Despedida en el metro (Final)

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Habían pasado unos instantes desde que Mía acababa de leer la última nota de Sam y aún seguía sin decir nada, estaba inmóvil, parecía que estuviera procesando todo lo que estaba ocurriendo.

—Se que todavía tienes dudas al respecto de ir a encontrarte con Alec.—Masculló la maestra de Literatura interrumpiendo los pensamientos de la chica.—De hecho, no sé si importe mucho, pero hoy es el décimo quinto aniversario de la muerte de mi esposo...—Continuo Ginna en un tono apagado.—Aunque también es el tercer aniversario desde que salgo con Martin, mi futuro esposo.—Termino diciendo con una sonrisa pintada en los labios mirando hacia una ventana cercana.

Yo también dudaba sobre si estaba bien salir con alguien después de la muerte de mi marido. ¿Eso significaría que no le amaba de verdad?—La mujer tomo las manos de Mía y así dulcemente la miro a los ojos.—Para nada, sé que él me ama y que por eso, quiere que sea feliz. Eso mismo quiere Sam para ti, para ustedes, así que apresúrate.—Los ojos de Mía se llenaron de luz, se sentía apoyada, animada.—¡Alcanza a tu enamorado!—Grito a todo pulmón Ginna ganándose las miradas de todos en el pasillo pero logrando que la joven con la que conversaba corriera con todas sus fuerzas, convencida de lo que hacía.

[...]

Las piernas de la muchacha no se detenían, su respiración era agitaba y su determinación solo le daba coraje para no detenerse.

Los minutos pasaban y Mía sabía que podía llegar a la estación y no alcanzar a Alec por más que así lo desease, así que pidió a quien fuera que la estuviese escuchando y corrió hasta llegar a la estación del metro.

Los cuerpos de miles de personas le hacían imposible a la chica el acercarse hacia el metro en donde el joven que buscaba debía de estar abordando. Hasta que por suerte dirigió su mirada en dirección a uno de los miles de individuos que se hallaban cerca de las vías, y le reconoció, era Alec.

—¡Alec! ¡Alec!—Exclamó ella logrando obtener la atención del chico.—¿Mía?—Murmuró él mientras eliminaba la distancia entre ambos.—Alec, ¿puedo hablar contigo?—Inquirió expectante.

—Sí.—Contesto el muchacho alejándose más y más de las vías del metro.

—Yo...si quiero intentarlo, quiero estar contigo.—Soltó la chica con algo de nerviosismo.—No me importa si no te puedo ver todos por eso de que te vas a una universidad que está lejos. No me importa.—Habló ella con una sonrisa, intentando frenar las traicioneras lágrimas.

—Tú...¿Eres tonta o qué?—Dio en respuesta el joven.—¿Crees que por venir corriendo como loca hasta aquí voy a olvidarme de que hace unos días dijiste que no debíamos ser nada?—Pregunto Alec, arqueando la ceja y dejando a la joven desconcertada.

—Pues si, Mía odio amarte tanto, pero aunque me acribillaras te perdonaría.—Se contesto a sí mismo y acomodando el cabello de la chica detrás de su oído le besó la mejilla hasta llegar a su cuello.

Espera, Alec.—Interrumpió tomando el rostro del chico en sus manos.—¿Me odias?—Los ojos del muchacho se abrieron como platos y con una sonrisa pícara le susurró:—No, pero si sigues interrumpiéndome mientras te beso, me temo que si.

Las mejillas de la chica tomaron el color de un tomate, estaba apenada, pero feliz, feliz de poder estar con su "enamorado".

Ambos estaban a punto de volver a unir sus labios, cuando un estruendoso ruido les interrumpió. Era hora de que Alec subiera a esa metro, caminando con la intención de llegar al metro, los dos adolescentes se detuvieron repentinamente al observar quien estaba abordando ese vagón.

Ambos pensaron que eran engañados por sus afligidos corazones cuando vieron a Sam encaminarse para entrar al metro.

La joven se veía radiante, sus cabellos negros eran como la noche misma, pero lo más hermoso era que sus ojos demostraban paz, no esa constante agonía de antes.

Tanto como Mía y Alec se quedaron quietos, no podían hacer nada, solamente observar la escena.

Ella meneaba su mano en el aire con una gran sonrisa, se estaba despidiendo. Se iba en aquel metro, ese en el cual siempre subían todos cuando estaba viva, se marchaba con una gran y viva sonrisa en el rostro.

Y así, en ese lugar, acompañados de ese bello atardecer, Alec y Mía dejaron ir a Sam en aquel vagón, no olvidando que la amaban, dejando que su recuerdo fuera tan puro y bello como las rosas que florecían aquel día.

Alec...¿Me odias?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora