Capítulo Seis.

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—No creo qué sea sano, Raquel. —Mae hizo una mueca mientras cerraba su casillero. Ya le era suficientemente difícil negarle las cosas a Raquel cómo para qué ella se pusiera en ese plan.

Raquel sorbió.

—Pero —lloriqueó—, ¿qué tiene de malo querer ser vegetariana? Esas... Pobres vaquitas...

—Y cerditos. —añadió Alice.

—Y cerditos. —repitió Raquel, chillando más fuerte.

—Raquel —Mae bajó la voz, poniéndole una mano en el hombro—, nuestra dieta, obligatoriamente, tiene qué ser a base de carnes.

—Pero no quiero —gimoteó, envolviendo sus brazos en torno a Mae—. Son animales inocentes. Prefiero comer pasto.

—Vayamos y comamos pasto todas, entonces —ofreció Alice, en tono animado.

Mae la miró mal.

—Escucha, cariño... —comenzó, pero fue interrumpida por otra voz.

—¿Macarena?

Mae alzó la vista.

Al principio le costó ubicarla pero luego recordó su función en el colegio. La consejera estudiantil, una mujer rubia y esbelta, le devolvía la mirada, sonriendole a Mae cómo si fuera un gato asustadizo a punto de salir huyendo.

Eso hizo fruncir a Mae el ceño.

Nada bueno venía de la gente qué sonreía así.

—Mae. —le corrigió. Si todos comenzaran a llamarle Macarena sería un problema.

La consejera sonrió aún más ante la corrección. La muchacha comenzó a irritarse. Ugh.

—Mae —repitió la consejera, cómo si su nombre le fascinará. Definitivamente, ella si comía pasto—. ¿Puedes acompañarme a mi oficina un momento?

Mae dudó.

No sólo no quería interactuar con la semi-sedada consejera estudiantil, si no qué ya era la hora de la salida y ella era quién llevaba a Raquel y a Alice a la Arboleda. Con eso de qué venía la supervisora de la Corte de la Madre Luna, Mae quería portarse bien (para así portarse mal en secreto y seguir escuchando las conversaciones de la asamblea, claro).

—N-no lo sé, yo... Tengo qué llevar a mis... —Mae recordó fugazmente qué tenía qué actuar cómo si Alice y Raquel fueran su familia—..., mis hermanas a casa.

La consejera asintió amablemente.

—Entiendo. Las hermanas White siempre tan dedicadas entre ellas —suspiró alegremente—. Me hubiese gustado ser así con mi hermana...

Una parte de Mae quiso huir porqué sentía qué la consejera estaba a punto de contarle una aburrida anécdota familiar, pero la otra parte de Mae quiso...

Nope, todas las partes de Mae querían huir.

Pero la consejera sacudió la cabeza, y gracias a la Madre Luna, no continuó con su anécdota familiar.

—Bueno, no importa. Esto es realmente importante, en serio necesito hablar contigo. ¿Podrían tus hermanas hallar otra manera de volver a su casa?

Alice, disparandole una mirada sádica a Mae, ofreció:

—Yo sé conducir. Es sólo qué cómo Mae es mayor qué yo, siempre quiere hacerlo ella...

Oh, Mae iba a matarla cuando llegará a la Arboleda.

—¡Perfecto! —gritó la consejera estudiantil. Tomó el brazo de Mae y la arrastró consigo. El tacto de la consejera sobre su piel irritó a Mae y no pudo dejar de sentirse así hasta qué llegaron a su oficina. Mae podía oír su corazón latiendo, los gritos estridentes de ella en su oído, oler la sangre corriendo por sus venas. Qué tocará la piel de Mae sólo la hizo aún más hipersensible a eso y aún más, porqué por debajo de todo eso, la muchacha podía oler un familiar aroma, una leve colonia de pecado impregnado en el cuerpo de la consejera.

Eclipse Lunar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora