Capítulo 24

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-Bueno, me voy para mi clase que están a punto de volver mis niños –me dijo Paula despidiéndose-. Hoy por la tarde es la reunión con los padres, ¿te apetece ir a tomar algo al salir?

-Sí, claro.

-Vale, pues cuando acabemos nuestras respectivas reuniones nos vemos en la sala de profesores.

-Hecho –respondí.

A los pocos minutos de que Paula se marchase, empezaron a entrar por la puerta mis alumnos. Unos me saludaron nada más aparecer y otros, en cambio, no me devolvieron ni el saludo que yo les había dedicado. Pablo fue el último en aparecer.

-¡Qué pasa! –me saludó.

-Hola –contesté.

-Joder, qué serio.

-Escucha, ven aquí –le ordené mientras caminaba hacia su mesa-. Tu profesor no es tu amigo para que le saludes con un "¡qué pasa!", o para expresarte posteriormente con un "joder".

-Pero "joder" no es una palabrota. Tampoco he dicho algo tan grave –replicó.

-Yo no te he dicho que fuese o dejase de ser una palabrota, ni que fuese o dejase de ser grave. Te he dicho que tu profesor no es tu amigo, lo cual quiere decir que no puedes hablar con todo el mundo como hablas con tus amigos. No te he dicho nada más.

-Vale, ¿puedo coger ese metro? –me preguntó señalando a uno de los medidores que había encima de mi mesa.

-¿Has entendido lo que te he dicho?

-Sí, ¿pero puedo coger el metro?

-Debido a que te has dignado a preguntar pues sí, puedes cogerlo –le dije intentando utilizar esa concesión como refuerzo positivo a su "buena" conducta.

-Gracias.

-De nada.

Justo cuando iba a pedir a mis alumnos que cogiesen su medidor para iniciar la actividad que tenía planteada, una alumna tomó la palabra.

-¡Carlos! –me llamó.

-Celia, ¿qué pasa?

-La profesora de gimnasia me ha castigado sin recreo. Y no sé porqué, porque no he hecho nada.

-Quizás te haya castigado por eso, me ofende hasta a mí que utilices el término gimnasia en vez de educación física.

-Boh –se quejó-, yo estaba atendiendo. Lo prometo.

-Algo harías, Celia. No te van a castigar porque sí, sin motivo.

-No hice nada, en serio. Sofía, ¿a que no hice nada?

Sofía no contestó.

-Vamos a ver. Esto que voy a decir va para todos, no sólo para Celia. Como alumnos hay dos normas que tenéis que tener muy presentes. La primera es que el profesor siempre tiene razón, siempre. Y la segunda es que, en el caso de que no la tenga, hay que atenerse a la primera.

-Eso es injusto –replicó Celia.

-Sí, por eso esa norma en esta clase no existe. Pero por ahora, hasta nueva orden, esa norma vale para siempre que no estéis en esta aula. No quiero que le contestéis a ningún otro profesor que no sea yo. Si dicen que estáis castigados lo estáis, si dicen que hicisteis algo mal lo hicisteis, y punto.

Tenía un puesto tan frágil que como mis alumnos empezasen a comportarse mal con otros profesores, o incluso a contestarles, y este comportamiento llegase a oídos del director, mi trabajo correría serio peligro. Todo lo que hiciesen dentro de mi aula no era un problema, pero todo lo que se hiciese fuera de ella sí podría serlo. Evidentemente mi restricción tenía que ser total, no podía ser como aquella que, cuando teníamos dieciséis años, nuestro entrenador de fútbol nos dio antes de un partido.

-Hoy si os llaman hijos de puta lo sois –pero añadió-, ya los cogeréis otro día por la calle.

Historia de un maestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora