-Subid –les dije una vez llegados a la puerta del autobús-. Os vais sentando por parejas en los asientos libres que encontréis.
No íbamos solos. Las otras dos clases de sexto también iban al museo. Salimos los tres grupos juntos del centro. El autobús nos esperaba justo delante de la puerta. Nuestro aula era la que más lejos estaba de la salida del edificio y, quizás por ello, los niños de mi clase formaron la fila detrás de los otros dos grupos en el momento de organizar la salida del colegio. Esto, lógicamente, provocó que fuésemos los últimos en subir al autobús.
-Carlos, no hay sitios libres –me gritó Sofía desde el final del autobús.
-¿Cómo que no hay sitios libres Sofía? Busca bien –respondí.
-Qué no hay. Ya hemos mirado –me dijo Manuel, supuestamente pareja de Sofía para este viaje y que también se encontraba de pie, mirando de un lado al otro, al final del pasillo.
-Vale, tranquilos, esperad un momento –les contesté desde la parte delantera-. ¿Cuántos niños traéis vosotras? –les pregunté a las tutoras de los otros dos grupos que estaban ya sentadas en primera fila con el cinturón puesto.
-Veinticinco –respondió una de ellas-. Son las tres clases de veinticinco niños Carlos.
-Ya, bueno, pero a lo mejor os faltaba algún niño hoy y veníais menos.
-A las excursiones nunca falta nadie Carlos, cómo se nota que eres nuevo –dijo la otra profesora riéndose-. Nosotros venimos veintisiete. Veinticinco niños, la profesora de prácticas, que anda por ahí atrás sentada con algún niño, y yo.
-Nosotros veintiséis, si me cuento a mí –le dije.
-Pues igual que nosotros –me contestó la otra profesora.
Bajé del autobús a hablar con el conductor, que estaba esperando fuera, fumando, a que se sentasen todos los niños.
-Mira, perdón, ¿cuántas plazas tiene este autobús? –procedimiento mucho más rápido que contarlas yo.
-Setenta y cinco. ¿Por qué? ¿Hay algún problema?
-Sí, que no cabemos. Somos más. Sobramos cuatro. Tengo a dos niños al fondo del autobús de pie que no tienen donde sentarse, y otro más ahí delante –le dije señalando la parte delantera- que es el que iba a venir sentado conmigo.
-A mí me dijeron que trajese uno de setenta y cinco. Debió de haber algún problema a la hora de solicitar el autobús. Alguien le dijo mal a mi empresa el número total de pasajeros.
-Sí, claro. Eso es evidente. Pero tenemos que buscar una solución. ¿No se puede cambiar el autobús? Traer uno con más plazas –fue lo primero que se me ocurrió.
-Poder se puede, el problema es que el autobús nuevo no estaría aquí hasta dentro de media hora, porque tengo que llevar este y coger el otro. Me es imposible estar de vuelta antes de media hora y la cita con el museo la tenéis dentro de quince minutos. Y tardamos diez en llegar.
-Entonces tú, ¿qué solución propones? –le pedí consejo. Supongo que no sería la primera vez que se vería en una situación similar.
-Que vayan sentados de tres. Tres niños por cada dos asientos.
-Pero así no se pueden poner el cinturón de seguridad.
-Son diez minutos de trayecto, no va a pasar nada.
-Bueno, espere un momento, voy a comentarlo con mis compañeras.
Lo normal es que no pasase nada. Vale. Estamos de acuerdo. Pero, ¿y si pasase algo?
-El conductor dice que vayan los tres niños que no tienen asientos sentados con otros dos, siendo imposible de esta forma que los niños de esos asientos se abrochen el cinturón de seguridad.
-Bueno, son diez minutos, no creo que pase nada –me respondieron casi a la par.
-Ya, pero, ¿y si pasa? –no estaba tranquilo.
-La culpa es del colegio Carlos. Que pidió un autobús con menos plazas de las que necesitábamos.
-Joder Begoña –así se llamaba la profesora que me había dicho eso-, que yo no estoy pensando en quién va a comerse la culpa en el caso de que pase algo. Estoy pensando en los niños.
-Carlos, son diez minutos, no va a pasar nada –insistió Begoña.
-Bueno, ¿qué hacemos? –Preguntó el conductor subiendo al autobús-. Tenemos que marchar.
Por un lado, si aceptaba viajar en esas condiciones a sabiendas de las mismas, en el caso de que pasase algo yo sería responsable moral de lo sucedido. Yo sabía que los niños estaban viajando sin cinturón de seguridad y lo consentí. Pero por otro lado, si nos bajábamos del autobús, el colegio, quizás, iba a quedar muy mal con el museo, que habría organizado algo para un determinado número de niños que luego no se presentaban. Tendría también problemas, a lo mejor, con los padres de los niños, no lo sé. Problemas que, obviamente, el colegio entendería que había provocado yo con la decisión de no ir a la excursión en esas condiciones, con las repercusiones negativas que eso me generaría. Cualquiera de las dos opciones suponía correr riesgos. Pero había que decidir.
-Niños, levantaos. Nos volvemos al aula.
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Historia de un maestro
Ficção Adolescente"Historia de un maestro", una historia que no te dejará indiferente. Carlos tiene veintidós años y asiste a una entrevista en un colegio. Quiere optar a un puesto como profesor. En el centro conoce a Paula, una chica que se convertirá desde el prime...