9.- Yo se quien eres.

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—Ya quita esa cara Anette.

Cameron reprimía una risa en su garganta, mientras yo me mantenía en el otro extremo del sillón comiéndome las uñas de ansiedad y sin haber perdido el rubor de la cara. Con cada minuto que la película casera avanzaba, las cosas se ponían más vergonzosas.

Había olvidado por completo que a mis padres les gusto grabar cada bochornoso instante de mi infancia, hasta que Sara llego y centraron toda su atención en ella. En aquel entonces, me sentí desplazada e ignorada, me negaba a la idea de perder las atenciones de mis padres, y fue cuando me aferre a ser yo la directora de mis películas y cargaba una cámara de video a todos lados, capturando cada instante de mis días hasta los nueve, pero en esos momentos no comprendía la magnitud que provocaría el auto grabarme bailando, cantando y actuando papeles de enamoras, mientras besaba al iré. Había una cinta por cada año y todas y cada una de ellas habían sido trasladadas a un solo disco por mi tierno y protector padre, lo que facilitaba mi hundimiento social.  Cameron reía cada diez minutos que yo aparecía en escena haciendo algo increíblemente vergonzoso y patético.

—Tienes que admitir que estas acciones son más comunes que las de una película—comento Cameron, secándose una lagrima de risa.

— ¡Cállate! Esto no es divertido, te mofas de mi inocencia e ingenuidad que tenía en mi infancia. ¡Y no tienes derecho de hacerlo!

—Tú sigues siendo inocente e ingenua aun con tus diecisiete, técnicamente no cambia nada.

Rodé los ojos.

El tramo de película que correspondía a mis siete años concluyo con una pequeña niña chimuela mandando besos a la cámara y diciendo “adiós” enérgicamente. ¡Dios! ¿Así de puntiaguda es mi nariz?

—Bien, esto tiene que concluir, ya—puse pausa con el control remoto al DVD, pero un segundo después siguió su reproducción. Mire a Cameron ceñuda y volví a poner pausa, otra vez continuo su reproducción. Pausa, seguía, pausa, seguía, pausa, seguía.

Resople con frustración y me puse delante del televisor sin importarme que los videos siguieran.

—Cameron ya, es enserio—amenace.

— ¿Qué?—fingió demencia y sonrió—Anette, son solo videos de tu infancia, no planeo publicarlo ni gritar a los cuatros vientos lo que vi, al menos no en mi situación.

Hice un mohín y lo mire recelosa.

—Se supone que veríamos una película para que tú pudieras recordar cosas, no creo que mi infancia te sea de mucha ayuda.

—De hecho lo es.

Fruncí el ceño.

—La escuela en la ibas, la recuerdo—explico—no es claro, pero está en algún lugar de mi memoria.

Baje la guardia lentamente y lo pensé por algunos minutos, cruce mis brazos sobre mi estomago y trate de llegar a un acuerdo justo.

—Bien, veamos un año más de mi vergonzosa vida, pero solo uno—levante el dedo índice para reforzar mis palabras.

Cameron sonrió complacido y palmeo el lugar vacio junto a él en el sillón. Solté un suspiro de resignación y volví a sentarme mientras abrazaba mis piernas. En el sótano no había más que el sonido de la televisión, y por ese momento ni Cameron ni yo hablamos, limitándonos a contemplar la película casera minuciosamente.

El año número ocho de lo que llevaba en ese momento comenzó con la típica canción de “Feliz cumpleaños”. Yo me encontraba rodeada de amigos, mis papás y mis hermanas, Eira con diez y Sara con cinco. Frente a mí un enorme pastel con muchas decoraciones en rosa y dibujos infantiles. Mire a la pequeña “yo” que tenía enfrente, mi cabello rubio caía despreocupado y como resortes sobre mis hombros, en ese entonces usaba frenillos, recuerdo que eran dolorosos y no pida comer muchas cosas sin que se quedaran atorados entre las rejas de fierro. Papá había hecho que pusieran piedrillas rosas en cada cuadrito, para que se vieran más bonitos.

Como en un sueño.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora