Abrí los ojos al notar que mi almohada estaba más dura de lo normal. Fue entonces cuando me percaté de que estaba abrazada al torso de un hombre. Imágenes de lo que ocurrió anoche me sobrecogieron y ruborizaron. Desconcertada, alcé la mirada hasta encontrar el dulce rostro de Hunter plácidamente dormido; sus labios formaban una delgada línea mientras soltaba el aire despacio, la cabeza apoyada en la almohada y el pelo esparcido sobre ella, una mano descansaba en su pecho, que subía y bajaba con cada exhalación.
¿Por qué se había quedado a dormir? Según dijo nunca dormía con nadie. Entonces ¿por qué se había quedado? No tenía ningún sentido. Pero aquí estaba. Guapísimo como siempre. Y desnudo.
Me puse su camiseta blanca que estaba sobre los pantalones en el suelo y me la puse antes de salir. Un dulce aroma a café recién hecho se extendió por todo el apartamento. Olía tan bien que hasta la boca se me hizo agua... Entré en la cocina para echarme una taza cuando encontré al ligue de Noah apoyado sobre la encimera.
—Buenos días —saludé.
Alcancé la taza del armario y la llené de café.
—Buenos días.
Me senté en uno de los taburetes.
—¿Noah sigue dormido? —pregunté.
Asintió.
—Cayó rendido enseguida.
Ahora que podía verlo a la luz del día y no me cegaba el deseo y las ganas que tenía de que Hunter hiciera conmigo lo que quisiera, pude apreciar la belleza de Trevor; su cabello rubio oscuro estaba despeinado, aunque parecía que había tratado de arreglárselo con los dedos. El color de sus ojos eran verdes, parecidos a los de Hunter, aunque algo más oscuros. También tenía un buen físico, cumplía con el prototipo de hombre que Noah solía traer a casa.
—¿Tu amigo se ha ido ya? —preguntó un poco nervioso.
—No. También sigue dormido.
Ambos nos echamos a reír.
Todavía me sorprendía que Hunter se hubiera quedado a dormir; estuvo diciéndome toda la noche que no se quedaba a dormir en casa de las mujeres con las que se acostaba para no darles esperanzas de algo que jamás iba a pasar. Pero aquí estaba, plácidamente dormido en mi habitación. En mi cama.
—¿Podrías decirle a Noah que me he tenido que marchar? —dijo mientras limpiaba la taza de café que había utilizado—. Es que tengo un examen dentro de una hora y me gustaría poder repasar un poco.
—Claro. Yo se lo digo. Buena suerte.
—Gracias. Adiós.
Me terminé el café y volví a mi dormitorio para trabajar un poco con el informe que Olivia me envió ayer y que quería para el lunes. Hunter seguía durmiendo en la misma posición. Conseguí colocarme a su lado sin hacer ruido, iPad en mano para trabajar.
Hunter rodó por la cama y me cubrió con su brazo con una media sonrisa dibujada en el rostro. Posó los labios en mi piel mientras que sus dedos se deslizaban con suavidad por mis piernas. Yo sonreí y continué con el trabajo.
El sonido de un móvil me sobresaltó. Tras recopilar la información que necesitaría para redactar el trabajo, me puse a ver La Maldición de la Mansión Hill. Me había metido tanto en la historia que todo lo que me rodeaba había quedado en un segundo plano, incluso había llegado a ver tres capítulos en un lapso de tiempo que parecía como mucho una hora.
Hunter se incorporó de la cama perezosamente y avanzó hacia el otro lado de la habitación, donde se encontraban sus pantalones en alguna parte del suelo. Sacó su teléfono del bolsillo trasero y se lo llevó a la oreja mientras que sus ojos somnolientos se posaron en mí.
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Ni se te ocurra
Teen FictionMadison Clark, una mujer atormentada por su pasado en Washington, decide marcharse a Nueva York a cumplir su sueño de ser fotógrafa. Empieza trabajando para Olivia White, una de las mejores publicistas del estado. Un día conoce a Hunter Adams, un h...