Pensé que el corazón se me iba a salir del pecho debido a los latidos incontrolados. Las piernas me temblaban tanto que me vi obligada a agarrarme a la puerta para no caerme al suelo. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Intenté decir algo, echarlo de mi casa, pero las palabras no me salían de la boca, el nudo de mi garganta no las dejaba salir.
Estaba paralizada. Ahora mismo me gustaría poder cerrar la puerta de golpe, asegurándome de golpearle con ella y quizás romperle algo de su maldito y penoso rostro. Sin embargo, me sentía incapaz de hacer cualquier cosa. Mis pies no respondían y mis manos tampoco. Lo único que podía hacer era observar su arrogante sonrisa.
Su cabello oscuro relucía gracias a la cantidad indecente de gomina que llevaba puesta para mantener ese estúpido peinado. Las sombras de alrededor de sus ojos le hacían parecer más viejo de lo que realmente era. Se había dejado barba. Llevaba puesto un vaquero azul y un jersey grisáceo, el mismo jersey odioso con el que me ataba las muñecas para que no pudiera moverlas... Lo que daría ahora por tener el control de mi cuerpo y poder darle el guantazo que se merecía.
Le odiaba.
Con todas mis fuerzas.
—¿Qué haces aquí? —conseguí pronunciar. Había hecho todo lo posible para que no me encontrara: Cambié de teléfono, incluso le di una dirección equivocada a mi madre de donde estaba mi apartamento para que no pudiera encontrarme. Pero después de tantos esfuerzos, aquí estaba, con esa sonrisa que me puso toda la carne de gallina y que me traía demasiados recuerdos dolorosos.
Parecía que nada de lo que hiciera le iba a frenar.
Siempre encontrará la manera de venir a mí.
Le odiaba.
—¿Así saludas a tu padre? —preguntó. Sus ojos, oscuros como la noche, me miraron de arriba abajo, desnudándome. Me abracé a mí misma, insegura, deseando que se marchara. No quería verle. Quería olvidar todo lo que me había hecho.
—Tú no eres mi padre —insté.
Un padre no abusaba de una niña indefensa.
Un padre no se aprovecharía de una niña.
Un padre no hacía esas cosas.
Le odiaba.
—¿Puedo pasar? —dio un paso hacia el interior. No sé cómo conseguí las fuerzas para colocarme en medio e impedir que siguiera avanzando—. Quiero hablar contigo y me gustaría que no fuera en mitad del pasillo. ¿Estás sola?
Intenté cerrar la puerta y, quizás, con suerte, golpearle en la cara y borrar esa sonrisa sin escrúpulos. Sin embargo, colocó su pierna justo antes de que pudiera cerrarla.
—No quiero hablar contigo —gruñí.
—Venga, hablemos un rato —insistió—. No sabes lo mucho que te he echado de menos... Incluso he venido antes a Nueva York para poder pasar tiempo contigo. Quería ver a mi pequeña Conejita.
—¡Vete de mi casa!
Las lágrimas me abrasaban la piel. No podía soportar seguir mirando su rostro ni un segundo más. Quería que se marchara. Y lo quería ahora.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Noah, colocándose a mis espaldas. En cuanto vio a Connor en la puerta, sus ojos se abrieron y sus puños se cerraros. Me echó hacia atrás y se colocó entre los dos—. ¿Qué coño haces tú aquí?
—Me gustaría poder hablar con mi hija, pero ella no parece estar por la labor. Noah, ¿podrías intentar convencerla para que hable conmigo?
—No —contestó inmediatamente.
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Ni se te ocurra
Teen FictionMadison Clark, una mujer atormentada por su pasado en Washington, decide marcharse a Nueva York a cumplir su sueño de ser fotógrafa. Empieza trabajando para Olivia White, una de las mejores publicistas del estado. Un día conoce a Hunter Adams, un h...