V. When the sun goes down.

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Los recuerdos se amontonan, galopan y se desfiguran cada vez que siente la brisa estamparse contra su rostro.

Es, sin lugar a dudas, una de las mayores desgracias de James.

El instinto carcomiéndolo por dentro, alejándolo poco a poco de su humanidad. Había ocurrido en su décimo cumpleaños, mientras una pesadilla parecía llevárselo en el sueño. El sudor resbalaba por su piel febril, como escurridizas gotitas que inundaban y humedecían las sábanas de su cama. El mareo tiñendo el cuarto y su mente, la luz de la luna abrazándole cual amorosa madre a un infante. Él, aferrándose al colchón, mientras ese dolor lo quemaba tan profundamente que prefería desgarrarse la piel.

Luego, leves temblores, la brisa de la noche, la saliva escurriendo de entre sus nuevas fauces. El picor en sus extremidades que no mermaba cada vez que se rascaba. La angustia, la sorpresa, la noche y nuevamente, la angustia. El murmullo de los árboles lo habían arropado cuando se arrastró desde la seguridad de su habitación hasta el exterior. Las estrellas titilaban en lo alto cuando la fiebre pareció disminuir. Una fina tranquilidad lo embargó cuando se alzó en lo alto, a cuatro a patas, profiriendo un aullido estremecedor.

Después de eso, el rechazo propio, la aceptación, la iniciación, decidiendo omitir esa parte, ignorarla como si no existiera.

Más la sensación de libertad que experimentaba en su otro cuerpo era demasiado grande como para dejarse vencer por ella a los quince. A partir de allí, las memorias del tal "Bucky" que había sido no eran más que simples y confusas imágenes que no tenían ningún tipo de sentido en su cabeza. No se recordaba. Bucky sólo era un recuerdo borroso en su mundo.

Su más grande error fue perderse y entregarse completamente a su contraparte.

James había olvidado quien era. Había olvidado su parte humana. Y ese había sido su más grande error; entregarse a la parte animal que sólo respondía a instintos básicos que lo sometían a responder con impulsos. Como olfatear el cuello a la persona con quién no parecías congeniar. Obligarte a aceptarlo como si eso fuera lo más predominante en la vida de cualquiera.

No era así.

El sucio Stark siempre le había parecido infantil y altanero. Más allá, no tenía mucha opinión. Básicamente porque jamás le había llamado la atención salvo por su delicioso aroma que lo sometía a sentirse en casa.

¿Por qué?

No era justo. No debería ser así. James sabía que jamás le interesaría o se acercaría a Stark de esa manera si él no tuviera ese olor.

Las avellanas, la miel. Un olor dulzón que le recordaba el rocío de la madrugada en el césped y en las hojas de los árboles. A James le cabreaba, porque ni siquiera deberían tener algún tipo de relación aquellos dos aromas. Ni siquiera se parecían.

Sin embargo, la sensación que lo mantenía olisqueando el cuello ajeno, era la misma que sentía cada vez que recordaba la fragancia de la tierra mojada, del lodo y de la noche. El sentirse en el lugar correcto. El sentirse en el hogar. En proteger su hogar.

Y eso le hacía odiar su naturaleza.

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Tony Stark sabía que era una persona irresistible. Tenía una encantadora personalidad, –aunque muchos lo odiaran por esta misma, pero eso no quitaba el hecho de que él era jodidamente encantador-, atractiva sonrisa, mirada coqueta, dinero, era un genio, buen cuerpo –bueno, podría ser mejor, pero igualmente tenía sus músculos- y muchos otros atributos. Sí, lo tenía bastante claro. Nadie podía resistirse a Tony –en serio, ¿Quién era el idiota que lo hacía?-. De eso estaba lo suficientemente seguro. Jamás se había sorprendido frente a ese tipo de cosas. ¡Tenía millones de cartas de amor en su casillero! Muchas chicas qué, según ellas lo odiaban, terminaban por confesársele después de unos cuántos coqueteos o algún que otro besuqueo escondidos dentro del armario del conserje, o en el gimnasio o... no importaba.

AU. ❝I'm not over you just yet❞ ✘ WinterIronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora