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A James le costó un poco de trabajo levantarse de la arena. Su cuerpo estaba casi entumido, y podía sentir la suave brisa golpeándolo, provocando un poco de frío a lo largo de sus miembros. Seguía empapado, por el trayecto que hizo desde la playa hasta el submarino, y ahora, rodeado de arena, algas y un par de golpes debido a la explosión interna del Surcouf, no sabía si sentirse vivo era una bendición.

—¿Dónde está Han? —fue la primer cosa que escuchó, después de la gran explosión del submarino, que seguía esparciendo sus restos por el mar. Allori había formulado la pregunta, a unos metros de él.

—Él... —Dylan negó con la cabeza, mientras intentaba levantarse.

James no supo si Allori hizo alguna mueca, o si Bill soltó una maldición. Una chica lo envolvió en un abrazo fuerte, aún cuando él se encontraba tendido en el suelo, sin querer saber nada.

—Estás a salvo —susurró Dianne a su oído—, y eso es lo que importa.

—No sirve de nada si la gente sigue muriendo —le dolía, le dolía en verdad. Ya habían perdido a Scott, a Miranda, y ahora a Han.

Era en serio la pregunta que se hacía en su cabeza. ¿Quién seguía?

—¿Qué sucedió aquí? —Dylan ya estaba de pie, y prestaba mucha atención tanto a Allori como a Bill.

—Vencimos a los hombres de Patrick en un abrir y cerrar de ojos —dijo la chica.

—Fueron una distracción —terció Bill.

Hasta ese momento, James no había notado que había, por lo menos, tres docenas de hombres en toda la playa, tirados en el suelo, inmóviles. ¿Muertos?

—¿Cómo lo sabes? —Max ya estaba consciente, y tenía un gran manchón de sangre desde su cien hasta el cuello de su playera.

—Ben ya está en la Isla —dijo Bill.

—¿Cómo lo aseguras? —preguntó James.

Bill escupió al suelo, avanzó unos metros sobre la playa, y tomó a uno de los hombres que estaban en ella. Al alzarlo por el cuello, lo lanzó con fuerza sobrehumana por los aires, hasta que éste cayó sobre el tronco de un árbol y terminó en el suelo, mascullando con dolor.

—¿Dónde está tu amo? —graznó Bill, mientras se aproximaba hacia él.

—¡En la Isla! —chillaba—. ¡Está en... en la Isla! Con los demás hombres. Camino a la Ciudadela... ¡no me lastimes!

—¿No estará mintiendo? —preguntó Dianne.

Bill soltó un quejido, y con su mano apretó el brazo del mercenario. Su piel, tejido, músculo e incluso hueso comenzaron a consumirse, obligando al mercenario a gritar como si su vida dependiere de ello.

—¡El muchacho está aquí, Ben está aquí! ¡No miento!

—Bill, basta —le espetó Dylan.

El hermano de Owen, y por ende, su hermano también, se rió por lo bajo, tomó al mercenario del cuello, y lo lanzó hacia las olas de la playa. El hombre cayó de boca, y no se levantó más. Sin duda había perdido el conocimiento.

—Tenemos que apresurarnos —James se levantó con ayuda de Dianne, y enfocó su atención en sus amigos—. Entrar a la Ciudadela estará imposible.

—Necesitamos esa bomba con urgencia —asintió Dylan—. Y un avión que pueda entrar a la Pirámide Invertida.

—El CHASE YC-122 sería perfecto en estos casos —murmuró Bill, mientras se reunía nuevamente con el grupo—. ¿Qué tan lejos lo dejaron Owen y tú en esa ocasión?

Paralelo [Pasajeros #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora