Capítulo Uno.

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No había manera de qué aquello fuera un sueño, se dijo Mae.

Un oscuro y largo pasillo de largos y frondosos árboles se abría ante ella; las hojas y las flores haciendo una especie de sombrío y hermoso túnel qué la sofocaba. Al final del túnel se encontraba una hermosa chica regresandole la mirada, con los ojos helados fijos en los suyos.

Ella tenía un vestido blanco y una corona de flores del mismo color qué destacaba su cabello castaño. Mae no podía dejar de mirarla. La chica le parecia familiar, tanto qué tenía su nombre en la punta de la lengua a punto de ser pronunciado. La sensación le daba jaqueca, parecida al mismo sentimiento de un Dejá vù.

La expresión de la chica era inescrutable mientras seguía mirando a Mae desde el otro lado. Era casi cómo si una barrera invisible las separara. Finalmente, algo hizo clic en la mente de Mae y supo quién era la chica.

—Eunice. —dijo Mae. La voz se le rompió al final de su nombre.

Mae extendió una mano, tratando de alcanzar a Eunice, pero fue cómo si él pasillo se extendiera aún más y Eunice se encontrará a un mar de distancia. Quería gritar de frustración. Su mirada desesperada viajó de sus pies hacia dónde estaba Eunice.

Se sentía demasiado real para ser un sueño.

Una parte de ella quería creer que estaba sucediendo realmente, pero sabía qué era imposible. ¿Quizá Mae estaba alucinando o algo así? Quizá era una... ¿Ilusión? De todos modos, no podía ser un sueño. Se sentía demasiado real. Pero mientras más le daba vueltas, sus pensamientos se desvanecían, borrando la lógica de su mente.

Finalmente la voz de Eunice rompió el silencio, usando el mismo tono calmado qué utilizaba cuando estaba viva.

—Mae —De las hojas en el techo del túnel, comenzaron a caer gotas rojas manchando la corona blanca sobre su cabeza. Mae sospechó qué era sangre—, tiempo sin verte.

—¿Por qué...? ¿Por qué estamos aquí? —dijo en cambio Mae. Luego señaló tontamente:— Tú estás muerta.

—¿Lo estoy? —Eunice río melodiosamente. Sus pasos resonaron mientras caminaba hasta Mae y se detuvo frente a ella, la barrera invisible qué las separaba desvaneciendose—. Todas lo estamos, ¿no es cierto? Todas las Siervas de la Luna.

Un nudo se formó en la garganta de Mae.

—Sí, pero revivimos una sola vez para convertirnos en Siervas. Tú moriste de nuevo, ya siendo una Sierva.

La cabeza de Eunice se ladeó. Sus ojos azules se estrecharon, más cómo si Mae le estuviera contando un dato curioso qué su muerte.

—¿Oh? —puso un dedo sobre su barbilla, pensativa— ¿Y cómo lo hice?

Los ojos de Mae ardieron.

—Te encontraron muerta en tu habitación hace seis meses. Ni siquiera hiciste un ruido. Las ancianas creen qué moriste durmiendo.

Eunice sonrió, aparentemente satisfecha con su muerte. Cuando estaba viva, Mae recordó qué Eunice le había confesado qué quería morir de esa forma. Mae también estaría satisfecha también de saber qué por lo menos Eunice había muerto del modo qué había deseado...

Pero dudaba qué hubiera muerto de esa forma.

—Hum —repuso Eunice—. Ya veo.

La tristeza dio lugar a la rabia en el pecho de Mae. ¿Por qué Eunice actuaba cómo si nada? ¿Cómo si no le importará su muerte? ¿Como podía parecer tan ignorante al modo en qué los ojos de Mae claramente se llenaban de dolor?

Eclipse Lunar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora