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Nunca pensé que el Quidditch sería un alivio para mí.

Con la llegada del mes de mayo a Hogwarts todo enfocaba al partido entre Gryffindor y Ravenclaw que había despertado una tremenda expectativa en todo el colegio, ya que con él se decidiría el campeonato.

Los miembros de las casas rivales intentaban intimidar a los jugadores de los equipos contrarios en los pasillos; los seguidores cantaban a voz en grito desagradables tonadillas acerca de determinados adversarios al verlos pasar, y los jugadores se pavoneaban cuando sus seguidores los vitoreaban, pero entre clase y clase corrían a los lavabos a vomitar por puro nerviosismo. Eran como una jauría de chimpancés en celo.

Pero no podía quejarme, o no en exceso, pues gracias a esto volvía a pasar desapercibida. Aún oía comentarios, pero las aguas se habían apaciguado al menos de momento. Lo sorprendente es que aún a estas alturas habían comentarios de coqueteo entre algunos chicos que, incluso, habían realizado apuestas sobre pedirme salir dependiendo de los resultados del dichoso partido de Quidditch. Supongo que las hormonas y el morbo de estar con una vampira eran más fuertes que sus ideales.

Me centraba en hacer oídos sordos, del mundo en general. Del partido, de los chicos, del vampirismo y de todo. Mi misión era centrarme en los estudios para despejarme, sin darme cuenta de que poco a poco iba aceptando cada vez más mi condición. Era eso o vivir amargada el resto de la eternidad y, bueno, eso es mucho tiempo.

Así que decidí documentarme, ya sin el ansia de encontrar algo que me hiciera dejar este estilo de vida, ahora lo único que quería era perfeccionarlo y vivir cómodamente con él. Lo primero que hice fue abatir la biblioteca con todo lo que enunciara "Vampiro" en el título pero, al terminar todo y anotar un par de cosas, seguía con ganas de más.

Entonces fue cuando comencé a atosigar al hombre que más podría conocer sobre esta especie; el profesor Snape.

Seguía la gran capa negra del profesor Snape bajando las escaleras hasta los pisos inferiores, con cuidado de no tropezar con esta. Llevaba un pequeño bloc de notas y una pequeña pluma con la que anotaba todo lo que iba descubriendo nuevo. Lo cierto es que parecía un fan ansioso de un autógrafo de su cantante favorito persiguiendo a Snape.

—Me sorprende que se haya rendido tan rápido, Purcell —decía Snape, con el mismo tono de voz de siempre, sin detenerse—. ¿Le he recordado ya lo insistente que es?

—Es la cuarta vez, señor —respondí, sin darle importancia—. No tengo apenas momentos libres así que...

—Así que tiene que estropear los míos.

—Profesor, por favor —imploré, adelantándome frente a él—. Estoy intentando que esto no parezca tan malo como llevo pensando desde hace mucho y usted es el único que puede ayudarme.

Snape permaneció un momento mirandome, con expresión neutra, sus ojos negros a juego con su cabello grasiento hasta los hombros eran realmente intimidantes.

Lo cierto es que Snape era uno de los profesores más temidos del colegio por su afán de ridiculizar a alumnos que no fueran de Slytherin, sin embargo, gracias a las repetidas visitas a su despacho había conseguido tolerarlo y pillarle el punto a su personalidad tan fría.

—¿Qué le ha hecho cambiar de opinión? —preguntó, moviendo tan sólo los labios, el resto de su cara continuaba estática—. Hasta el día de ayer le atemorizaba solo el hecho de ir a clase con sus compañeros.

—Yo misma, señor. Supongo que no puedo seguir odiándome a mí misma así que he decidido aceptar lo que soy.

Escudriñé el rostro del hombre, buscando algún cambio. Pero permaneció pensativo durante una fracción de segundo.

Darkest → Draco Malfoy FanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora