ANGELES Y DEMONIOS

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"El arte es un caos. El arte es un caos. El arte es un caos".

Esa frase resonaba como un eco persistente en la mente de Adrian desde el momento en que despertó. La inspiración parecía haberse evaporado, y el joven músico se encontraba atrapado en un estancamiento creativo. Observó el reloj en la mesita de noche y notó que eran las 9:47 a.m. Era hora de enfrentar un nuevo día, de abrirse a nuevas posibilidades.

Tras tomar una ducha refrescante, cepillar sus dientes y cambiarse de ropa, Adrian estaba dispuesto a dirigirse hacia la cocina en busca de algo para desayunar, pero algo lo detuvo.

Observó la mesita de noche que estaba al lado de su cama y se quedó pensativo por un rato sin apartar la vista del pequeño objeto. Segundos más tarde, chisto y se apresuró a acercarse al borde de la cama, lo suficiente para poder tomar algo de la mesita de noche.

Sonrió un poco al notar la bolsita transparente en sus manos, viendo con atención el polvo blanco que este contenía.

A continuación, siguió la rutina de preparación antes de la inhalación de aquello que le ayudaba a comenzar con su día. Se maldijo mentalmente porque días anteriores se había prometido a sí mismo que no consumiria cocaina tan temprano, al menos sin haber comido algo antes.

Pero las ansias le ganaron y no se pudo contener.

Una corriente recorrió su cuerpo justo en el momento en el que inhalo aquella sustancia. Se sostuvo la nariz por unos momentos y se acomodo en el borde de la cama tratando de no marearse tanto. Se permitio estar unos instantes más en su habitación mientras sentía como los efectos comenzaban a hacer el trabajo en su sistema. Guardo y limpio todo en su mesita de noche y asi finalmente, abandono la habitación.

En la sala, encontró a sus amigos Alex y Mark, inmersos en risas y charlas, acompañadas de la característica fragancia del humo de marihuana flotando en el aire.

—Ni siquiera es mediodía y ya están fumando —comentó Adrian con una sonrisa medio burlona.

Alex respondió levantando su dedo medio en señal de broma, mientras Mark le informaba sobre una admiradora interesada en obtener el número de teléfono de Adrian.

Con un gesto de fastidio, Adrian se preguntó cómo deshacerse de la insistente joven. Sus amigos bromeaban sobre su aparente habilidad para atraer a seguidoras.

A pesar de sus diferencias y discusiones, Alex, Mark y Adrian formaban una triada inseparable. Compartían una conexión única y la pasión por la música, siendo parte de una banda que resonaba con autenticidad y talento. Cada uno tenía su rol esencial en el conjunto: Alex, el sereno baterista; Mark, el creativo bajista con un humor inigualable; y Adrian, el atractivo vocalista y guitarrista, quien subestimaba su propia habilidad.

Enfrentando inseguridades internas y etiquetas impuestas por otros, Adrian sostenía la creencia de que sus canciones carecían de algo, como si un vacío lo separara de su potencial artístico completo.

—¿Qué te parece la frase "El arte es caos"? —comentó Adrian durante el desayuno, sirviéndose cereal en un pequeño tazón.

Mark respondió con humor, comparando la expresión con algo que Van Gogh habría dicho. Sin embargo, la necesidad de encontrar una musa verdadera se hacía cada vez más apremiante.

—Deberías preguntarle a Sandra, ella siempre sabe qué decir... —sugirió Alex en busca de una solución para el bloqueo creativo de su amigo.

El destino, caprichoso como siempre, pareció responder a la sugerencia cuando el timbre sonó en ese preciso instante, anunciando la llegada de Sandra. Era como si sus pensamientos hubieran materializado a su amiga.

Sandra saludó con entusiasmo, y Mark no pudo evitar hacer una broma sobre el cabello más rojo de lo normal de la pelirroja. Tras la distracción, Sandra solicitó hablar a solas con Adrian.

Un tanto perplejo, Adrian se despidió de sus amigos en la sala y condujo a Sandra hacia su habitación. En el interior, Sandra sacó la pequeña bolsa de heroína que había conseguido y se la entregó a Adrian, quien la recibió con una gran sonrisa.

—Wow, Sandy, gracias de verdad —exclamó el muchacho emocionado.

Sin embargo, Sandra revoleó los ojos y cruzó los brazos, mostrando su descontento—. No quería hacerlo, en realidad.

—¿Por qué? —preguntó Adrian, tratando de entender su reacción.

—Tú sabes por qué. Estás demasiado metido en esto, sabes que es peligroso, ¿cierto?

Adrian soltó un chasquido de lengua mientras ocultaba la droga en una caja debajo de su cama, un hábito que había desarrollado con el tiempo—. Sandy, no tienes que preocuparte por mí. Estoy bien —aseguró, acercándose a ella y colocando ambas manos en sus hombros durante unos instantes antes de alejarse para encender un cigarrillo.

—No me mientas, Adrian. Recuerdo cuando dijiste que querías morir de una sobredosis. Lo mencioné a Eric y por eso casi no me vendió esta mierda.

—No le cuentes nada a Eric. Es un hipócrita hijo de puta.

—¿Cómo puedes decir eso? Él se preocupa por ti.

Adrian emitió una pequeña risa burlona—. A Eric solo le importa el dinero, Sandy.

—No te rías, estúpido. ¿Acaso quieres morirte?

—Sandy, cariño... todos vamos a morir de alguna manera. Tal vez yo muera en un accidente de auto o de una sobredosis, da igual, al final todos enfrentamos la muerte.

—No me vengas con tu mierda nihilista, solo quiero que te cuides.

—Lo haré, lo prometo —dijo el chico, alzando sus manos en señal de rendición.

Sandra no estaba totalmente convencida, así que cambió de tema—. ¿A qué hora debemos estar en el bar hoy?

—Antes de las ocho —respondió Adrian mientras se acomodaba en su cama.

—¿Y Jon estará allí a esa hora o llegará después? —preguntó la joven, a lo que Adrian respondió con una risita pícara.

—De verdad te gusta Jonathan, ¿verdad? —comentó él.

Sandra revoleó los ojos y se dirigió a la puerta, siendo molestada por Adrian antes de salir.

Reunidos nuevamente en la sala, el grupo de amigos discutió los últimos detalles del evento de esa noche, bromeando ocasionalmente, haciendo que la discusión de hace un momento quedara en el olvido.

Esa era la rutina constante entre Sandra y Adrian, discusiones seguidas de peleas frías, una coreografía de silencios interrumpidos por momentos de reconciliación. Un ciclo que giraba como un carrusel sin fin, pareciendo teñir su relación con tintes de caos impredecible.

A pesar de todo, el vínculo que compartían era profundo y resistente, una unión que parecía fusionarlos en un lazo tan fuerte como el de hermanos. Se cuidaban mutuamente, incluso en medio de sus diferencias. Era una forma única de amistad, una que rara vez se encuentra en los tiempos actuales.

PERDONA EL DESORDENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora