Capítulo I

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He despertado de mi dulce y cálido sueño, ¡qué infortunada he sido!, ¿por qué no dormir eternamente? Donde encontrarías y harías lo que quisieras, y todo por simplemente soñar... me ahogo en mis pensamientos y sólo divago en ellos, ¡qué horror!

Mi nombre es Kelly Gener, soy una adulta joven de 21 años de edad, nací en una familia de grandes recursos y por motivos explícitos ahora vivo en un asolado y alejado pueblo al oriente mi patria, Venezuela; para ser específica en una zona rural y el único lugar que se podría considerar 'ciudad' está a más de dos horas de distancia yendo en automóvil.  Una de las razones que me he mudado para acá es sencilla: necesito descansar. Estoy en una etapa de mi vida tan agobiante. La adolescencia ha sido dura, muchísimo diría yo, pero nada peor que ser una adulta joven. Es algo controversial, pues, una siempre llega a tener esos debates internos entre si empezar a madurar y mejorar tus cualidades laborales o aprovechar la juventud e irse por el camino de la lujuria, caprichos y la vida "loca". Es terrible, es decir, podría considerar una vida con ambas opciones, pero no es mi estilo, soy una persona que trata de mantenerse con un camino sólido y definido.

Tal vez unas de las cosas que más me ha afectado ha sido la muerte de mi padre y otros acontecimientos que me ocurrieron luego de ese suceso, y todo esto podría ser una justificación a mí actitud actual. Les explicaré a detalle para que tengan todo claro:

Narración, Kelly con 15 años

Yo vivía en una ciudad relativamente moderna, el 17 de diciembre de 1972 me hallaba en clases de Historia, era mi último día de clases por las vacaciones de Navidad. Casi era la hora de salida. Podrían considerarme el "bicho raro" de mi salón, pues, siempre he sido una persona de pocos amigos y reservada en muchas cosas, pero no se guíen por mí, aveces suelo ser toda una adalid cuando hablan de ciertos temas y dicen cosas erróneas, no hay nada más que repudie que las personas que hablan sin ningún tipo de fundamento al criticar. En fin, para ser ese "bicho raro", en mi opinión creo que mi apariencia le gustaba a ciertas personas y se tomaban la gran valentía de hablarme; pero, no prestaba atención a sus intentos de charlatanería, sólo respondía con un frío 'no' o un 'sí'. Ya ha sido la hora, y todos salían con la euforia de unas vacaciones divertidas y gloriosas, y luego estaba yo, comprando un chocolate, apreciando el sol en el oeste, ya casi oscurecía. Mi casa queda un poco cerca y particularmente voy siempre en bus, pero hoy me digné en purificar mis pulmones con el aire del parque y el vecindario donde estaba mi hogar. Caminando en el parque me comí el chocolate. Este parque para mí es muy especial, me gustaban mucho sus vibraciones, me sentía segura en él; tenía unos árboles de gran medida, unos ciertos columpios para niños y sus plantas de un color verde imponente. Proseguí mi camino y volteando la esquina se encontraba mi casa, llegando al patio delantero se hallaba un gatito negro, pelaje sedoso y ojos amarillentos y dilatados, le acaricié su mentón y enseguida se revolcó en mis pies para darle más cariño, me reí y quise seguir mi camino pero un ruido fuerte que venía de atrás de mi casa me asustó y enseguida me agaché. Era como un disparo, me paré lentamente y miré a mi alrededor, no había nadie y tampoco escuchaba nada, por consiguiente entré casi sin aliento a mi casa cerrando bruscamente la puerta principal. Es muy raro oír disparos en este vecindario, pero no le tomé en cuenta, caminé de el recibidor hasta la cocina para tomar algo de agua. Hoy seguramente mis padres no se hallan en casa, es viernes y de seguro tienen otros planes, pero me dió por preguntar gritando mientras subía las escaleras:

-¡Papá!, ¡Mamá! ¿Están allí? Ya llegué -seguido de un silencio, pregunté- ¿Oyeron el disparo?

Entré a la habitación de mis padres. El lugar estaba desordenado, la ventana abierta y las cortinas bailaban al son de la brisa. Mi padre estaba recostado de la cabecera de la cama, sólo lograba ver un perfil de su cara, a medida que me acercaba pude notar una mancha color vinotinto que se expandía en las sabanas blancas de su cama. Sentía mi tez fría, comencé a sentir ansiedad y no quería imaginarme lo que pensaba que estaba pasando. Con todo el coraje de mi ser, miré el otro ángulo de mi padre; su cara descuidada, boquiabierto, mirada perdida y una pistola en su mano derecha. Sólo observé, no derramé ni una sola lágrima. Esto no podía suceder, -¿Quién le habrá hecho esto?- era lo único que pensaba. Noté un orificio en su sien del cuál salía sangre. Ahora entendí que el disparo no sonó atrás de mí casa, sino adentro. Por un momento me dieron ganas de vomitar, pero me dominé y llamé rápidamente al número de emergencias. Me preocupaba la reacción de mi madre al enterarse de tal cosa, será muy difícil para ella, pues es demasiado sensible y esto le afectará duramente. Esperando la llegada de la ambulancia, me tumbé al suelo a observar meticulosamente el cuarto y el cuerpo de mi padre. Ahora que lo pienso parezco una sociópata, es decir, quería mucho a mi padre, pero al ver esta situación suprimí todo el dolor y mantener la calma para analizar la situación... es extraño pero también agradable. En menos de 10 minutos ya se escuchaba la ruidosa bocina de la ambulancia acercándose a casa, rápidamente bajé las escaleras y abrí la puerta principal; la ambulancia se estacionó en una esquina y de ella salieron 3 paramédicos, dos fueron corriendo hacía mí y les indiqué dónde queda la habitación, y el otro se quedó junto a mí, tomó mi mano y comenzó a hablarme con tono de compasión.

-¿Estás bien?-
-Sí- dije casi susurrando.
-¿Dónde están las personas que viven contigo aquí?-
-No lo sé, mi madre seguramente se fue con sus amigas a jugar tenis ya que es fin de semana-
En eso venían los paramédicos intentando llevar a mi papá en una camilla.
-Cuándo encontraste a tu padre... en ese estado, ¿cómo te sentiste?- el paramédico enseguida me miró con atención, ahora me sentía como en un interrogatorio y no dudé ni un segundo en responderle.
-Señor, ¿cómo cree usted que debería sentirse una niña de 15 años al ver a su padre muerto?- dije con bastante repugnancia.
-Sí, eh...- tartamudea y recobra el sentido de sus palabras luego de unos segundos- tienes razón...
Se fue a ayudar a sus compañeros y yo les seguía por detrás, con mi peor cara entré con ellos dentro de la ambulancia.

Viernes en la tarde

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