incomodidad de hacer otra pregunta y mi atención se dirigió hacia los pesados paquetes plásticos que ahora yo cargaba.

— ¿A qué estas esperando? Revísalos.

Y no me lo agradezcas, siempre has sido un patán.

Quise echarme a reír y explicarle a la rubia mujer que todo esto era un error pero estaba completamente aturdido.

El Viaje (Novela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora