Capítulo 12. La despedida.

64 9 9
                                    

Cuando Andrea salió de sus pensamientos el tiempo había pasado con rapidez. Se dio cuenta de que ya estaba sentada en el autobús. A su lado estaba Ilena, quien le hablaba de algo que ni siquiera estaba escuchando. En frente se sentaba Mier, quien charlaba alegremente con Noa. Ambos parecían pasárselo bien, pero Andrea no prestó atención a lo que decían. En lo único en lo que podía pensar era en que pronto el autobús se detendría, se despediría y cada uno se marcharía por su lado, haciendo promesas falsas como cualquiera las hace cuando de verdad piensa que volverá a ver a alguien no tan importante. Aquello le entristecía más de lo que hubiese podido imaginar. Se quedó mirando a través de la ventana cómo los coches pasaban a su lado, ajenos a su situación. Quizás debiese ser así. Quizás debiese mantener en secreto lo que pensaba, pues, después de todo, el resto del mundo, incluyendo a sus amigos, tenían mejores cosas en las que pensar. Grandes problemas, incluso. Pero aquello que pensaba no dejaba de ser una estupidez pasajera, una lejana ilusión, un pequeño contratiempo que no dejaba de ser así, pequeño e insignificante.
Y entre pensamientos, sin darse cuenta, estaba fuera del autobús, saludando con la mano a Ilena y compañía. Cuando se dio cuenta de esto, se llevó una mano a la cabeza. Ni siquiera había tenido el valor de despedirse de Noa. No le miró, no le saludó. Se había ido sin más.
Sintió su pecho oprimido de pronto, como si se sintiese culpable. ¿Cómo podía haberse ido sin saludar? ¿Por qué había pensado que era estúpido volver a verle? Miró su móvil y comprendió lo susceptible que era. Había dejado "Lost stars" en modo repetición, su canción triste preferida. Quizás por eso hubiese actuado tan distante, tan fría. Paró la música.
-¿Por qué siento como si siempre lo arruinase todo? -Dijo para sí.
"¿Qué es lo que hago mal?"
Notó una mano en su hombro y se sobresaltó. Alguien se situó frente a ella, y cuando alzó la vista cayó en la cuenta de que aquella era también la parada de Noa. Sonrió sin quererlo, y también sintió esa culpabilidad desaparecer de pronto. Miró a Noa, quien le sonrió.
-Me tengo que ir por allí. -Señaló a la calle tras de sí. -¿Y tú?
Andrea miró atrás. Su casa estaba al lado opuesto al que Noa había señalado.
-Por aquí... -Dijo mientras miraba el camino correcto. -Supongo que...
Noa la interrumpió.
-Acabo de recordar un atajo que pasa por la calle que dices, ¿vamos?
Andrea observó su rostro pálido por un par de segundos, pasando por sus ojos tormentosos, aquellos que en un momento pensó que le traerían problemas.
"¿Sabes, Andrea?" Pensó. "A veces te equivocas".
Asintió y ambos comenzaron a caminar juntos.

El trayecto fue silencioso hasta que Andrea escuchó a Noa tararear una canción no demasiado alto, como si pensase que ella no le podía escuchar. Además observó con curiosidad cómo tamborileaba al mismo ritmo con las manos sobre sus piernas. Andrea trató de descifrar de qué canción se podría tratar, sin éxito. Su curiosidad llegó a límites inimaginados. Le comenzó a gustar lo que escuchaba.
-¿Qué es eso que cantas? -Preguntó, mientras notaba que Noa se giraba hacia ella con sorpresa. Creyó ver que se ruborizaba.
-No es nada... -Balbuceó, excusándose. -Sólo una canción que me ronda por la cabeza.
Ella alzó una ceja.
-¿No me dirás cuál es?
Noa se llevó una mano a la nuca.
-Te reirías. Lo sé. -Y él mismo comenzó a reírse sin más. -A veces distintas situaciones me recuerdan a distintas canciones.
Andrea sonrió con ternura.
-Espero saber algún día cuál es esa canción que tanto te recuerda a mí. -Y se le quedó mirando largo y tendido.
Después de un tiempo, Noa giró la vista hacia otro punto.
-Qué va.
Caminaron durante unos minutos más, hasta que Andrea se detuvo.
-Esta es mi casa. -Anunció apenada. Y con la falta de tiempo, su corazón comenzó a latir con fuerza. No tenía el valor para pedirle su número, ni de decirle siquiera un mísero "gracias por haberme acompañado como candelabro hoy".
Noa se le acercó de pronto. A Andrea se le paró el corazón. Se acercó más. Tan cerca que podía escuchar su respiración, y no supo si fue su imaginación, pero también sus latidos.
No pudo hacer nada más que mantenerse inmóvil cuando él...










































































































...le dio una palmadita en el hombro.

Continuará.

"Este es mi año" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora