El contenido de las bolsas me confundió aún más. Además del frasco de café encontré varios artículos de higiene personal como un dentrífico, un par de navajas de afeitar y algunas lociones.

El otro bolso estaba lleno de ropa para hombre que a primera impresión... era mía.

Pensé que si yo vivía en el ciento veintinueve del viejo edificio, Sarah tal vez era la vecina desagradable que me hacia las compras... y muy probablemente por su atuendo era la típica mesera malhumorada que se toma toda la tarde para servirte una simple taza de café.

Seguí el juego y le expliqué que me había quedado fuera. Que mi apartamento se cerró por accidente y no tenía como entrar.

Con una sonrisa burlona apuntó con el dedo índice hacia el llavero ahora lleno de polvo.

—Deberías tomar una ducha. Estas hecho una sopa...

Di la media vuelta y cargando el par de bolsas me puse en marcha hacia las escaleras de emergencia.

Sarah hizo un extraño ruido con su garganta, un sonido gutural como si tuviera un ataque de tos...

Giré la cabeza y miré por sobre encima de mi hombro.

— ¿Por qué no tomas el elevador? —Dijo entre dientes.

—Pensé que no funcionaba. —Repliqué.

—Suele pasar, esa porquería de metal es algo muy especial. —Me dio la espalda y tomó camino al salón principal.

La "puta" de Marylin Monroe se había sentado en una de las dos pequeñas mesas que había ahí. Encendía un largo cigarrillo que a primera vista parecía un Virginia Slim 120. El típico cigarrillo que consumían las sexys mujeres pro-feministas a mediados de los años ochenta. Pero Sarah no reflejaba ninguno de los dos conceptos. Recordé los fósforos que tomé junto al teléfono...

...las puertas del elevador se abrieron.

Parecía estar dentro de una nevera, los controles del elevador apenas brillaban con una luz amarillenta, solo había cuatro botones, tres pisos y el botón de emergencia. Pulsé el número "Uno" pero la luz jamás se encendió. Probé con el siguiente número ascendente. El pequeño aviso sonó y mis intestinos comenzaron a sentir el ascenso. La puerta se abrió y me encontré cara a cara con un número "DOS" casi de mi tamaño, pintado en color verde sobre el sucio muro de enfrente. La luz temblaba; como la que vi desde afuera.

Busqué de manera paranoica el llavero entre mis bolsas hasta que al fin lo encontré. El llavero era algo intrigante: unos fierros con una extraña forma de cruz y en realidad solo existían dos llaves. La primera estaba marcada con el 287, la segunda tenía forma de esas llaves maestras que utilizan los conserjes para tener acceso a cualquier habitación de los hoteles. Probablemente era de la lavandería. No me servía.

Pensé que todo esto era un error, una alucinación muy bien elaborada o algo así.

— ¿Y si me daba vuelta y volvía al elevador...?

Pero... "esa porquería de metal es algo muy especial." —Fueron sus palabras.

Solo me quedaban las escaleras de emergencia pero se encontraban bloqueadas hacia el descenso. Pasé al lado de una puerta marcada con el 286. 


Tenía que tomar una decisión.

El Viaje (Novela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora