Prólogo.

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Maldita luna, maldijo Ronald en silencio.

No sabía porqué, pero odiaba la luna. Tal vez tenía que ver con las leyendas que le contaba su abuela cuando era niño, sobre una mujer en el bosque con cuernos de siervo que pisoteaba a los hombres hasta morir. O tal vez con los cuentos de terror que contaban sus amigos en la secundaria sobre bestias que atacaban a los campistas en los senderos pero, de todas formas, todo terminaba en un asesinato y comenzaba con la luna. Para su suerte nunca antes cuando había salido de noche le había pasado algo malo, pero siempre habría una pequeña parte de él qué todavía le temía a la Luna.

Ronald pateó una roca en el suelo.

A sus veintitrés años de edad, no tenía lo qué quería. Odiaba profundamente su vida, y odiaba aún más profundo el pueblo dónde estaba encerrado. Se sentía un esclavo, amarrado a un un lugar dónde nadie lo retenía. Y aunque no tenía nadie ni nada porque quedarse, aún así lo hacía. No tenía novia, no tenía amigos. Sus familiares, uno por uno, empezaron a alejarse de él, dejándolo miserable. Él sólo quería estar con alguien y cuando hace unos meses una chica lo había rechazado, había sido el punto de ignición para él. La había tomado, y no le había importado cuanto ella gritara o rasguñara, ella no podía hacer nada para defenderse de él.

Ronald recordó con satisfacción el rostro de la chica ahora muerta. Con una pequeña sonrisa inhaló su cigarrillo.

También recordaba otras chicas qué lo habían rechazado, tratado como basura, como si no fuera nadie. Esas chicas también estaban muertas. Y con cada una de ellas, Ronald había tomado lo que quería sin preguntas.

Estuvo así unos cuantos minutos más, caminando por la calle tranquilamente, rememorando con morbosidad placentera a sus víctimas, hasta qué vio una sombra entre los arbustos.

Ronald se tensó.

Inventó en su mente rápidamente alguna excusa por si era algún oficial. “Tengo insomnio y camino por las noches” era la qué más acostumbraba a usar. Sin embargo, después de unos momentos en los qué nada sucedió, Ronald cayó en cuenta en qué quizá era un animal correteando por ahí y siguió caminando, resoplando por su propia estúpidez.

Tal vez me estoy poniendo un poco paranoico, reflexionó.

Debería dejar de ver tantas películas de terror.

Deambulo sin rumbo alguno durante unos cuantos minutos más, sintiéndose aburrido. Si tenía suerte esa noche, quizá encontrará a una chica o dos a las cuáles violar. Ronald se sorprendía de la ingenuidad de sus presas a veces: ellas avanzando por allí a la medianoche sin creer qué algo malo podría pasarles.

Pero, pensó Ronald, nadie podría suponer qué habría tanto mal en el mundo.

Ronald se detuvo a medio paso cuando una risa femenina burbujeó de la nada. Buscó con la mirada la fuente.

Se quedó sin aliento ante lo qué vió.

Allí, debajo de una farola, una chica vestida de blanco y cabello oscuro, se intentaba mantener de pie. Soltaba unas cuantas risitas y se apoyaba constantemente sobre el farol.

La primera impresión de Ronald, fue que ella era hermosa.

La segunda impresión fue darse cuenta de qué ella estaba sola. Y no sólo sola: borracha.

Él no lo dudo otro segundo. Ronald tomó la aparición de esta hermosa chica borracha como un regalo del universo. Sin pensarlo dos veces, empezó a estampar una falsa sonrisa en su cara y se acercó a ella, tratando parecer inofensivo.

No podía dejar de notar qué entre más cerca de la muchacha él estaba, más hermosa le parecía.

La boca se llenaba de agua de sólo pensar poner las manos sobre ella.

Eclipse Lunar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora