Casa Nueva

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Él había conseguido la consideración de su caso por las autoridades de su escuela y se quedaría en la ciudad a hacer su servicio en oficinas, pero había decidido que estaba acostumbrado a vivir fuera de la casa paterna y buscaría un lugar para vivir. Me invitó a vivir con él...

El solo hecho de pensar en la situación me causaba demasiada ansiedad. Tenía poco tiempo de conocerlo y de ser novios, yo no tenía un trabajo estable, no sabía si podía cubrir los gastos y sobrevivir psíquicamente al cambio tan drástico de hogar.  Él se mostraba decepcionado de que yo no me decidiera a vivir con él. Después de mucho pensarlo, decidí que lo haría.

Encontramos un cuarto en el centro de la ciudad donde nos permitieron vivir juntos. Teníamos ahí todo lo que necesitábamos, el baño, una cama matrimonial, el clóset, refrigerador, y sobre todo, nos teníamos mutuamente. La vida de pareja era bastante diferente a como la había imaginado. Él hacía su servicio en la semana y el fin de semana se iba a ciudad de México a un hospital privado donde daba sus consultas. Prácticamente no paraba de trabajar. Yo siempre he sido más flojo, tenía mis clases particulares y mis pocos pacientes, además de mis ganas de ser músico. 

Las noches del domingo yo lo esperaba, él llegaba alrededor de la medianoche y yo mientras tanto, hacía manualidades con la idea de vender mi trabajo para sacar unos pesos, a veces también hacía algo de cenar, para que mi novio llegara a casa y yo pudiera recibirlo adecuadamente. Me gustaba el rol que yo me estaba asignando a la espera de mi amado los fines de semana, con la ansiedad de verlo entrar a la casa. Los pasos que daba antes de entrar al cuarto, los sonidos de las puertas al abrirse, cada segundo de espera a que él llegara me ponían a vibrar de emoción.

A veces él iba por mí al terminar los ensayos nocturnos y nos regresábamos juntos a la casa. A veces me tocaba pasar por él. Él empezó a tomar natación en una alberca en el centro por las noches y yo salía y lo esperaba a que terminara su clase. Me gustaba esperarlo, pero también me sentía incómodo, me sentía observado, como que me estuvieran juzgando a mí porque yo lo estaba esperando a él. Pero de cualquier forma, disfrutaba mucho pasear esas pocas cuadras en el centro nocturno a su lado.

Me tocó incluso cuidar de su fiebre... Un buen día, él estaba enfermo, tenía fiebre y estaba postrado en la cama sin querer moverse, pero él era el médico, ¿Qué debía yo hacer?

Después de mucho darle vueltas al asunto, le pedí que me dijera qué medicamento necesitaba. Sentía miedo de salir solo por las calles del centro a la medianoche en busca de alguna farmacia que estuviera abierta las 24 horas... Él lo sabía, él me vio temblando de miedo... Y me dijo que me acompañaría a buscar el medicamento.

¡Inconcebible! Él era el enfermo, él debía quedarse en casa, ya encontraría yo algún lugar abierto... Pero él, necio como siempre, salió conmigo... No caminamos más que unas 3 cuadras, decidió que en el Oxxo encontraríamos algo... Pues no encontramos lo que él buscaba, pero quizás algo parecido... Así que, con la mercancía en mano, volvimos a casa para poder descansar y que él se recuperar y volviera en él aquel buen ánimo y bella sonrisa...

Con poco tiempo de haber empezado a vivir juntos, me di cuenta del carácter tan fuerte que él tenía en aquella época. Se ponía agresivo, se enojaba por todo y era muy infantil y berrinchudo. En las primeras noches, él estaba, emocionado con un celular que recién se había comprado. Lo más nuevo en tecnología, que iba a ser pagado con sus ganancias de la residencia; ahora que no iba a hacer su residencia, se había quedado con un buen celular y una deuda de un año. Como él estaba ocupado con su celular, yo me quedé dormido. No pudo evitar su coraje y me despertó muy indignado diciendo que él no quería que yo me durmiera antes que él. Yo sólo me volteé y le dije que estaba loco y me volví a dormir, él se quedó con su malhumor antes de dormir.

Yo no sabía cómo adaptarme adecuadamente a esta situación de vivir juntos. La casa me parecía ajena, no era mía, era suya. Y yo vivía con él, en su hogar. Su desmadre estaba por todos lados y yo no me encontraba a mí mismo en ese lugar. Sentía que él invadía todo y yo estaba simplemente replegado y confinado a un pequeño espacio en ese cuarto. Yo quería que todo se dividiera exactamente a la mitad, las compras del super, el aseo de la casa, el ropero (él tenía por lo menos el doble de ropa y zapatos que yo), etc., porque yo me sentía pequeño y ajeno en su casa.

Los cambios se estaban dando de manera muy rápida y no sabíamos cómo enfrentarlos, echándonos las culpas mutuamente. 

Un buen día, él estaba harto de mí y en la noche, decidió que no quería estar conmigo. Se alistó y dijo que quería salir a beber alcohol, después de todo, al final de la calle comenzaba el boulevard de los bares. Yo me quedé pasmado, no supe qué hacer o qué decir. ¿Salir corriendo tras él?, ¿Seguir el drama? Me negaba a hacer algo así, por lo que simplemente lo dejé salir lleno de furia.

Después de media hora, abrió la puerta y se recostó entre mis brazos. Tuvo la valentía para volver y disculparse, me contó que no había ido a ningún bar, que sólo salió de la casa y se quedó afuera pensando hasta que estuvo listo para volver y platicar las cosas. Yo estaba impactado por esa reacción y enamorado de su forma prudente de proceder, a pesar de su ira que en un principio había sido incontrolable.

Al poco tiempo, decidí corresponderle, yo estaba harto de que a mí me tocara cuidar de la casa y que él llegara a descansar y no hacer nada, a despreocuparse del hogar. Yo también hice mi escena y me vestí para salir a caminar. La radical diferencia es que él me siguió... Primero trató de detenerme, pero como yo no escuchaba, después se limitó a seguirme de lejos. Cuando volteé y noté que me seguía a lo lejos, eché a correr hasta la avenida principal y seguí corriendo hasta que no pude más, por mi condición física y porque la lluvia se había desatado.

Sólo, mojado, desorientado y fresco, emprendí el camino de regreso a casa, en calma, caminando bajo la lluvia, ya estaba empapado y nada podía preocuparme ahora. Caminé pensando en lo que iba a decirle al volver, en cómo me iba a disculpar y si él me aceptaría. Yo estaba mojado y sucio de la calle.

Al abrir la puerta, él estaba recién bañado. Me dijo que cuando me eché a correr me perdió de vista y no supo qué dirección tomé, por lo que me buscó y después volvió a casa, había llegado unos minutos antes que yo. Yo sentí la necesidad de ser aceptado nuevamente entre sus brazos y saber que todas nuestra peleas y disgustos hogareños eran una etapa de adaptación a la vida de pareja.


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