Mierda. Llegaba tarde.
Corrí a través de las atolondradas calles de Nueva York, mirando en todas direcciones por si algún coche se cruzaba por mi camino mientras me dirigía de nuevo al trabajo. Mi jefa, una de las mujeres más influyentes de Estados Unidos, Olivia White, había pedido un café de Starbucks hacía quince minutos, y si no llegaba en menos de un minuto, me despediría. No era propio de mí tardar demasiado, pero un accidente había provocado un terrible atasco, y, a parte, en la tienda, había una cola que llegaba hasta final de la calle.
Me aterrorizaba la idea de que me despidiera; una de las razones por la que despidió a su última secretaria fue porque olvidó recoger su vestido de la tintorería después de estar trabajando para ella más de dos años. Yo apenas llevaba seis meses, y no podía evitar pensar que en cualquier momento podría correr la misma suerte...
Atravesé Central Park y pasé la tercera avenida corriendo. Traté de esquivar el torrente de neoyorquinos que se dirigían a su trabajo y turistas que estaban echándose fotos hasta llegar al edificio situado al final de la calle. Entré por la gran puerta acristalada, saludando con la cabeza a Steve, el portero, sin demorarme demasiado. Si encima de llegar tarde el café estaba frío, ya podría estar diciendo adiós a mi trabajo.
Con mucho cuidado de no caer con los tacones y no derramar el café, entré en el ascensor y presioné el botón de la última planta. Me apoyé en la pared mientras intentaba recuperar el aliento después de haber recorrido Upper East Side en tacones.
El vestíbulo de Love's Fashion apareció delante de mis ojos en cuanto las puertas metálicas se abrieron. Deslicé mis largas piernas con rapidez por los pasillos formados por las mesas de los redactores y correctores de la revista hasta llegar al despacho de Olivia. Toqué a la puerta y, antes de que pudiera contestar, entré. Ella miraba por el gigantesco ventanal panorámico las maravillosas vistas al corazón de Manhattan mientras conversaba con alguien por su teléfono personal. Su pelo azabache se movió con rapidez cuando alzó la mirada para ver cómo dejaba el café en su escritorio.
—Espera un momento —dijo con voz aterciopelada a la persona tras el teléfono. Se colocó el móvil en el hombro y sus ojos azules se clavaron en mí, lanzándome cuchillas poco sutiles—. Llegas veinte minutos tarde.
El tono dulce había sido intercambiado por una voz cortante e intimidante que me estremeció.
—Lo siento —balbuceé. La idea de tener que soportar de nuevo las entrevistas de trabajo me aterrorizaba. No quería volver a pasar por ello—. Ha habido un accidente y...
—No me importa —me cortó—. Vete. Tienes trabajo en tu mesa —hizo un ademán con la mano para que saliera del despacho y dejara de molestarla.
—Sí, señora White.
Giré sobre mis talones y salí pitando de ahí.
Llegué a mi mesa y me dejé caer sobre la silla. Suspiré, aliviada por no haber perdido el trabajo. Estiré el cuello antes de ponerme a leer las notas escritas a mano que había pegadas a la pantalla del iMac: «Llama a Peter y organiza una cita para la sesión de mañana»; «Recoge mi vestido de la tintorería» y «Recuérdame las reuniones de la semana».
Lo primero que hice fue llamar a Peter para concertar la cita para mañana a primera hora. Luego conversamos sobre las modelos que Olivia había escogido meticulosamente para esta campaña, mujeres altas y preciosas que ya tenían un recorrido bastante extenso en el mundo del modelaje. Para cuando quise darme cuenta, era casi la hora del cierre de la tintorería.
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Ni se te ocurra
Teen FictionMadison Clark, una mujer atormentada por su pasado en Washington, decide marcharse a Nueva York a cumplir su sueño de ser fotógrafa. Empieza trabajando para Olivia White, una de las mejores publicistas del estado. Un día conoce a Hunter Adams, un h...