Y el niño grito: ¡Lobo!

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Séptimo capítulo: "El niño grito: ¡Lobo!

DISCLAIMER: Hetalia y todos sus personajes son propiedad de Himaruya Hidecaz.

La historia es original de Mely-Val.

ADVERTENCIA: Sangre, Situaciones violentas, nombre de personajes humanos.

El sótano estaba alumbrado únicamente por una pequeña lamparita que se agitaba de un lado a otro iluminando los utensilios de cocina que brillaban en una fina bandeja de plata de colección invaluable. Mientras tanto un hombre se retorcía entre sus amarras con gritos sofocados culpa de una mordaza. Hacía unas cuantas horas que llevaba en ese lúgubre lugar siendo acompañado por una sádica mujer de cabellos largos platinados que disfrutaba probar experimentos de tortura en su persona.

-Espero que te hayas divertido tanto como yo-, comentó la rubia observando algunos utensilios ensangrentados. –Pero ya me estoy cansando de jugar. Puedes acceder a cooperar con nosotros o de lo contario...te quedarás aquí por tiempo indeterminado, tal vez hasta que mueras de viejo. Podría usarte como mi sujeto de torturas cada vez que este aburrida-, sonrió maliciosamente percibiendo la disconformidad del general. –Pero es tu decisión-, aclaró deslizando un cuchillo por su mejilla y ejerciendo un habilidoso corte. –Te dejaré un rato a solas para que lo pienses mejor, mientras tanto iré a ver cómo está Vanya-, se despidió con el mismo tono en que lo haría una niñita tierna e inocente. Entonces dio media vuelta y se marchó escaleras arriba dando pequeños brincos de júbilo con su vestido elegante ,que le había comprado su hermano hace muchos años atrás, manchado de sangre agitándose de un lado para el otro.

Mientras tanto la mayoría de las naciones estaban reunidos en la cocina y sala de estar contigua en relativa calma. Toris preparaba el almuerzo con la intervención de Katyusha mientras que Edward ayudaba a poner la mesa junto con Elizabeta a la vez que Feliks observaba sentado pintándose las uñas. En la sala de estar Gilbert leía un libro de estrategias militares tendido en el sofá a pierna suelta mientras que Raivis prestaba atención a su telenovela sentado a su lado. Sin embargo Vlad no había aparecido desde hacía unas horas, probablemente estaba encerrado en la habitación aprovechando del silencio para concentrarse en la maldición.

-¿Tuvo éxito interrogando a Kurishov, señorita Bela?-, preguntó curiosamente Edward al verla tomar asiento en la mesa.

Al escuchar el nombre de la bielorrusa, Toris se tensó un momento soltando estrepitosamente el cucharón y giró parcialmente para verla, notándosele las mejillas levemente ruborizadas. Evidentemente era un inútil para disimular su obvia su atracción por la chica que, quien al notarlo, soltó un suave suspiro girando los ojos a otro lado.

-¿Alguien vio el resto de los cubiertos?, también falta la bandeja de plata de los Romanov. Rusia se molestará si no aparece, es un tesoro nacional-, observó Edward sin sospechar ni por un momento que podrían estar en el sótano cumpliendo oscuros propósitos.

De pronto oyeron caer una silla ruidosamente al piso y acto seguido vieron a la bielorrusa enredada como un pulpo alrededor de unas largas piernas.

-¡Ivan!-, exclamó el estonio ajustándose sus lentes sin dar crédito a lo que veía.

El ruso estaba parado como un poste en la entrada de la cocina con cara perpleja mientras que los demás lo miraban como si acabaran de descubrir un león suelto.

-¡¿Quién se olvidó de cerrar la puerta de su dormitorio?!-, exigió el polaco siendo el primero en romper la tensión.

Iván inclinó la cabeza con inocencia e hizo a un lado su hermana con facilidad acercándose lentamente a Toris, quien se puso a temblar hecho un manojo de nervios mientras que el ruso se aproximaba más y más. Temiendo de que le hiciera algo, tomó el cucharón por precaución sin embargo el más alto lo ignoró y se acercó hasta rozarle la mejilla, haciéndolo sudar en frio.

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