Capitulo 24.

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"No puedes llamar a esto un rescate"

¿Cómo podían? ¿Cómo podían simplemente quedarse ahí sentados? ¿Sin hacer nada? Comiendo sus ridículas rosquillas con glaseado rosa y chispas de colores, tomando su asqueroso café en una estúpida taza de fábrica, con los pies sobre el escritorio, prácticamente recostados allí. Había que admitirlo si, habían algunos que hacían su trabajo, pero déjenme decirles algo. De cada diez, cinco hacían su trabajo, de esos cinco tres lo hacían mediocremente y los otros dos intentaban hacer lo mejor con lo que tenían. ¿Cuál era entonces el problema? Que a ellos les habían tocado uno de esos cinco que no hacían su trabajo. Estaban sentados frente al escritorio del oficial Masterson, él no tenía los pies sobre el escritorio, como muchos allí. Sostenía su blanca taza en la mano derecha y la rosquilla en la izquierda, estaba mirando hacia arriba mientras hablaba con otro oficial que solo sostenía la rosquilla. Ni siquiera se molesto en saber de que estaban hablando, estaban en un cien por ciento seguros que de su hija y su desaparición no era. El oficial que les fue asignado anteriormente, fue enviado fuera del país por ciertos negocios. Apretó los puños sobre los muslos. Sintió la mano de su mujer sobre la de él y luego escucho como susurraba bajito:

—“Cálmate Augustus estoy segura que en un segundo nos atienden. Seguro están hablando de algo importante” — la risa de ambos hombres la interrumpieron.

—“Katherine” — su mano se coloco sobre la de ella, las risas interrumpieron de nuevo. Los ojos de Augustus se inyectaron de sangre y con brusquedad se levantó hasta llegar al escritorio. Azotó con furia el puño contra el escritorio y aunque llamó la atención de ambos hombres, aquello no fue suficiente. Gruñó y volvió a hacer lo mismo. No pudo contener el veneno en su voz y finalmente dijo: —“¡Si que sois unos imbéciles! Llevó aquí más de una hora intentando hablar con usted y como un carajo que no me ha dicho nada. ¿Es que no estáis haciendo nada? ¿No planean hacer algo?” — gruñó por lo bajo, algunas personas se callaron para escuchar mejor al hombre loco que estaba gritándole a los dos policías —“¡Si que son unos inútiles buenos para nada! ¡MI HIJA ESTA DESAPARECIDA! ¡Tiene cuatro días desaparecida! ¡Les he traído información que un muchacho de diecisiete años recolecto en un día! ¡DIECISIETE AÑOS! ¡E hizo todo eso en un día y ustedes no pueden ni siquiera investigar en algunos de estos lugares! ¡Por un carajo!” — volvió a gruñir. Inhaló y exhaló varias veces. —“¿Sabéis quién soy?” — Los miró —“Por supuesto que no, ni siquiera hacen su trabajo bien” — apretó con aún más fuerza los puños —“Bueno. Solo puedo decirles que puedo hacer que todos ustedes pierdan su trabajo, con solo un par de llamadas. Así que si quieren seguir aquí van a tener que empezar a hacer bien las cosas.” — señaló al hombre sentado detrás del escritorio. —“O puedes ir recogiendo tus cosas en una de esas patéticas cajas de cartón.”

—“Augustus”

—“No, Katherine. Sé que tu también te sientes así como yo, solo quiero mandar a estos imbéciles tan lejos que cuando alguien si quiera pregunte por ellos solo les responderán ¿Oficial qué?”

—“Cariño” — acarició su mejilla. —“Solo quería que me dejaras hablar un momento” — casi le sonrió a su marido. Augustus tomó la mano de su mujer la apretó un segundo y la dejo ir. Ella plantó  bien los pies en el suelo, levantó el rostro y dijo con la voz firme: —“¿Quién se cree usted? ¿Ah? Solo eres un holgazán que come rosquillas todo el día, sin importar que ni siquiera es hora de las rosquillas. Dígame, ¿Hace usted ejercicio cuando llega a casa? ¿O el fin de semana? ¿Algún día en particular? ¿Sabía usted que hay gimnasios en los que hacen un considerable descuento a los policías? No, claro que no” — le miró despectivamente la barriga —“creo que usted ni siquiera sabe como luce un gimnasio. Mi esposo podría quitarle su empleo, por ser un  oficial de mierda, pero yo buscaría en cada rincón de sus antecedentes. Y encontraría aunque sea una mínima cosa que podría dejarlo sin dinero, sin  casa. Nada. No se tome esto personal por favor. “— cruzó los brazos sobre el pecho, siempre viéndose elegante, imponiendo respeto. —“Pero, tiene dos opciones. Usar la información que mi marido le dio e investigar estos lugares y conservar su empleo o puede seguir comiendo esa asquerosa rosquilla y beber su asqueroso café barato y quedarse sin nada y tener que ir a vivir en el sotano de sus padres. Usted elija.” — recogió la carpeta que James les había dado el día anterior y la aventó directamente al regazo del rechoncho oficial. Tomo su bolso de la silla y camino directamente hacia la salida, con su esposo detrás. Augustur tomó la mano de su esposa y delicadamente la llevo hacia sus labios. —“La vamos a encontrar.”

El chico de la bibliotecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora