2: Un error a la vez

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Para cuando volví a abrir los ojos me sentí perdido. Estaba en una cama que no era la mía, escuchando una canción de Adele que sonaba a lo lejos, con la cabeza martilleando in crescendo. El aire olía a rosas y lavanda y casi juraría que había sangre en mis labios, pero esa sensación fue efímera.

Me siento en la cama y al frotarme los ojos con el dorso de la mano empiezo a reconocer el sitio en el que estoy. Y recuerdo lo que pasó antes de que me desmayase. Vuelvo a tener el rostro de ese chico en mi mente. Ése... Lukas.

La puerta se abrió y apareció William, vestido con un pijama cuadrado entre celeste y blanco. Traía consigo una bandeja sobre la que descansaban dos tazas y un sobre blanco. Sonrió y por ese gesto me sentí más tranquilo, más yo. Más el Kevin que había inventado al mudarme.

Le devolví la sonrisa y tomé la taza de café que llevaba en la bandeja.

—¿Estás mejor? —Pregunta.

—Un poco mareado, pero supongo que ya mejor. —Suspiro y tomo café— Solo se me bajó la presión.

William juega con la taza de café en la escudilla y parece nervioso. Me pregunto si fue algo más, si hablé inconscientemente, porque ya me ha ocurrido. Me sonrojo ante la posibilidad y continúo tomando café.

—Dijiste algunas cosas... —Sonríe con nerviosismo y casi parece un niño— Nada importante de hecho.

La canción de Adele cuyo nombre no recuerdo, habla sobre un amor que se fue y dejó una ausencia dolorosa en la vida de la cantante. Estoy débil y me duele el cuerpo, pero nada grave.

William se acerca un poco más y me mira a los ojos. Veo dudas, dolor y miedo en esa mirada. No sé por qué, pero presiento que ese sobre blanco que trae consigo me causará demasiados problemas.

Quizá no debí salir de casa, quizá debí quedarme encerrado y no ir ni al café para hablar con Enrique ni venir a este sitio. Sonrío con temor y me levanto de la cama, dejando la taza de café sobre la mesa de noche.

—Bueno, ya molesté demasiado.

William me toma de la mano.

Pienso entonces en una conversación que tuve días antes con personas de la universidad. Estamos sentados en una de las mesas, conversando alegremente hasta que recibo una llamada desde la Facultad de la carrera y William se ofrece a ir para ver qué ocurre.

Nos quedamos tres, todavía con la sangre hirviendo en nosotros debido al juego que jugábamos. Laura le da un giro a la botellita y ésta empieza a dar vueltas locamente. Cuando se detiene, la boquilla me señala a mí.

—¿Verdad o reto? —Pregunta Milagros.

—Reto.

—Te reto a... —Sus ojos brillan— Te reto a besar a William.

Deshago las imágenes que dan vueltas en mi cabeza y me concentro en el presente, uno en el que William me toma de la mano y permanece cabizbajo.

La canción que suena acaba y da paso a otra, una que conozco demasiado bien y me hace pensar en una habitación vacía en el segundo piso del dormitorio de varones en el internado. También es de Adele. Es una canción de amor, ¿o de desamor?

No importa. Sólo sé que mi corazón palpita más rápido a cada instante.

—Tu novia está abajo. —Dice William— Tuve que llamarla porque estabas grave y porque es más adecuado que ella te lleve a tu casa.

I let it fall, my heart. And as it fell, you rose to claim it....

Los besos que no te diDonde viven las historias. Descúbrelo ahora