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Alcé el rostro, encontrándome con el cielo grisáceo. Por fin la tormenta que no cesaba en todo el fin de semana comenzaba a dar tregua. Me había pasado los últimos dos días encerrada en la Sala Común de Ravenclaw, con un miedo aterrador de salir después de que Draco descubriera mi secreto. Sin embargo, no podía seguir ocultándome mucho más, tenía clase de encantamientos la primera hora del lunes y, para mi desgracia, era con Slytherin.

Respiré hondo, mentalizándome, y abrí la puerta del aula 2E. El profesor Flitwick ya estaba allí, y me dio la bienvenida, pensé que todos continuarían desayunando pero un grupo de Slytherin muy característico ya había tomado asiento en los pupitres de la clase.

Ni siquiera los miré, pero los cuchicheos comenzaron a sonar. Eran realmente abrumadores y que la voz de Draco sonara más fuerte que la de sus compañeros no ayudaba en absoluto. Tenía ganas de irme, de volver a mi dormitorio.

Me entretuve sacando todo mi material de mi mochila para ponerlo sobre el escritorio, a medida que iban llegando más personas. Padma Patil se sentó a mi lado y comenzó a hablar conmigo, mas yo estaba centrada en intentar averiguar de qué hablaban los de Slytherin.

—¿Entonces estás mejor?

—¿Qué? —pregunté, desprevenida.

—Dijiste que estabas enferma, por eso no saliste este fin de semana de la común, ¿recuerdas?

—Ah, si, cierto.

Las chicas se habían puesto realmente pesadas respecto a ese tema y por ese motivo tuve que inventar una excusa. La más fácil fue esa, que me encontraba mal.

—Este viernes es San Valentín, he oído que muchos van a pedirte salir.

—¿A mí? —dije, frunciendo el ceño, negando con mi cabeza—. Lo dudo mucho. Muchísimo, más bien.

Cada año, el catorce de febrero, Hogwarts era lo más cercano a una representación de una comedia romántica de los domingos por la tarde. Un cliché que dura veinticuatro horas. Unas recibían flores y otros cartas. ¿Y yo? Ninguna de las dos. Tampoco tenía el más mínimo interés en encontrar una pareja.

Había pasado seis años desapercibida y ahora, por muchas hormonas que emitiera mi cuerpo, eso no iba a cambiar.

—Definitivamente no —zanjé, con una sonrisa, antes de abrir mi libro de encantamientos.

La hora fue un desastre, estaba brutalmente desorientada intentando captar aunque fuera una frase de los cuchicheos de los de Slytherin, y las miradas rancias de Pansy Parkinson no ayudaban para nada. En ese momento tal vez Draco les estaba contando a sus amigos cómo descubrió que Effy Purcell era un vampiro, estaba casi segura.

Mi poco entusiasmo en la clase hizo que Padma se enfureciera conmigo cuando me pidió ayuda para realizar el hechizo y, sin querer, la ignoré. El resto de la clase la pasó de brazos cruzados murmurando para ella misma los encantamientos que leía en el libro.

En cuanto la hora finalizó me detuve expresamente para hacer tiempo y que todos salieran, y yo pudiera al fin escuchar sin tener al profesor Flitwick de fondo. Debía saber si Draco de verdad les había contado lo que vio el viernes por la noche a sus matones.

Para mi sorpresa, cuando el grupo salió del aula a tan sólo medio metro de mí, pude ver cómo Draco permanecía callado de brazos cruzados, asintiendo de vez en cuando. Fue entonces cuando nuestras miradas se cruzaron que despegó los labios, sin quitar sus ojos de los suyos, y capté:

—Ella no es lo que parece.

Aquello bastó para que un nudo se formara en mi garganta. Pronto toda la escuela sabría de mi condición y con ellos el Ministerio de Magia, de todos es bien sabido que los vampiros no son muy bien recibidos en la comunidad mágica.

Estos pensamientos comenzaron a nublar mi mente, pasando de ser nubarrones a un tifón. De un momento a otro mi respiración se cortó, sentía que me asfixiaba, estaba tan mareada que sentía náuseas. Estaba teniendo un ataque de pánico.

Dejé caer mi bolso del hombro y salí corriendo, aunque sentía que el mundo se tambaleaba a mis pies. Sin saber siquiera cómo llegué al cuarto de baño de las mujeres, cayendo al suelo de este, apoyando mi espalda contra la pared mientras encogía mis piernas, apoyando mi cabeza sobre mis rodillas.

Intenté tranquilizarme, sufría ataques de ansiedad frecuentemente así que estaba acostumbrada. Tan sólo tenía que relajarme, sin embargo, sentía como si me estuviera muriendo.

—Se te cayó esto.

Alcé el rostro, encontrándome con los ojos grisáceos del rubio que había provocado esto. Estaba allí, sin más, de pie frente a mí con mi bolsa en la mano. Incrédula, lo miré con el ceño fruncido, debía estar tomándome el pelo, riéndose de mí.

—Eres increíble, Malfoy —dije, con despecho, arrebatándole lo que era mío de mis manos.

—Gracias.

—No era para nada un cumplido —respondí, marcando cada palabra—. Puedes irte, ya te has mofado de mí. —Draco levantó las cejas, se le veía un tanto confuso—. Te vi hablando con Crabbe y Goyle, toda la maldita hora de encantamientos. ¿Crees que no me he dado cuenta de lo que has dicho cuando hemos salido? ¡Me sorprende, de hecho, que hayas tardado dos días en contárselo, te has superado!

Puse los ojos en blanco, había quedado como una acosadora que no sabe meterse en sus asuntos. ¡Pero realmente era asunto mío!

—Me siento halagado de que prestes tanta atención a mis conversaciones, Purcell. Pero te equivocas —El rubio se despojó de su propia mochila, teniendo el descaro de tomar asiento junto a mí—. Crabbe y Goyle llevan todo el fin de semana, y esta hora, hablando de cómo pedirte salir este viernes. Les he dicho veintemil veces que es mala idea porque sabía que los rechazarías.

—En eso tenías razón, pero entonces, ¿de verdad no les has dicho nada? —Draco negó con su cabeza—. No lo entiendo. No somos amigos. ¿Por qué no lo has contado?

—Porque no eres la única que tiene secretos, Effy.

De un salto, el rubio se puso de nuevo en pie, tendiéndome la mano para ayudarme a incorporarme. Lo miré, encorvando una ceja, y me levanté por mí misma no sin antes colgar mi bolso sobre mi hombro.

—No te lo creas demasiado, Malfoy.

Darkest → Draco Malfoy FanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora