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Había tenido una idea acerca de cómo esconder la pluma de sangre de la condenada Umbridge, tenía que hacerlo bien para que nadie en su sano juicio la volviera a utilizar. Ya no sólo porque era ilegal si no por lo que es en sí el objeto. Un método de tortura horrible. Así que, ¿qué mejor que la Sala de los Menesteres para esconder algo?

Una tarde donde los pasillos eran poco concurridos subí al séptimo piso y, con la ayuda deel hechizo Confundus, conseguí distraer a dos niñas de primer año que merodeaban por allí para que me dejaran vía libre. No quería esperar a otro momento, odiaba llevar esa maldita pluma encima y, con lo bocazas que era Troian, me convenía no tenerla mucho en mi custodia.

Pasé tres veces frente a la pared del pasillo descolchada con un lugar donde esconder un objeto en la mente, entonces, una puerta apareció frente al tapiz de Bárnabas el Chiflado la cual crucé.

Inmediatamente al entrar una sala mucho más grande que cualquier clase en Hogwarts se abrió paso ante mí. Si la cabeza de una persona con todos sus recuerdos y memorias tuviera un relejo sin duda sería aquella habitación. Las montañas de libros apilados predominaban y, a los pies de estas, muebles rotos o antiguos y objetos pequeños como sortijas o simples decorados.

No me costó mucho adivinar que aquella misma sala se aparecía para cualquiera que quisiera esconder algo así que esconder cerca de la entrada la condenada pluma sería igual que dejarla en mitad del pasillo. Con esta idea en la mente y la curiosidad por delante empecé a merodear entre los artículos abandonados inventándome historias en mi mente sobre los que más me llamaban la atención.

Disfrutaba aquel sitio, tanto que por poco me olvido de por qué estaba allí. Entre un par de sillas sin patas encontré una cajita de madera sobre unos libros lo suficientemente grande como para albergar dentro de ella la pluma y seguramente algunas cosas más. No me molesté mucho en esconderla muy bien pues seguro allí habría mil cosas más peligrosas o de mayor valor que eso.

Di por finalizado mi trabajo allí y procedí a encontrar la salida. Sonaba fácil pero aquello realmente era un laberinto de objetos abandonados y, en cuanto creí saber el camino correcto, escuché algo no muy lejos de donde me encontraba.

Un sollozo de angustia, alguien llorando claramente. Era extraño pues si necesitas un lugar donde esconderte y desahogarte la sala se convertiría en una cosa distinta a esta. No lo entendía pero tampoco importaba mucho.

Doblé la esquina de una montaña de muebles y di con la fuente del sonido, un armario de al menos dos metros de alto, negro y con decorados del mismo color en relieve. En el suelo, apoyado en lo que parecía ser la puerta de este, había una persona con las rodillas encogidas y su rostro oculto en ellas. Su respiración era agitada, tanto que su estalda se movía de manera irregular.

Me quedé helada un momento, observando desde la distancia, hasta que por la luz distinguí el cabello corto y casi blanquecino que sobresalía de unos brazos fuertes con los bordados en plata y verde.

—¿Draco? —llamé, casi en un susurro.

El chico efectivamente era él, se sobresaltó tanto que golpeó su cabeza contra el armario. Después, intentó limpiar los surcos de lágrimas que salían de sus ojos sin éxito pues nuevas aparecían.

Avancé hacia él con un nudo en mi garganta, mientras me veía como si fuera un fantasma. Con un poco de dificultad me senté a su lado, no hizo falta decir nada y continuó llorando, esta vez en mi hombro mientras intentaba reconfortarle rodeándolo con mis brazos.

—No tienes por qué explicarme nada si no quieres —le susurraba dulcemente—. Está todo bien, Draco, cálmate.

No supe cuanto tiempo trascurrió hasta que la respiración del rubio se fue calmando. Dejó de posar su rostro en mi hombro y me miró con los ojos enrojecidos y llenos de tristeza. Posé una mano en su mejilla para darle todo el apoyo del mundo, después, lo miré fijamente y le volví a recordar:

—De verdad, Draco, no tienes por qué decirme nada si no quieres pero todo va a estar bien.

Él respiró hondo y negó con la cabeza, alejándose finalmente otro poco. Apoyó sus pies en el suelo con las rodillas en el aire y, sobre estas, sus manos temblorosas a las que miraba.

—Te mereces saberlo, Effy —dijo, e hizo una mueca antes de proseguir—. No te lo había dicho antes porque... después de tanto tiempo detrás de ti por fin conseguía hacer otra cosa que no fuera observerte a lo lejos y no quería perderte por lo que pensaras de mí. —Se volvió hacia mí, con una mirada que no olvidaría nunca, sus ojos crises cristalinos e iluminados—. Soy un mortífago.

Aquella noticia me cortó la respiración y, sin encontrar nada que decir, esperé a que mi silencio le diera a entender que lo escuchaba.

—Al principio me parecía algo... bueno, no sé. Siempre he querido parecerme a mi padre —reconoció—. Pero en realidad no tuve opción. Quien-Tú-Sabes me ordenó a... matar a Dumbledore infiltrando en Hogwarts mortífagos en este... maldito armario evanescente —Señaló con desgana justamente el armario en el que ambos estábamos apoyados—, pero no sé si puedo hacerlo. Y si no lo hago él... matará a toda mi familia.

Soltó un sollozo ahogado y yo infiltré una de mis manos entre las suyas. Me miró y yo a él.

—¿Puedo verlo?

—¿Estás segura? —preguntó, asentí.

Draco, dejando mi mano en su regazo, procedió a remangarse el suéter y la camisa de su brazo izquierdo, revelando en su antebrazo la marca tenebrosa. Un cráneo con una serpiente saliendo de su boca.

—Tú eres la única que sabe quién soy yo de verdad, Effy.

—Y por eso mismo sé que esto no te define.

El silencio se ciñó sobre nosotros y simplemente permanecimos allí, sentados uno junto al otro tomados de las manos, disfrutando del agridulce momento mientras un puzzle comenzaba a encajar en mi cabeza.

Draco supo de mi mordedura al mirar mi brazo izquierdo, justamente donde él tiene la marca, pues al notar un comportamiento extraño en mí creyó que yo también me había unido al Señor Tenebroso. Él era de quien hablaban Myrtle y el vampiro de Dublín, el chico que lloraba y el mortífago amigo.

—Tú estuviste conmigo cuando nadie más lo estaba —susurré, con mi cabeza reposando en su hombro—, ahora me toca a mí.

Darkest → Draco Malfoy FanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora