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      La noche transcurrió como ninguna, agradable y serena. Joanna se durmió sosteniendo la pluma que Dante le había dado, como si tuviera el poder de protegerla en sus sueños,  sin sospechar que él velaba por ella desde un rincón del cuarto.

      Mientras él la contemplaba, sus ojos se llenaban de lágrimas. No era ya dolor lo que sentía, sino arrepentimiento. Porque las cosas podrían haber resultado diferentes, si él no hubiera sido tan débil; si no se hubiese dejado corromper tan fácilmente.

      Oxana conocía sus debilidades, y las había utilizado para llenar de oscuridad su alma.

  Una vez había amado, podía recordarlo. También recordaba que la había perdido. ¡Con qué sencillez un corazón noble podía caer presa del odio y la venganza!

      No podía seguir siendo prisionero del pasado. Allí estaba ella, Joanna, quien con su mirada lo había salvado de la perdición eterna. Él la conocía, conocía su alma.

      Estaré cerca si me necesitas.

      ─Tan cerca como me sea posible ─susurró con ternura─ voy a cuidar de ti. Me veo obligado a protegerte después de lo que he hecho. Pero estoy feliz de que no llevase a cabo mis primeras intenciones, porque al fin te encontré, después de tantos años. Espero que un día puedas perdonarme, por no haber renacido como el hombre que mereces.

      Jo sintió una insistente sacudida, que la despertó de un maravilloso sueño. Era de día.

      ─Despierta ya, dormilona ─le dijo Violeta.

      ─Cinco minutos más, mamá... ─pidió la joven, sin poder abrir los ojos.

      ─Evan vendrá a buscarnos para ir a la playa. Tienes que vestirte.

      ─¡Cierto! Me había olvidado ─Joanna se sentó, y miró su mano. Todavía sostenía la pluma.

      ─Mas vale que estés lista enseguida. No quiero que lo hagamos esperar. ¡Mira si se va y nos deja! Me moriría si no pudiera contemplar sus hermosos músculos de surfista, y su cabello rubio bañado por el sol.

      ─¡Puaj! Hay cosas que preferiría no escuchar ─Jo se levantó, estirando los brazos─ Estaré lista en menos de lo que canta un gallo.

      Violeta se puso a cantar, invadida por una ola de júbilo, y se arregló los rizos frente al espejo de pie que tenía en su habitación.

      ─Acuérdate de no ser desubicada. Verónica también va a estar ahí, y no le gustará que andes lanzándote encima de Evan ─le advirtió Joanna, desde el baño─ Debemos comportarnos, o no volverá a llevarnos de paseo.

      ─Sí... sí... ya sé. No soy tan loca como parezco ─se asomó a la ventana y gritó, al ver que el vehículo del muchacho se estacionaba en la calle─ ¡Ya llegó! ¡Por fin, mi sueño de subirme a su hermoso auto se hará realidad! ¡Vamos, Jo, puedes peinarte en el camino!

      ─Claro... tú te puedes arreglar y yo tengo que ir como una zaparrastrosa.

      ─Pero tú no te vas a ver con tu príncipe azul.

      Su compañera le recordó:

      ─Verónica...

      ─Te suplico que no me mates la ilusión. Es lo único que me queda. Espero que algún día Evan deje a esa suripanta y se dé cuenta de que somos el uno para el otro ─suspiró─. Mientras tanto, esperaré el milagro que me llevará a sus brazos, la flecha de cupido o un hechizo de amor, que unirá nuestros corazones en dulce romance por toda la eternidad.

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora