Capítulo 37

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-Estás de broma, ¿no? –me dijo Paula sorprendida.

-No, ¿por qué? –respondí.

-Porque ahora mismo podrías saber quién te la había metido doblada y has preferido no saberlo. Dijo que lo conocías Carlos, ¿cómo puede ser que te dé igual no saber su nombre?

-¿Para qué? ¿Qué gano con eso?

-Joder Carlos, pues al menos saber que alguien que conoces te traicionó.

-Bueno, calma, quizás estemos suponiendo muchas cosas. Me dijo que lo conocía, no me dijo que fuese mi amigo. Podría ser el presidente del gobierno. En ese caso lo conozco y no me estaría traicionando. Yo sólo sé que lo conozco, pero ella no me dijo que él me conociese a mí.

-Allá tú, pero yo en tu caso lo hubiese tenido clarísimo. Querría el nombre.

No tuvimos tiempo para seguir hablando, en cinco minutos teníamos que estar cada uno en nuestra aula. Ella tenía clase y yo tenía una salida a un museo de nuestra ciudad. Iríamos en autobús. No quedaba muy lejos del centro, en diez minutos como mucho estaríamos allí.

-Buenos días. En cinco minutos salimos del aula hacia el bus. Todos tenéis que tener claro cuando salgamos con quién vais a ir sentados. No quiero peleas después porque alguien quiere ir sentado con tal persona o porque ese sitio os lo pedisteis vosotros y os lo han quitado. Tenéis cinco minutos para poneros por parejas. Y el tiempo empieza... -creé una pausa llevando la vista hacia mi reloj-, ya.

Los toros desde la barrera se ven mejor. Y si la barrera corresponde a un escenario abierto, salvaje, y no de una plaza, mejor todavía. Y allí estaba yo, viendo las negociaciones desde la barrera.

Las negociaciones no iban bien. Al menos no para todo el mundo. Éramos impares y había alguien que no encontraba pareja. Él lo estaba intentando, de verdad. Preguntaba de muy buenas maneras.

-Oye tú, ¿te sientas conmigo?

Pero una de dos. O no utilizaba la pregunta adecuada, o realmente no se querían sentar con él. Fue duro ver el proceso desde la distancia. Seguir sus pasos de un rechazo a otro, y ver como al cuarto intento, cantidad para nada despreciable, su moral se venía abajo.

-Profe, no tengo pareja –me dijo Pablo después de mirar un par de veces a su alrededor y constatar que ya estaba todo el pescado vendido.

-Sí que tienes Pablo.

-No, he preguntado a todo el mundo y ya están cogidos.

-Qué sí que tienes pareja Pablo.

-¡Qué no!

-¿Cómo qué no? Estás hablando con ella.

Diez minutos de ida y diez minutos de vuelta. Veinte minutos. Sería la pareja de Pablo en el bus durante veinte minutos. Yo creía que iba a ser una experiencia inolvidable. Y lo fue. Y tanto que lo fue.

Historia de un maestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora