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Simplemente no sabía qué me estaba ocurriendo. No me había sentido tan confusa nunca y lo peor era que no se trataba por lo que decían los cuchicheos, si no por algo que no conseguía descifrar y me atormentaba a gran escala aún más teniendo en cuenta que era una Ravenclaw.

Pronto conseguí hacer oídos sordos al resto, con la esperanza en que se agotaran, pero la otra sensación que abarcaba la mayor parte de mis pensamientos persistía sin identificarse.

Aquel día iba a ser para mí uno cualquiera, pero para el resto de mis compañeros no pues se examinarían en Hogsmeade para poder aparecerse mientras que los que aún no hubieramos cumplido los diecisiete nos quedábamos en tierra. Por lo cual aquella tarde tan sólo éramos cuatro en la clase de Pociones: Ernie Macmillan, Harry Potter y Draco Malfoy, irónicamente, cada uno de una casa distinta.

—¿Los cuatro sois demasiado jóvenes para apareceros? —sonrió Slughorn—. ¿Todavía no habéis cumplido los diecisiete? —Negamos todos con la cabeza—. Bueno, como hoy somos muy pocos, haremos algo divertido. ¡Cada uno de vosotros preparará algo gracioso!

—¡Excelente idea, señor! —lo aduló Ernie, frotándose las palmas.

Cada día que pasaba en clase de Pociones me preguntaba más por qué me decanté con ella sustituyendo a herbología (a la cual renuncié a principios de semestre para no exponerme mucho a exteriores en días soleados). Podría haber escogido otra en la que mi TIMO no fuera un Supera las Expectativas como Estudios Muggles por ejemplo, pero al haber el cambio de Snape a Slughorn podía cursar Pociones sin un Extraordinario y, por razones desconocidas, me pareció buena idea.

—¿Qué quiere decir con "algo gracioso"? —masculló Draco, sin ni siquiera esbozar una sonrisa.

—Lo que queráis. ¡A ver si me sorprendéis, muchachos! —contestó el profesor.

Malfoy, enfurruñado, abrió su ejemplar de Elaboración de pociones avanzadas. Desde lo sucedido no habíamos vuelto a hablar, si antes estábamos distanciados ahora más que nunca. Cada día que pasaba, mi creencia de que Draco les chivó a sus compañeros de casa lo que me ocurría al tener más confianza con ellos, se tambaleaba más al recordar la sinceridad que noté en sus ojos cuando me confesó sus sentimientos.

Sin embargo, continuaba con una espina que me impedía verlo igual que antes al recordar que personas que ni siquiera me conocían me habían defendido y él no se hubiera pronunciado. No sabía si hacía lo correcto poniendo distancia pero él tampoco se molestaba en acercarse y yo, en lo personal, hacerlo me hería el orgullo. Tal vez me estuviera equivocando pero una de mis cualidades era la testarudez.

—Tss, oye, Effy —llamó mi atención Ernie, girado como un búho en su taburete frente a mí para verme—. Dime la verdad, no te has presentado al examen de Aparición porque —Hizo con sus brazos un movimiento como de un aleteo de alas— puedes transformarte en murciélago y volar, ¿verdad?

—Claro que sí, Ernie, en mis tiempos libres vuelo hasta la casa de los Gritos, ahí tengo mi guarida vampírica.

—¿De verdad? —preguntó, inclinándose tanto que por poco se cae.

—No —finalicé, secamente, bajando la mirada hacia mi mesa para ojear mi libro de Pociones.

A pesar de que una poción agudizadora de ingenio no me vendría mal con la cabeza hecha un enredo, me decanté por una que parecía sencilla; poción volubilis. Así que me levanté del sitio para recurrir al armario donde se guardaban ingredientes como los que necesitaba con el libro en la mano para poder ver qué necesitaba. Mandrágora, ramitas de menta, jarabe de eléboro y aguamiel.

Con determinación comencé a buscar cuando un olor muy específico pero a la par que diverso llegó a mis fosas nasales desde la mesilla conjunta a la despensa de condimentos. Un caldero había sobre esta, desde donde salían espirales en forma de vapor.

—Vaya, señorita Purcell —dijo Slughorn—. Dígame, ya que ha puesto interés, ¿han preparado correctamente la poción Amortentia sus compañeros de séptimo año?

Fruncí el ceño, intercambiando miradas entre el profesor y el caldero, ¿cómo se suponía que iba a saberlo? Me había saltado todo un semestre de clases de Pociones, ni siquiera sabía qué poción era esa.

—Si debe oler a hoguera, a lluvia y a... —Aspiré hondo, mas no podía identificar bien lo que era antes de que volvera a aparecer aroma de algo quemándose—, a... bueno, si debe oler a eso si, profesor. Está bastante bien.

Regresé a mi sitio, notando mis mejillas enrojecidas, el último olor continuaba en mis fosas nasales sin identificar aunque los otros dos habían desaparecido. Miré a mi lado, a la mesa contigua a la mía, cruzando sin querer una mirada con Draco por una fracción de segundo antes de apartarnos ambos, avergonzados.

El olor no cesó hasta que salí del aula al finalizar la clase, en la que recibí un sorprendente "bien" por mi poción gracias a que Ernie se ofreció voluntario para beberla y, nada más hacerlo, su voz sonó terriblemente similar a cuando tragas el aire de un globo de helio arrancándole una carcajada a Slughorn. A pesar de esto, el profesor pareció más entusiasmado en el Elixir de Euforia de Harry Potter.

En cuanto llegué a la Sala Común de Ravenclaw me tomé la molestia, intrigada, de buscar lo que era la Amortentia y sus usos. Y, al leer, un cosquilleo recorrió mi cuerpo desde la punta de mis pies hasta la cabeza.

Después, asocié la última fragancia y, como si fuera arte de magia, la tormenta de emociones y pensamientos que asolaba mi cabeza desapareció.

Darkest → Draco Malfoy FanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora