—Sí, dijiste que tenías algo para mí, ¿Qué es? -decía con un brillo su mirada.-
»Parece un niño pequeño.
Pensó el pelinegro mientras le entregaba una pequeña tarjeta.
—Me acostumbré tanto a tus cursilerías, que les agarre gusto y si un días dejas de hacerlas, no se que haré.-
Aoi sonrió mientras pedía dos cafés.
—Creo que necesito sacar un poco a la luz, mi lado marica. No sé, para descargarme.-
—Sí me dices que soy al único que te muestras así, pues, me sentiría halagado.-
—Al único en mucho tiempo.-
Uruha sonrió y Aoi no pudo no devolverle el gesto, se había acostumbrado a verlo sonreír, aunque sean muy pocas las veces que se juntaban a causa de trabajos, las sonrisa de Uruha era como su pequeña dosis favorita.