1. Malas Noticias

87 3 0
                                    

- ¡Sam, el desayuno está servido!

Los dorados y enérgicos rayos del sol se filtran a través de mi ventana. Vislumbro una luz quemante sobre mis ojos cerrados y me causa dificultad volver a retomar mi placentero sueño. Gruño para mis adentros y escondo mi cabeza debajo de mi suave almohada sin tener resultados.

Al instante, tocan la puerta de mi habitación, lo que me irrita en segundos.

-Cariño, ¿sigues durmiendo? -la dulce voz de Liz, a través de la puerta de mi habitación, me despierta de mi ensoñación por completo.

-Ya desperté, -doy el bostezo más grande que puedo y estiro mis brazos como si fuera la protagonista del Titanic. Regresan a mi mente los recuerdos del fin de semana y no hago más que irritarme aún más.

Me dirijo al baño con pesadez con la esperanza de que el agua despierte mi cuerpo que desea regresar, otra vez, bajo las sábanas.

...

Bajo los veinticinco escalones sin dificultad de la decrépita escalera y siento una brisa suave recorrer por mis piernas desnudas. Tiró mi cartera sobre los cojines de la sala.

- ¿Qué tal tu noche? -pregunta Liz mientras enjuaga los trastes llenos de lavasa de ayer.

- Nada nuevo que contar -me siento en una de las altas bancas sin intención de dar explicaciones.

Muevo mi cuello hacia los lados en un intento de relajarme y olvidarme del último fin de semana, sigo con los hombros apoyando mis dedos sobre ellos y dando movimientos circulares, como en la clase de gimnasia.

-Hoy llamó Jared -me dirige toda su atención, especialmente a la falda que me he colocado hoy. Sonríe suavemente y guarda su decepción o, quizás su pena para sus adentros. Voltea y me acerca el plato del desayuno con un vaso de jugo de arándanos.

-El desayuno se ve muy apetitoso, -digo con la esperanza de que no continúe con el tema.

No dice nada y agradezco mentalmente que sepa que no tengo ganas de hablar sobre ello.

Me concentro en el plato que tengo en frente: huevos revueltos con hot dog y dos tostadas para no perder la costumbre. Sabe perfectamente que este tipo de desayunos me levantan los ánimos, pero hoy no estoy con ganas de ser amigable. Además, mi dieta saludable no me lo permite.

No puedo.

Empiezo con las tostadas y el jugo de arándanos. Sabe delicioso.

Se seca las manos con el trapo que yace encima de la mesa y siento su mirada.

Quiere decirme algo.

-Adelante, ¿qué tienes que decirme? -prosigo con mi desayuno y pido a las estrellas mentalmente que lo que tenga que decirme no tenga que ver con lo que me estoy imaginando.

-Samantha, ayer llamó Viola... -Lo sabía. Su voz dulce adopta un tono serio y firme, -desea que declares para que la demanda pueda proceder. Abre la refrigeradora y me da la espalda.

El hambre se va con todas mis ganas de seguir escuchando lo que mi querida tía menciona. Un intenso dolor de cabeza se propaga, haciéndome recordar el porqué nos habíamos mudado a este pueblo.

Trato de mantener la compostura para no alterarme y no pensar en las razones por las cuáles sigue manteniendo contacto con ella, pero mis intentos de calma me resultan infructuosos.

Mis dedos frotan mis cienes en un intento de disminuir el dolor incesante, inhalo y exhalo, pero siento que todo se desborda una vez más.

Mis manos tiemblan y apretó mis uñas contra la palma de mi mano derecha.

Debo salir de aquí.

-Llegaré tarde a la preparatoria, -digo en un intento de no ser grosera y de un salto dejo los platos en el lavadero ignorando el hecho de que debo lavarlos como de costumbre y que no he terminado de comer -hoy no llegaré a cenar, pasaré la noche en casa de Lena.

-Cariño, dejar de actuar así, sé que es difícil, -se acerca a mí, pero la esquivo recogiendo mi cartera que yace sobre los cojines.

No, no lo sabes, digo mentalmente.

-Sam, espera...

Salgo de mi casa con rapidez y tiro la puerta escuchando mi nombre a través de ella.

La opresión en mi pecho se hace más fuerte y camino con la mente en blanco en dirección a la preparatoria.

¡Mira el semáforo, ciega! -grita un malhumorado conductor tocando excesivamente el claxon.

El prolongado sonido del claxon hace que salga de mi ensimismamiento y recuerdo, una vez más, por qué estoy aquí.

Sabía perfectamente que por más grande que fuese mi dolor, más grande debían ser mis ganas de superación.

Camino lentamente hacia la preparatoria. Al fin, la veo, la puedo distinguir a lo lejos, se encuentra a cuatro cuadras de distancia de mi casa. Vaya terapia la que me acabo de dar.

Levanto mis murallas y adopto una postura más calmada.

Ingreso con indiferencia y sin mirar a nadie. Acostumbrada de tener sobre mí todas las miradas de las masas. Subo los cuatro escalones de cemento con la espalda recta y la mirada vacía.

La preparatoria Ritays está en el centro de la ciudad en Ployster, un pueblo poblado de gente acomodada, gente de medios y bajos recursos, donde la masa que tiene medios económicos y contactos, tiene el poder. Nada de que sorprenderse, pero estaba lleno de suficiente población como para que nadie te recordase. Nada comparado a mi antiguo y cálido hogar, pero sí discreto para mi buena suerte.

Desde el accidente y los horribles traumas, había escapado de casa junto con Liz, mi tía. Ella me había demostrado que era una persona de confianza cuidándome, protegiéndome y haciéndome saber que nunca me abandonaría. Estaba casi arrepentida por mi comportamiento, pero justo cuando había hecho un esfuerzo por olvidar, por sacarme de la cabeza esos malditos recuerdos, esos imborrables traumas que estaban marcados en mi piel, tenía que recordármelo.

Sé que nada vuelve a ser igual una vez que huyes de tu pasado, pero aún me quedan fuerzas para seguir huyendo de él.

Antes de entrar a la preparatoria, hice todo lo posible por cambiar mi aspecto físico, quería borrar toda huella que me conectara con mi pasado, desde cambiar el color de mi cabello hasta bajar de peso. Mi pelirrojo cabello fue teñido a negro, me esforcé tanto, pasando horas y horas en el gimnasio para reducir la grasa de mi abdomen, de mis muslos, de mis brazos, de mi cintura y de mi trasero; traté de borrar cada defecto que me hacía imperfecta ante la vista de los demás, cada defecto que me limitaba a tener lo que quisiera: popularidad para no ser más la carnada. Tuve éxito, el resultado era muy gratificante. Valió la pena, pero siempre que me adulaban por mi perfecto cuerpo me sentía superficial, todo lo contrario, a la felicidad que aspiraba.

Al entrar a esta preparatoria no fue tan difícil, desperté un gran interés en todos los alumnos. Todos se pelearon por sentarse en mi mesa. Atraje la atención de todas las chicas, que me enviaban miradas llenas de odio y envidia. Pero el único interés que quería despertar era el de Jared. Sí Jared. El chico popular y el capitán del equipo de fútbol.

Me había dicho a mí misma que estaba vez ya no sería el cebo, la nerd, ni la chica vulnerable con la que siempre habían jugado y habían arrebatado lo más preciado de su vida. Ahora sería la chica popular, sería Samantha Kesley, la chica insufrible.

-Hola guapa. -Jared me sorprende con un beso en la mejilla, mientras saco los libros de mi casillero.

DesolationDonde viven las historias. Descúbrelo ahora