La espada de papá.

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Areithel echó un largo trago de agua, y contempló su espada mellada. De poco le iba a servir ahora que habían acabado con Sauron. A pesar de haberlo matado, no había alegría en el aire. Los reyes, de los hombres y de los elfos, habían muerto y muchos otros con ellos. ¿Cuánto hacía de eso? ¿10? ¿20 minutos? No tenía ni idea.

La angustia lo amenazaba por dentro, no sabía dónde estaba su hermano... No había tenido noticias suyas. Pero, en una guerra eso es bueno... Aún así, estaba intranquilo. Su misión, no era peligrosa... ¿Cubrir un lateral? Con toda seguridad apenas habría intervenido. ¿Verdad? "Está bien, todo está bien" se dijo por enésima vez.

Escuchó unos pasos detrás suya. Un elfo, demacrado y cansado lo llamó.

-¿Sí?

- Es su hermano señor, -dijo el elfo- quiere... hablar con él. Puede coger mi caballo si quiere.

- Gracias.

Areithel montó y cabalgó a lo largo de toda la llanura. Aquí y allá había cadáveres; elfos, orcos, hombres, enanos... Gente que los recogía, los amontonaban.... Tiendas dónde estaban los heridos.... Pero eso poco le importaba a Areithel. Él tenía que ver a su hermano, siguiendo la dirección que le había entregado el elfo, llegó a una de las tiendas. "Está bien, todo está bien"

Afuera, en las puertas de la tienda, no se encontraba otro que el mismísimo Elrond de Rivendel. El que al cabo de poco sería coronado rey, estaba sentado en una desvencijada silla mientras que un cirujano, le cosía una gran herida abierta en su brazo con el otro, se sujetaba una gasa a una herida que tenía en la frente.

-Mi señor... -dijo Areithel al verlo, hizo ademán de arrodillarse, al fin y al cabo iba a ser el próximo rey.

-No, -lo cortó Elrond con una mueca de dolor.- todavía no.

-Siento mucho lo de...- lo de Gil-Galad iba a decir Areithel, pero Elrond lo volvió a cortar.

-Da igual, -dijo Elrond- ahora es tu hermano el que te necesita. Sigue a Waidin. -Areithel asintió. El elfo pelirrojo apareció fuera de la tienda, tenía una expresión lúgubre en la cara, lo condujo al interior de la tienda.

Una de las ultimas camas la ocupaba el elfo pelinegro del pelotón de Curudil... Daegor, creía Areithel que se llamaba.  Tenía unas vendas ensangrentadas a lo largo de toda la pierna y otra cubriéndole la frente. Waidin se sentó a su lado y señaló con la cabeza la cama de al lado. Allí estaba Curudil. "Está bien, todo está bien"

Su hermano estaba tumbado en una camilla. Al lado de él había un médico con el que hablaba en voz baja. Al verlo, esbozó una sonrisa.

-Curudil. -dijo el mayor. El médico se apartó, Areithel se sentó a su lado en la camilla. - Hermanito -dijo en un susurro.
Curudil, estaba pálido, muy pálido. La sábana le tapaba por debajo de las axilas. Unos de sus brazos, estaba doblado en un ángulo extraño, respiraba con mucha dificultad.

-Hola Areithel.

-¿Por qué no te han vendado el brazo? - no se le ocurría ninguna razón posible, por la cuál no se lo hubieran vendado, o más bien, no quería ocurrírsele.

Curudil negó con la cabeza, una sonrisa triste asomaba a su rostro. Areithel no podía pensar, no podía moverse...Alargó una mano hacía él, para apartar la sábana. Curudil intentó deshacerse de su mano débilmente, pero Areithel cogió un extremo de la sábana y tiró de ella, dejando el torso de su hermano al descubierto. El mayor exhaló una exclamación. Desde la parte baja de las costillas hasta la cadera, Curudil tenía una gran herida, como un zarpazo provocado por un animal gigantesco.

-Dicen,- empezó a decir su hermano con voz ronca- que he perdido mucha sangre y... que ... ha dañado varios órganos.... Malditos wargos...

-No, no sigas -dijo Areithel. "Está bien, todo está bien." Pero Curudil, haciendo caso omiso de su hermano, siguió.

-Dicen, que he aguantado mucho.... Que casi nadie... lo habría conseguido... - se tapó la herida con la sábana- pero yo... Quería hablar contigo... hermano...

-No...- susurraba Areithel con la voz ahogada.

-Dicen, que no merece la pena.... - dijo el menor.- Y yo les creo. -una solitaria lágrima surcó la mejilla de su hermano convaleciente. Areithel lloraba, sus lágrimas manchaban su pechera, y su mano apretaba la de su hermano.- Hay algo más... quiero que tengas.... la espada de papá. -señaló a la hoja con la cabeza esta, estaba junto a la camilla.

-No... yo no... -balbució Areithel.

-Considéralo un regalo, a mi hermano favorito.

Areithel sollozó al recordar sus propias palabras en ellas.

-Te quiero hermanito -le dijo en voz baja a Curudil, este sonrió cansado.

-Yo...También te quiero....- se notaba que le costaba mucho hablar,  respiraba muy pesadamente...- Y gracias por...todo.

Apretó su mano una vez más cerró los ojos y todo su cuerpo se relajó. "No" pensó. "Está bien, todo está bien" pero no lo estaba. Su hermano pequeño estaba muerto.

Se inclinó sobre su cadáver y sollozó.

Recordó los momentos que había pasado con su hermano, todas esas cosas... Cuando nació, sus juegos... cuando su madre murió... Cuando empezó con su investigación... "Mi hermanito" Pensó.

No sabía cuanto tiempo llevaba llorando. Otros se acercaban, le daban el pésame, pero él no les echaba cuenta. No vio al escuálido "chico" rubio que había perdido un brazo y que por fin volvería a casa. No vio al elfo pelirrojo que se disponía a cumplir su promesa. No vio al elfo pelinegro al que la venganza ya no le parecía tan atractiva. Se limitaba cerrar los ojos y llorar. Lloró hasta cuando le pareció que ya no le quedaban lágrimas, cuando le esconcían los ojos y le dolía la cabeza.

Una súbita furia lo embargó. Se puso de pie, cogió la espada de su padre y salió de la tienda a grandes zancadas.

Las ruinas de Beleriand.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora