Hacía frío. Demasiado frío para excusarme y moverme, girarme y darle la espalda. Y como no había pretexto, ni necesidad o ganas, no lo hice. Me quedé así, acurrucado en el pecho cubierto de tajos mal cerrados, quemaduras mal curadas, y decenas y decenas de surcos en la piel pálida y descuidada de Dazai-san. Recorrí sus relieves, naturales y los producidos por el demonio de la guerra, con la yema de los dedos, besando las deformaciones, las salientes y los hundimientos, la piel lisa y la arrugada. Besos pausados, caricias sutiles.
—Si sigues haciendo eso voy a volver a comerte —una advertencia que, en el arrebol de mis mejillas, por la intimidad recién compartida, empujó una de mis cejas en alto.
—Dice cosas vergonzosas con demasiada ligereza.
—Para lo que acabamos de hacer, y el trauma que Kunikida y Yosano se han de haber llevado, dudo que sea vergonzoso o ligero lo dicho —sus largos y finos dedos entraron por debajo de la sabana, acariciando mis glúteos humedecidos por su semilla—, ¿no te parece, Atsushi?
Anulación del honorifico. Mi corazón se aceleró más que si hubiera dicho una retahíla de sartas románticas, poéticas y cursis. Mordí mi labio aguantando la vergüenza y resistiendo su mirada clavada en la mía.
—¡Los tenientes! —recordé.
Hice un movimiento brusco tirado por la efusión en mi voz. Dazai-san se apresuró, previniendo mi salida de la cama, sujetándome de la cadera, atrapándome en su desnudes.
—Que se marchen.
Pretendió que los ignorara aceptando sus palabras traviesas que encubrían emociones oscuras, temores arraigados. Huía, y yo también. Huimos de los gritos de los hombres en el campo de batalla, del honor, del deber, refugiándonos en el amor. Queríamos creer que ese sentimiento lo justificaba todo.
Por un breve instante acepté ser parte de su capricho egoísta, al recibir sus labio y sus manos buscando mi intimidad, entrando de nuevo en mi ser y moviéndose, gimiendo mi nombre, jadeando, compartiendo su placer y desesperación.
Me dejé llevar por sus dedos entrelazados a los míos, por el calor y el quejido de la cama, por mi petición de más y su concesión, por sus ojos abarcando mi cuerpo, sin barreras.
Lo rodeé con mis brazos, piernas, y el orgasmo que cimbró las emociones brillantes y las opacas.
Acaricié su rostro sudoroso.
Tras de la felicidad vinieron las lágrimas. Entendía mi petición, mi ruego.
Seguía siendo un niño, uno que perdió a su padre por un ataque al azar en esa guerra, y no podía permitir que otros sufrieran lo que sufrí. Deseaba que la guerra acabará, y sabía dos cosas: él lo conseguirá, y no consentiría que lo siguiera.
Me abrazó.
Sentí el calor de su llanto en mi hombro. No me dejó verlo llorar, y en el movimiento convulso de sus hombros y escapula, acepté su razón. No lloraba por mí, estaba seguro de que volvería y ahí estaría, esperándolo. Lloraba por Oda, porque lo amó, lo vio ser torturado y asesinado; y se despedía de los recuerdos penosos, aferrándose a la esperanza por primera vez en mucho tiempo.
Mis dedos peinaron su revuelto cabello, besando su frente, y así permanecimos una hora hasta aclara el día.
La memoria de su despedida está fresca en mi mente junto a su promesa. Pese a los años sigue siendo igual de insoportable, tanto que ni siquiera puedo describirla. Lo intento y no consigo más que un manchón de tinta en el papel, de las lágrimas dispersando el negro trazado por la pluma.
Cuanto puedo decir, sin romperme, es que era una mañana fría cuando las montañas y yo nos quedamos a solas.
. . .
Notas:
Mañana es mi cumpleaños, así que vengo corriendo a actualizar y a romperles el corazón un poquito... creo.
A veces siento que debo empezar a correr (?)
Gracias por todos sus comentarios y votos. Esta semana han sido mi mejor regalo.
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Butterfly
FanfictionEn esa casa escondida de la civilización, sería el sirviente de Dazai Osamu, figura importante entre los adultos, misterio para un joven de mi edad. Alguien que me marcaría de formas que me harían pedazos...