Capítulo 2

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Noah estaba en la cocina haciendo la cena, llevaba puesto un delantal azul oscuro que compró en un mercadillo de Brooklyn después de haber estropeado un par de camisetas. Cocinaba bastante bien pese a que era un poco desastre, pero como hoy estaba haciendo macarrones con queso, la encimera de cuarzo negro estaba limpia, solo a falta de limpiar las sartenes y utensilios que había utilizado. Una vez preparó puré de patatas con pollo al horno que vio en un programa de cocina. Se veía muy fácil en la televisión, pero cuando se puso hacerlo no sé cómo el puré llegó hasta el techo y al salón. Costó bastante limpiarlo todo... Quitando eso, la comida estuvo espectacular.

—Ya has llegado.

Se limpió las manos con un trapo que colgaba de su hombro. Luego estiró los brazos para sacar del armario superior dos copas de cristal.

—Sí —suspiré. Estaba agotada. Me quité los tacones y los dejé a un lado de la isla de la cocina. Me senté en uno de los taburetes—. Ha sido un día muy estresante.

—¿Qué ha pasado?

Noah llenó las copas con el vino blanco que mi madre nos regaló cuando le dijimos que íbamos a mudarnos a Nueva York. Yo quise tirar la botella nada más terminar la mudanza porque sabía que su querido marido estaba involucrado con el regalo, y yo no quería tener nada en mi casa que perteneciera a ese hombre. Noah se negó rotundamente a desperdiciar una botella tan cara pese a su asquerosa procedencia.

Tomé un sorbo antes de contestar.

—La señora White me ha mandado a recoger su café y su vestido en menos de quince minutos. He tenido que ir corriendo a ambos mandados para que no me despidiera. Tengo los pies como si hubiera corrido una maratón con los tacones...

Decidí omitir el hombre que me había besado antes porque no me apetecía escuchar sus preguntas inquisitivas; Noah adora los cotilleos y pregunta para descubrir hasta el más mínimo detalle de lo ocurrido, y sinceramente, no quería recordar el maravilloso pero inapropiado beso con ese hombre.

—Esa señora es de lo peor —se volvió para mirar los macarrones; después apoyó las manos sobre la encimera—. No puedes seguir consintiendo que esa mujer te explote de esa forma, nena. Es que es prácticamente imposible que recorras Central Park en menos de quince minutos solo para llevarle un estúpido café que puede hacerse ella misma en la oficina.

—¿Y qué quieres que haga, Noah? —insté, cansada. Esta conversación ya la habíamos tenido ciento de veces antes, y siempre acabábamos en el mismo punto—. Necesito el dinero para pagar mi parte del alquiler. Tú no puedes hacerte cargo de todo.

—Yo solo digo que podrías buscar otro trabajo mientras estás en Love's Fashion —encogió los hombros y tomó un corto trago de su copa antes de volverse para empezar a limpiar.

Trabajar para Olivia White era duro, sí, pero pagaban muy bien.

—Ya que lo preguntas, mi día también ha sido agotador —comentó con sorna—. He tenido que rodar un anuncio en Queens y luego tenía una sesión de fotos en el Upper West Side. Y por culpa del accidente he llegado tarde...

—¿Sabes qué ha pasado?

—Un coche se ha saltado un semáforo y se ha llevado a un taxi por delante. Había una mujer con su hija dentro. Menos mal que no les ha pasado nada grave...

—¿Y los conductores están bien?

—Sí. Todos están bien. Han tenido mucha suerte.


Antes de cenar los maravillosos macarrones con queso de Noah, me di una ducha rápida y me puse mi pijama favorito; una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos grises. Noah se puso una camiseta color granate y unos pantalones cortos negros. Después, nos dejamos caer en el sofá para ver la televisión.

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