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La turbulencia del vuelo había cesado, y Scott seguía con los ojos cerrados, esperando lo peor. Cosa que jamás ocurrió. En cuanto abrió los ojos, se encontró a sí mismo en un asiento rodeado de cientos más. Los Pasajeros platicaban entre ellos, algo asustados por lo que habían vivido, y algunas azafatas pasaban de lugar en lugar, para asegurarse de que todo estuviera en orden.

—¿Se encuentra bien?

Scott miró a la chica que le preguntaba sobre su estado físico. Era una simple azafata, ¿por qué estaba tan asustado?

—Sí... yo... debo ir al baño.

—Adelante, al fondo del pasillo.

—Gracias, gracias.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué parecía que había vivido algo sumamente trágico? ¿Era un sueño? ¿Había soñado durante todo aquél vuelo? No, imposible. No podía perderse los lujos del Atlantic 316, el mejor avión comercial de la historia hasta la fecha.

¿O sí?

Scott avanzó por el pasillo, dirigiendo su mirada curiosa y aterrada hacia todos los extremos que había ante él. Asientos y más asientos, llenos por Pasajeros que parecían preocupados por las turbulencias, pero fuera de eso, tranquilos y listos para proseguir el viaje. Todo marchaba espléndido, y en cuanto al baño, abrió la puerta y se encerró.

Muchas cosas pasaban por su mente. Ni siquiera sabía qué había pasado, sólo recordaba confusión, turbulencias y...

Un disparo de escopeta hacia un Kevin Smith de Tinieblas. Ahí había muerto.

Scott abrió las llaves del lavabo y se lavó la cara con rapidez. Aquello era una alucinación. Claro que no había pasado. La gente no moría, y volvía a vivir sin recuerdos.

¿O sí?

En cuanto cerró el agua, tomó una de las toallas del sanitario para secarse las manos y parte de sus antebrazos.

Entonces lo vio.

Un triángulo tatuado por a la altura de su codo. Negro, con una tinta imposible de quitar. Sin duda permanente. ¿En qué momento se lo había hecho?

—¿Disculpe, está ocupado? —tres golpes sonaron en la puerta.

—Sí, un momento —musitó Scott, aún perplejo.

Un triángulo.

Recordó a Ben anciano, a Dianne, a los dos junto a él en el vuelo. Luego su celular apagándose, a Dianne siendo perseguida por algo, sin saber exactamente qué, luego a un muchacho hacktivista llegando a su habitación, diciendo que todo lo que ocurría tenía que ver con el mítico Triángulo de las Bermudas.

El Triángulo.

Scott abrió la puerta y se topó con una persona de aspecto oriental que le agradeció al momento de dejarlo pasar.

—¡Espera! —lo detuvo Scott.

—¿Qué, qué sucede?

Había un tatuaje en su cuello. Un triángulo, más chico que el de él, pero sin duda con la misma tinta.

—Tienes... ¿de dónde conseguiste ese tatuaje?

—¿Cuál tatuaje?

Scott señaló su cuello, y el hombre entró al baño para mirarse al espejo.

—¡Santos vientos del norte y del sur...! —farfulló—. ¿Qué demonios?

—Tengo el mismo aquí —Scott le enseñó su antebrazo.

—¿Será que fue el mismo tatuador? —preguntó el hombre.

—Lo dudo mucho... Scott, mucho gusto —parte de ir en aquél épico viaje era para conocer personas, y si conocías a alguno dentro del avión, casi en el baño, significaba que también aquella experiencia formaba parte del viaje.

—Han —respondió el hombre—. Encantado, creo.

Ambos se sonrieron, y Scott regresó por donde vino, dirigiéndose de nuevo hacia su asiento. ¿Dónde quedaba? No tenía idea. Aquél vuelo era magnifico, único, y no desperdiciaría su suerte preocupándose por cosas que no tenían que ver con todo lo que vivía.

El Atlantic aterrizó primero en Madrid, y luego se dirigió hacia París. Tenía un buen presentimiento del viaje, por lo que decidió bajar ahí, con sus maletas y una aventura nueva por comenzar.

No volvió a ver a Han, pero en verdad no le importó mucho. Sólo era una persona con el mismo tatuaje que él. ¿Eso importaba mucho? No, la verdad no.

Los dos siguientes días en París fueron de lo más fenomenal. Cenó en restaurantes bastante lujosos, y probó los vinos más exquisitos. Todo marchaba perfecto. Incluso, al bajar de la Torre Eiffel después de conseguir una preciosa cena, y una espectacular vista, se detuvo para poder fotografiar el monumento y presumirlo en sus redes sociales.

—Bastante lindo, ¿no? —era una mujer, con acento inglés, que se encontraba cerca de él.

—Bastante —dijo Scott—. Tengo la suerte de haber viajado en el Atlantic para llegar a aquí.

—¿Atlantic? —dijo la mujer—. Yo también viajé en él. Bajaría en España, o al menos para conseguir un vuelo a Inglaterra, pero creo que tenía que venir a este lugar.

—¿Por qué? ¿Muy romántico?

—No, sólo que...

La mujer se acercó a Scott, y le mostró la parte externa de su palma de la mano.

No, no podía ser.

Otro tatuaje de triángulo.

—Me llamo Miranda —dijo la mujer—. Soy detective, e iba a bordo del Atlantic para investigación. Ya sabes... actos terroristas y demás.

—¿Ocurrió algo?

—No, y creo que por eso decidí darme unas vacaciones.

—¿Y ese tatuaje de donde salió?

—Curiosamente desperté con él después de las turbulencias —dijo Miranda—. Muy bonito, creo que me gusta.

Scott sonrió. Aquello era en verdad increíble. Sin embargo, curioso también. Lleno de enigmas, igual que cierto lugar muy popular.

Necesitaba respuestas.

Y al parecer, sabía donde encontrarlas.

—Miranda... —dijo Scott—. Creo que los dos sabemos qué significa esto.

—¿Y qué es, Scott? —preguntó ella, con una sonrisa.

Él jamás le había dicho su nombre, pero no necesitó dárselo. Se conocían. Los dos se habían conocido tiempo atrás, y al parecer, lo sabían de antemano.

—Volver a casa. 

Paralelo [Pasajeros #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora