1: Cómo inició el caos

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Para Scarleth García, quien me inspiró a contar la verdad.
Y para Lukas, el Lukas de la vida real, cuyo nombre jamás publicaría.

Todo comenzó con una carta.

Bueno, quizá me podría contradecir a mí mismo y decir que comenzó con la llamada de Enrique. Después de hablar con él fue que cometí el error que me regresaría mis recuerdos, lo sé, pero también es cierto que sin la carta mis memorias no hubiesen sido nada. Entonces sí, todo comenzó con la maldita carta.

Si tuviera que decidir entre un punto medio y el final de todo (si es que hay un final) creo que esa es la frase con la que comenzaría. Porque de hecho, estoy seguro, todo el caos que se me vino encima comenzó con una carta que ignoré la noche en que Enrique me llamó para vernos en un café.

—¿Para qué? Es muy tarde para un café, y además estaré ocupado.  —Le dije.

—¿Acostado o leyendo? Porque ninguna de las dos cuenta cómo ocupación.

—Ahora es que el chico sabe mucho. —Le respondo yo con humor.

—Necesitamos hablar. —Fue todo lo que dijo como respuesta, serio, y colgó.

Dos palabras bastaron para saber que debía ir. Llamé a Israel y le dije que retrasara la salida que teníamos porque recibí un correo urgente de alguien y necesitaba respuestas. No puso ningún impedimento. Claro que no.

Me termino de peinar, me aplico colonia, veo e ignoro el sobre en mi cama, apago la lámpara y salgo a mi reunión.

Enrique me esperaba en el café de siempre, el rostro pensativo y el ceño fruncido, hundida su mente en algún plan fantástico. Tomé asiento y lo saludé con una inclinación de cabeza, pero él no devolvió el saludo. Sus ojos brillaban, a través del vidrio de sus lentes.

Despertó de esa ensoñación en que estaba hasta dos minutos después, cuando la mesera llegó con su pedido.

—Me tomé la libertad de ordenar por ambos. —Se disculpó, sonriendo— Creí que vendrías un poco tarde.

—¿Y eso? —Pregunto, sonriéndole a la mesera antes de que se fuese.

—¿Acaso...? —Dejó la pregunta inconclusa y le restó importancia con un gesto de la mano— Quería hablar. Es un asunto serio.

Asunto serio.

—La palabra serio no se lleva muy bien con tu nombre, no sé a qué viene tanta mentira.

Yo sonrío, pero él no, porque no está para bromas.

—Dije que era serio. —Me regaña.

—¿Tiene que ver con Jimena?

Presiento que no debí venir, que tengo miedo de lo que dirá y que estaría mejor en casa de Israel, hablando con él y los chicos. Sí. Tiene que ser sobre Jimena y los rumores que había entre los conocidos Sí, quizá...

—No hablaré de eso. —Dijo él, pero no pudo evitar sonreír— Quiero que hablemos de Lucía, tu novia.

—No veo sobre qué podría ser si solo estamos tú y yo.

Sigo pensando en que deberíamos hablar sobre Jimena, ese amor tormentoso de su pasado que parecía haber vuelto para cerrar el ciclo, pero no. Enrique quería hablar de mi novia y no estoy seguro de si es bueno que él sacase a relucir aquello.

Tomo la taza de café entre mis manos e inhalo el aroma dulzón que tiene. Cierro los ojos un segundo y tengo imágenes inconexas en mi mente: dos  tazas de café, dos ojos marrones, la sonrisa de un chico y un libro de tapa marrón sobre una mesa. Me palpitan las sienes y la breve alucinación provoca que me duela el pecho.

Los besos que no te diDonde viven las historias. Descúbrelo ahora