—Éramos siete en total, infiltrados en el país enemigo bajo la fachada de una comitiva de paz —la teniente clavó la mirada en un punto muerto entre sus dedos, que reposaban quietos en sus muslos, como si en ellos reprodujera el aciago recuerdo.
La misión fallida.
—Dazai, el capitán, se hacía pasar por un embajador enviado en nombre de la Familia Imperial, y el resto fungíamos de su séquito —suspiró—. El plan era sencillo: entrar al palacio gubernamental y hacernos con la información de sus recursos militares. Robar los documentos y traerlos a Japón. La guerra es así —justificó, más por costumbre que por convicción.
»Éramos siete, los mejores, y el capitán era, por mucho, el mejor de nosotros. Reconocido en el campo de guerra por su habilidad de combate, y tras bambalinas, por su capacidad para trazar planes, urdir trampas y crear estrategias. El gobierno creyó que eso bastaría para vencer —soltó una risilla sarcástica.
»Ante las negativas de los principales mandos a recibirnos, el capitán indicaba cuándo y dónde debíamos estar para coincidir con la gente importante. Transcurrido un mes de arduo trabajo conseguimos un contacto, un joven intelectual, hijo de un senador de ese país, encima, prometido de la hija del vicepresidente. Gracias a él accedimos a la esfera de poder, y unas semanas más adelante, tras las fuertes tensiones que se vivían y las batallas que tenían lugar en altamar; los jóvenes de la política presionaron sus padres y estos aprobaron recibirnos.
»Discursos de paz, ese fue el supuesto tema de la reunión.
»Oficialmente entramos tres al palacio gubernamental. En realidad fuimos los siete.
El teniente Kunikida, de pie detrás del sillón que ocupaba la teniente, frunció el ceño, al removerse el desagradable recuerdo.
—Tres atraerían la atención pública, los otros robaríamos la información.
»Sucedió que...
—Nos traicionaron —apresuró el teniente—. Uno de los nuestros nos vendió. Capturaron a cuatro, mataron al traidor, y sólo la teniente y yo escapamos.
Las vendas y las cicatrices que cubrían a Dazai-san, acudieron a mi mente.
La teniente alzó la vista, buscando mi atención para infiltrar una disculpa por la revelación que a continuación haría. No comprendí el motivo hasta que tuve la hoja fría de su daga empalando mis latidos.
—El capitán estaba enamorado de uno de los tres con quienes fue capturado.
—Oda Sakunosuke —el teniente Kunikida dio nombre a la gélida puñalada en mi pecho—. Odasaku.
—No creo que Odasaku lo correspondiera, pero era evidente lo que el capitán sentía. Tan evidente que lo usaron para quebrarlo.
"Usar" se encerró entre signos de interrogación en mi cabeza, y el silencio que lo dijo todo las eliminó, dando un bosquejo claro que me bastó para hacerme una idea. Prietos los dientes, no necesite mayor explicación, imaginando el infierno que debió ser para Dazai-san. Ni siquiera tuve que intentar ponerme en su lugar para temblar.
—Hace un año el capitán fue rescatado y regresado a Japón por los aliados. Debido a su valor, se le permitió descansar, aquí, en la nada —concluyó Yosano—. Hasta hoy.
—El enemigo se acerca, y Japón requiere de sus mejores elementos al frente —Dazai-san, pensé, escrutando en el severo oliva del teniente—; y del sacrificio y la fe de su pueblo —me lo está pidiendo, reconocí.
Agonizando por el secreto que quise conocer, y el amor al descubierto del que nunca quise saber, me arrastré a mi habitación, dejando a los tenientes descansar en la sala. En realidad no descansaban. Ellos aguardaban y vigilaban por si Dazai-san pretendía huir o por si entraba en razón.
Abrí la puerta del cuarto apenado por irrumpir en los misterios ajenos, en su pena, sin su consentimiento, enojado por el inmutable pasado, aterrado por el futuro y celoso de un hombre muerto.
—¿Aún me amas?
Recortado en la oscuridad por la luna en su espalda, me recibió envuelto en sus vendas, sosteniendo una fingida sonrisa en sus labios, la mirada decaída y cansada. Un hombre que vivió los terrores de la guerra y que rogaba al amor un descanso, un refugio. La claridad de su petición y un rastro de miedo por la posibilidad de una negativa, tantearon mis emociones agitadas.
Aún lo amaba, lo hacía. Aún con sus manos manchadas de pólvora y sangre, y su piel cubierta de cicatrices y su alma herida. Lo amaba, aun si su corazón despedazado por la tortura, a la que fue sometido, no era más que un rescoldo diminuto, una ilusión.
Cerré la puerta, tentando a preguntarle, antes de responder, si él me amaba. No pude arriesgarme. Así que corrí. Rodeé su cuello con mis brazos, y levantándome de la tierra al cielo de sus labios en la punta de los pies, lo besé y me permití olvidarme inclusive de mi existencia. No era nadie para reprochar, dudar o temer, pues nada me quedaba en esta vida excepto Dazai.
. . .
Notas:
Llegamos a la mitad de la historia. A partir de aquí, espero que disfruten mucho el viaje (?).
Mil gracias por sus comentarios y votos... ¡me ganan los nervios!
Disculpen que sea un capítulo corto. La historia lo ameritaba.
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Butterfly
FanfictionEn esa casa escondida de la civilización, sería el sirviente de Dazai Osamu, figura importante entre los adultos, misterio para un joven de mi edad. Alguien que me marcaría de formas que me harían pedazos...