Quinceavo capítulo: "Tiempo límite"

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DISCLAIMER: Hetalia y todos sus personajes son propiedad de Himaruya Hidecaz.

La historia es original de Mely-Val. Puedo tardarme una eternidad, pero confíen en mí, la voy a terminar con más de que me demore mucho tiempo, yo no me olvido.

-¡¿Cómo demonios llegaste hasta aquí Inglaterra?!- Por más de que pasaran los siglos, Elizabeta aún no lograba entender como el inglés hacia esas cosas. Estaba al tanto de la magia y demás, pero aun así no podía imaginarlo tele transportarse y levitar cosas o lo que sea que hicieran los hechiceros. Era demasiado ilógico para ella y lo decía siendo la personificación humana de una nación.

Arthur sorbió de su té, ahora tranquilamente sentado de piernas cruzadas del modo más elegante posible, con más de que este sobre un par de bolsas de cemento. –Como decía-, ignoró olímpicamente el comentario de la húngara, -vi cuando Ludwig instaló la bomba detrás de ese pilar. Fue poco antes de que la gente ingrese a la reunión. Mi primera impresión fue que estaba dejando una caja en el piso pero no le encontraba sentido. Estoy seguro que fue él- sentenció severamente y sin piedad.

La mirada borgoña de Gilbert se tornó sombría, -¿y cómo estás seguro de eso?-. Aparentaba estar calmado sentado en el piso, pero su ceño fruncido demostró lo contrario. -Ludwig nunca haría algo así... estas diciendo tonterías- la frialdad en su tono era como un cuchillo cortando la tensa atmósfera. Detrás de esa áspera voz había un sentimiento de dolor y traición que amenazaba con quebrar su fachada.

Arthur alzó sutilmente una ceja frente a la osadía del pruso. ¿Tonterías? Hacía tiempo que nadie le respondía así. Comentarios como ese eran los que él solía decirle al cabeza dura del americano, pero rara vez escuchaba que se la dijeran a no ser que fuera el francés cara de rana. –Oh, puedo asegurarlo- replicó calmadamente, tratando de mantener su explosivo temperamento a raya. –Se lo que vi, Alemania del Este-. Gilbert apretó notoriamente la mandíbula, notándosele los dientes cerrados con fuerza. -Es más, también recuerdo la charla que tuvo Ludwig con Kurishov en su oficina-. Las palabra dispararon la atención de todos, inclusive el lituano que acababa de ingresar seguido del alto ruso, sospechosamente sobre vendado en algunas partes del cuerpo y rostro.

-¿Ludwig y Kurishov?, ¡¿de qué estás hablando Arthur, como es que se conocen?!- Alfred no pudo con su impaciencia, cosa de esperarse según el inglés, sin embargo no respondió directamente a él.

-Dime Gilbert- volvió a cruzar mirada verde contra borgoña, esta lucha recién empezaba. Su sed de venganza sobre el pruso no había terminado luego de la segunda guerra. Sin duda iba a disfrutar de roer su auto-confianza. -¿Por qué luego de la explosión saliste tú solo del palacio? Se supone que saldrías con tu amado hermano menor pero no fue así-, se notaba la falsa preocupación en su tono.

El pruso sintió fuego por dentro hirviéndole la sangre. Arthur lo sabía, podía verlo en la forma como lo miraba. Ese arschloch lo estaba disfrutando. Pero el inglés no era el único con fuertes deseos de venganza. –Qué curioso, lo mismo digo de ti, Arthur. No saliste con tu perro guardián, quiero decir, Alfred- corrigió con falsa modestia, notando la sobresaliente vena en el cuello del inglés. – De hecho, ¡te vi dispararle en el pecho!- exclamó en fingido asombro y giro con expresión repentinamente más seria en dirección a la entrada. –...Y también a Iván- soltó en la pasada.

Arthur sintió helarse por dentro. Todos le clavaron miradas acusadoras sin un atisbo de duda, excepto el americano que se vio muy confundido, la traición reflejada sus ojos celestes a través de los lentes.

-¿Eso es cierto?- preguntó con voz quebrada, atrapado emocionalmente en una contradicción mental. – ¿Tú me- me disparaste?- no quería aceptarlo pero una parte de él lo hacía, trayéndole recuerdos amargos de su independencia.

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