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      Joanna debía aprender a no dejarse llevar por sus impulsos. Solo que cuando oía ese ruido infernal le era tan difícil no querer matar a Chris... Y cuando lo veía, debía reprimir sus ganas de acogotarlo. En fin, ya estaba advertido. No era malo, pero carecía de límites. Siempre hacía lo que se le venía en gana, sin importarle un bledo de los demás. Esa actitud egoísta tenía que terminar, si esperaba vivir en una sociedad civilizada.

      Está bien, Jo sabía que las nueve de la mañana no era tan temprano. Ella era demasiado exigente. Pero él lo hacía a propósito, porque sabía que estaba durmiendo. Evan seguro lo mantenía al tanto de sus movimientos, como un espía. El muy traidor...

      ─Ahora, a volver a la cama ─esperaba dormir hasta la una. O las dos.

      Un pequeño percance interrumpió sus planes. Cuando iba a abrir la puerta de su departamento, se dio cuenta, horrorizada, que se había olvidado la llave adentro.

      ─¡Rayos! ¿Cómo voy a entrar? ─se quejó, llena de desesperación.

      Recordó que Violeta llegaría en cualquier momento y se tranquilizó.

      ─Calmate, Jo ─se dijo─ ella vendrá y abrirá con su llave. No hay nada de qué preocuparse. ¡A menos que se le ocurra quedarse otro día más en lo de sus padres! ¿Qué haría hasta entonces? Ni loca volveré a lo de Chris, para que se burle de mí. Prefiero quedarme aquí fuera sentada sobre el felpudo. ¿Por qué no me vestí antes de salir? Espero que nadie me vea... sería tan vergonzoso.

      La chica caminaba de un lado a otro mordiéndose las uñas, esperando a su amiga en su camisón de Hello Kitty.

      ─Tengo tanta hambre... Debí haber aceptado ese vaso de leche.

      Una puerta se abrió, y Jo se quedó quieta. Alguien había salido de su casa, y parecía estar subiendo las escaleras.

      ─No, no, no, no... ─murmuró─ pero qué vergüenza... Pensarán que soy una tonta por haberme quedado afuera. Aunque... los accidentes ocurren. ¿Pero qué clase de idiota sale sin una llave? ¡Solo a mí me pasa esto!

      ─¿Joanna, eres tú? ─preguntó una voz gentil, desde el piso de abajo. Era la señora Fox.

      ─Emmm... simmmm... soy yo.

      ─¿Ocurre  algo, querida? ─dijo, asomándose para verla. Llevaba una maceta en la mano─ te escuché hablando sola.

      ─Me quedé afuera, y no tengo la llave ─contestó, abochornada.

      ─¿Quieres quedarte en casa hasta que regrese tu amiga?

      ─Gracias, es usted muy amable ─sonrió Jo, bajando al primer piso.

      ─Iba a llevarte esto ─explicó señalando el crisantemo amarillo que tenía en la mano─ supe que tus plantas murieron, así que pensaba regalártelo. Sé que te gustan. No deberías decirle a Evan que te las cuide. Es un poco irresponsable. Sé que tiene buenas intenciones, pero yo no confío mucho en lo que promete. En especial, si es a largo plazo.

      Esa ancianita era más peligrosa de lo que parecía. Su aspecto dulce no era más que un disfraz, detrás del cual se ocultaba un monstruo terrible. Estaba enterada de todo lo que sucedía en el edificio. Nadie escapaba a su ojo vigilante. Ni el esquivo señor Grant, del noveno piso. Era una señora temible.

      Con mucho pesar, Jo se dio cuenta de que todos se enterarían del episodio de la llave, hasta Chris. Quizás, hubiera sido mejor comerse su orgullo y regresar con él. No. Eso era lo que él hubiese querido. Jo no estaba dispuesta a dejarse vencer por ningún hombre. Prefería que todo el mundo se enterara que era una tonta, a bajar la cabeza ante ese cochino rockero.

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora