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      Dante se precipitó en busca de Joanna sin importarle las consecuencias. Sabía que ella moriría de todas formas. No había nada que pudiese hacer al respecto. Pero prefería que expirara en sus brazos, y no que se rompiera la cabeza estrellándose contra el duro y frío pavimento.

Era consciente de su egoísmo; tenía que sentirla aunque fuese una vez antes de tener que decirle adiós para siempre.

¡Si Jofiel estuviera allí!

Él podría haber evitado la tragedia. El ángel había tenido razón, era el mejor para protegerla. Ahora se daba cuenta, cuando ya todo estaba perdido. ¡Qué tonto que había sido!

—¡De nada te servirá saltar, insensato y patético demonio! —Oxana, demostró su reprobación ante la reacción de Dante. Se asomó hacia abajo y sonrió, complacida de su trabajo. Sabía que Malkier no la perdonaría enseguida, pero lo haría eventualmente. La mujer tomó forma de cuervo (podía cambiar de forma a su antojo) y salió volando hacia la calle para tener una mejor vista del catastrófico acontecimiento.

Le encantaba destrozar los corazones y doblegar las voluntades. No había mejor trabajo para ella. Su toque era fatal. Ella no mataba, sino que incitaba a la autodestrucción a sus víctimas. Nada la hacía sentir más placer que contemplar un trabajo bien hecho.

Oxana estaba feliz. Baltazar no había podido matar a la chica, aunque lo había intentado dos veces. La primera, cuando tocó a Larry para provocarle un irresistible impulso homicida; la segunda, en la fiesta de la playa cuando provocó el disturbio. Su especialidad eran las guerras y los asesinatos. Era un experto para provocar el odio y los deseos de venganza. Iba a ponerse furioso de que ella lo lograra a la primera chance. En fin, por algo ella era la líder de los Tres. No en vano era la mas vieja.

Siempre habían existido los cazadores de almas y siempre existirían. En el caso de que uno de ellos fuera eliminado, otro sería llamado a ocupar su lugar. Solo había que saber buscar adecuadamente a alguien cuyo corazón estuviera abierto a la oscuridad. Gente de buen corazón, que guardara un gran dolor en su alma.

Cuando Oxana llegó a la calle, se quedó esperando con impaciencia. ¿Dónde estaba la humana? Se suponía que se estrellaría en cualquier momento. Pero ese momento nunca llegó. Buscó con la mirada a Dante; tampoco estaba. Ambos habían desaparecido en el aire. Se habían desvanecido. Por un momento se sintió atemorizada. Como si un poderoso ángel se hubiera presentado a ayudarlos.

Alzó vuelo y volvió a la terraza. Allí se hallaba él, arrodillado en el piso, con la joven en sus brazos. ¿Acaso estaba muerta? Lo parecía.

Una sonrisa perversa se dibujó en el rostro de Oxana al contemplarlos. Él había inclinado levemente la cabeza y la estaba mirando, turbado. Joanna tenía los ojos cerrados y la cabeza caída hacia atrás. La imagen le recordaba mucho a La Piedad de Miguel Ángel. Se deslizó hacia ellos como una serpiente, sin apartar los ojos del hermoso demonio que no se movió. Oxana se detuvo frente a él, y Dante le devolvió la mirada. Hubo algo en su expresión que la inquietó. ¿Por qué le estaba sonriendo? Algo andaba mal. Podía sentirlo. Terriblemente mal.

Dante acarició dulcemente el rostro de Joanna con el dorso de su mano.

—Jo... —susurró.

La le mujer dirigió una mirada enardecida.

—No puede ser —musitó, tapándose la boca por el asombro—. Es ¡imposible!

La muchacha todavía continuaba respirando.

—¿Pero, cómo? —profirió Oxana, sin comprender lo que sucedía.

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora