Un llanto agudo y gritos es lo que escucho cuando abro la puerta de mi casa, después de que Lucía se ha ido. Reconozco la voz de mi hermano y la de mamá, que hablan un tanto alterados. Olvidando lo que acaba de suceder afuera, cierro la puerta y persigo el sonido.
—¡Basta! —Gritó mamá.
Necesité más de un minuto para ser procesar lo que vi. Jonathan yacía en el piso, de rodillas, cubierto de moco, suciedad y sangre. Lloraba, jadeante. Papá, frente a él, parecía a punto de matar a alguien, con los ojos casi fuera de órbita, las venas resaltadas en la frente y una botella de vidrio en las manos.
De fondo, medio oculta en una de las cortinas de la ventana, mamá presenciaba la escena.
—¡Marica hijo de puta! —Comentó papá, casi escupiendo las palabras, cargadas de odio y asco.
Maricón hijo de puta, maricón hijo de puta dice una voz, la misma que empecé a escuchar aquella noche. Estoy mareado, con ganas de vomitar.
¿Te gusta el infierno, bastardo?
La reconozco, sé quién habla. Es el timbre de papá pero la voz pertenece a... ¿A quién? Luna. Alguien de apellido Luna.
Trago saliva y ése alguien sigue hablando en mi cabeza, riendo, gritando. Y nadie ayuda, no, porque a nadie le importa. Es una escena harto repetida, pero quienes la ven se acostumbraron a callar y fingir que nada ocurría.
Siento como si un líquido ardiente recorriera mi estómago y hago un esfuerzo para no desfallecer. Esto ya lo viví, mierda, yo ya fui Jonathan y comprendo el dolor, el asco, la humillación y el miedo que está experimentando.
Quiero dar un paso y defenderlo, plantarme ante papá y detener aquello, pero no puedo. El peso de los recuerdos es paralizante.
Jonathan tiene tanto o más miedo que yo. Dirijo la vista a su entrepierna y me aterra ver una mancha ovalada y oscura, que goteó un poco el piso bajo sus rodillas. Mierda, no pudo contenerse.
Sigue llorando y sé que ese es el rostro de quien pide misericordia en sus últimos momentos.
—¡Responde!
Papá arroja la botella y se acerca a él, lo toma por el cabello y hace que sus miradas se enfrenten. Entonces, escupe con asco sobre el rostro de Jonathan y luego lo lanza al piso de un bofetón.
—¿Te gusta que te humille? ¿Es bonito, marica? —Le da una patada con la pierna derecha y solo puedo ver su espalda— ¿Para eso pedías tanto permiso, para ir a ver al otro desviado? ¿Te la mete en la boca o se la metes tú?
No lo sabía, por Dios que no lo sabía. Pobre Jonathan.
Intento moverme otra vez, pero de pronto quien está en el suelo es un chico de tez blanca, cabello corto y semiondulado y ojos ámbar anegados en lágrimas. Y, su principal verdugo, es un tipo de apellido Luna. Aunque no solo es él, hay dos más, y yo no hago nada. Me odio por cobarde, me odio por marica.
—Los maricas como tú no deberían vivir. —Dice el tipo de apellido Luna, lo mismo que mi padre gritaría tres años más tarde— Te voy a matar hijo de puta.
Eso rompe mi inercia y me lanzo sobre mi padre, apenas apartándolo del cuerpo de Jonathan.
Él me observa, en una mezcla de miedo y sorpresa y se lanza al piso conmigo.
Escucho el golpe sordo de mi cuerpo al caer sobre la alfombra y luego siento todo el peso de papá cayendo directamente sobre mí antes de rodar hacia mi lado izquierdo.
Miro al techo y todo lo que pienso es que estamos jodidos y que en ese momento más que nunca sé que no puedo decir nada, que lo pasado en casa de Israel fue un error y que el único salvavidas en ese mar de remordimientos era mi relación con Lucía.
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Los besos que no te di
Non-FictionTenía una vida falsa que vivir, pero el pasado es un enemigo del que no se escapa fácilmente y ahora Kevin tiene que hacerle frente a su más oscuro secreto. Hay un chico, un chico que cambió toda su existencia, y ahora debe dejar a su novia y su fam...