Octavo capítulo: "' ¿Amigo o Enemigo?"

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DISCLAIMER: Hetalia y todos sus personajes son propiedad de Himaruya Hidecaz.

La historia es original de Mely-Val, pero quiero agradecerle a la gran "Reino Inquieto" por ayudarme tanto, editarme los capítulos y aportarme tan buenas ideas y fragmentos. Les recomiendo que la busquen en fanfiction o wattapad, sus fanfics son espectaculares.

ADVERTENCIA: Nombre de personajes humanos.

Hacia veinte minutos que Elizabeta estaba recorriendo la casa de arriba abajo, con su paciencia llegando lentamente a su fin cada vez que veía otra habitación vacía.

-Maldito Gilbert, ¿Dónde te has metido?-.

No quería preguntarle a los demás y levantar más sospechas, pero tal vez algunos de ellos ya lo habían notado. ¿Será que cambió de parecer y tomó la arriesgada decisión de escapar? No... ella creyó que él se quedaría más allá de que ambos lo fueran a lamentar, según sus palabras. Le dio a entender que la iba a acompañar a pesar de que anhelaba con fervor estar reunido con su hermano, su otra mitad, su legado.

Miró nerviosa el reloj de la pared. Faltaba alrededor de dos horas para que lleguen Rusia y los dos bálticos. Gilbert no podía ser tan bruto de irse en este momento, ¿o sí? Esta era una situación delicada y estaban todos involucrados. Ninguna nación podía enterarse lo que le estaba sucediendo a Iván o las consecuencias serían desastrosas... y más en plena guerra fría. ¿Sería capaz de tener el corazón tan frío como para darles la espalda?, capaz se olvidaba que estaban todos metidos en este problema y si no hacían algo juntos, caerían detrás de Rusia como efecto domino.

-¿Vlad, querido es necesario que estés así en medio de la sala de estar?-. Katyusha observaba extrañada al excéntrico rumano vestido con una larga capa negra al estilo de Drácula, con dos alitas de cartón, pobremente cortadas, colgando de su espalda. Estaba revolviendo un enorme caldero como el de las brujas con un extraño líquido verde que le iluminaba el rostro, sobre la limpia y cuidada alfombra de Iván.

La ucraniana lo conocía desde siempre, era su vecina, pero ni con mil años le alcanzaba para entenderlo. A veces hacia cosas muy extrañas, como aquella vez que lo invitó a su casa. Lo dejó un minuto para buscar el té y cuando volvió lo encontró hablándole a un feo cuadro, riendo a carcajadas y contándole bromas.

-Es para darle un efecto de atmosfera-, respondió crípticamente el rumano mientras revolvía de forma metódica.

-¿Un efecto de atmosfera?, disculpa cariño pero no te entiendo-. Katyusha estaba comenzando a creer que tras la segunda guerra y su permanencia en la URSS finalmente le había afectado la cabeza del rumano. ¿Caería ella también?, ¿se pondría a hacer alguna ridiculez como usar un traje de baño muy revelador mientras tome sol en la nieve?... a Edward le gustaría mucho eso. Tal vez se desmaye de una hemorragia al verla.

-Pobre Esti-, suspiró sonriendo, sin notar que lo decía en voz alta.

-¿Katya?-. El rumano dejo de dar explicaciones cuando notó que la ucraniana no lo estaba escuchando.

De pronto, un grito desgarrador los estremeció de un salto haciendo que el rumano casi voltee el caldero.

-¡Por las largas barbas de Tepes, ¿qué fue eso?!-

Vislumbraron a la bielorrusa pasar tranquilamente por el pasillo con su vestido manchado de sangre, su expresión calma y fría como el mismo invierno, como siempre.

-Hermanita, ¿Por qué no tomas un descanso y te sientas un momento a tomar té con nosotros?-. Le invitó la mayor, muy a pesar de que el rumano negara fervorosamente con la cabeza. Cualquiera diría que era porque le tenía miedo, pero el rumano también había visto y hecho cosas tan oscuras como ella. O puede que incluso así, quizá no era suficiente para alcanzarla.

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