Es bien sabido que: mujer que se respeta, jamás se arrodilla ante nadie, mucho menos si ese alguien es un completo desconocido. Y esa teoría debería ser indiscutible cuando no conoces el nombre. Al menos eso es lo que normalmente se aplica. El único problema es que cuando el magnetismo es inexplicable, la atracción tan intensa que duele, una no piensa y se arrodilla.
¿Estamos en sintonía?
No hablo de arrodillarse para suplicar, sino para hacer sexo oral.
Nunca había sido propio de mí doblarme sobre mis rodillas ante nadie, bajando la cremallera, junto a su ropa interior y dar placer. Sin embargo, siempre hay una primera vez, como todo en la vida.
Nadie se salva cuando hay éxtasis, deseo y necesidad de por medio.
Jamás en mi vida me había planteado llegar a ese extremo. Siempre fui egoísta en cuanto al sexo. Todo para mí, recibía y como no me pedían, lo omitía. No le veía relevancia. Al fin y al cabo, nunca nadie llegó a mí de esa manera, es decir, no tenían derecho a exigir porque era una noche, dos, tres, siete... sin pasar de sexo. Nada personal, no estoy preparada ni a gusto con una relación seria.
Eso fue algo que hablé con El Principito justo ese día, cuando luego de darle todo el placer que mi lengua le pudo brindar, se lo comenté, justamente fue al día siguiente de nuestro primer encuentro, que al llegar a casa supe que a partir de esa vez, él no saldría de mis pensamientos:
Esa noche que lo conocí había llegado a casa tan excitada que tuve que tocarme en medio de la noche. Recordé lo que hice, necesitando algo dentro de mí con urgencia de esas que te hacen no razonar, abrí el cajón al lado de mi cama y saqué mi vibrador. Cerré los ojos, pasándolo por mi botón de placer, y gemí bajo, recordando todo lo vivido con mi nueva pareja de baile.
Daba ligeros golpecitos con la punta en ese manojo de nervios y cuando sentí que ya estaba suficientemente lubricada, con los dedos rocé la humedad y temblé. Abrí mis piernas con las rodillas dobladas y mis pies en el colchón, encendí el aparato y lo introduje en mí, tan profundo que lo sentía en mi vientre.
Relamí mis labios, arqueando mi espalda, hice un puño con mi mano libre en las sábanas. Recordé todo lo acontecido y sin poder estar quieta, la solté, pellizcando mi clítoris. Gemía cada vez más alto, aumentando la velocidad del aparato y de mi dedo.
No era suficiente, quería más.
Cambié de posición, girando sobre mí misma y quedando boca abajo. Clavé las rodillas sobre el colchón, quedando a cuatro patas. Me penetré más rápido, alcé mi tronco, enderezándome llevé mi mano libre a mi trasero y jugué con mi trasero. El orgasmo se construyó rápido, dejándome laxa y dormitada. No recogí nada, tampoco me preocupaba que mi vibrador rodara en la cama, al fin y al cabo, era quien podía acompañarme y consolarme por las noches.
Al día siguiente no me tocaba ir a la academia, aunque mis pies picaban por llegar, por volver a verlo y repetir nuestro íntimo momento. Aún así, tenía cosas que hacer, como por ejemplo, contactar a un sexólogo que me ayude con un tema para mi programa radial.
Llegué a la estación y ahí estaba mi productor, Louis, con su misma cara de antipático de todos los días. O no sé si el hecho de haber tenido un encuentro sexual y orgasmos arrebatadores cambió un poco mi actitud.
—Creo que tengo un contacto para el programa de esta noche —informó a penas puse el trasero en el asiento de la oficina. Acomodé mi cabello, colocándolo sobre mi hombro—. Su nombre es Azael Simmons y es sexólogo. Sería excelente para hablar sobre los tabúes del sexo oral.
—Está bien. Pásame el número para llamarlo. —Louis palpó los bolsillos de sus pantalones, buscando su teléfono celular. Cuando frunció los labios me di cuenta que no lo tenía a la mano. Y yo me tenía que ir—. Llámalo tú y que venga puntual.
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A tu merced [PAUSADA]
Genç Kız EdebiyatıHuyendo de un futuro que no le convence, Katerina Kozlov arriba en Nueva Orleans para empezar de nuevo. El erotismo del ambiente en el que se mueve no tarda en envolverla, hacer que se enamore del ritmo del tango y recuerde de qué color es la vida...